Renta antigua
Jon Juaristi
Visor, 2012. Colección «Palabra de Honor»
ISBN: 978-84-9895-077-9
78 páginas
16 €
Juan Carlos Sierra
Supongo que cuando uno se va acercando a cierta edad provecta, al hilo del evidente y natural deterioro físico, van apareciendo unas inquietudes de las que no tuvo noticia el inestable veinteañero ni el melancólico cuarentón. Aunque se han dado casos -literarios y no literarios- de adolescentes metidos a jubilados cascarrabias e invocadores de la parca, lo más común es que uno empiece a acordarse de santa Bárbara cuando truenan las articulaciones del cuerpo o la memoria.
Digo esto porque Jon Juaristi (Bilbao, 1951) -hagan cuentas- nos entrega un libro, Renta antigua, en el que se subraya, sobre todo, lo presumiblemente poco que queda por hacer en comparación con lo vivido. Y de acuerdo con esta clave y los desasosiegos que pueda producir, se articula un discurso de diferentes tonalidades.
La conciencia de final de trayecto y de cierto ajuste de cuentas con el pasado que evidencia el conjunto de los poemas que componen Renta antigua podría haberse poetizado desde la gravedad y el rictus serio y preocupado; incluso desde la elegía. De hecho, el arranque del libro induce a pensar que el tono del libro va a encaminarse por estos derroteros. Sin embargo, a la vuelta de un par de poemas, irrumpe en el libro el tono irónico, la humorada, el poderoso extrañamiento y la necesaria distancia de quien se ríe de todo, incluso de los clásicos sacralizados por la tradición literaria en materia de finales de trayecto vitales («Ligero de equipaje»). Y así se mantendrá hasta que de nuevo se retome la senda del inicio. Y luego, vuelta al jugueteo, a la chispa, al jijí-jajá. Y…
No sé si se trata de homenajear a su Arte de marear (Hiperión, 1988), pero Jon Juaristi consigue efectivamente «marear» un poco al lector con tanta ida y venida del humor a la seriedad, del chascarrillo -a veces con pinceladas de parodia intertextual- a lo solemne. A ello contribuye además la falta de una estructura más o menos definida en el libro; a no ser que esta se sustente precisamente en la marea de bromas y veras, en cuyo caso el efecto sigue siendo el mismo.
En cuanto al «arte» de Jon Juaristi, el escritor bilbaíno usa y abusa del metro clásico y de la rima más sonora, la consonante, que consigue en multitud de ocasiones acercarse -¿intencionadamente?- a lo ripioso. No se le puede negar, no obstante, a Juaristi su habilidad en el manejo de las formas poéticas tradicionales, que se manifiesta especialmente cuando las retuerce forzando su estructura clásica -muy frecuentemente con alguna suerte de pie quebrado- para ajustarlas a sus necesidades expresivas. A esto hay que añadir además la parodia, especialmente conseguida en los poemas «Dos de Mayo» y «Canto de frontera».
Está bien eso de reírse de lo más grave con las más solemnemente tradicionales herramientas líricas, porque el humor es una cosa muy seria y la «automofa» un signo de inteligencia -o un arma preventiva ante los ataques externos-. El problema que plantea el libro es que quizá el lector salga de él un poco aturdido por no saber muy bien a qué atenerse, aunque hay que plantearse al mismo tiempo que probablemente la intención del autor no fuera la de ofrecer respuestas cerradas, sino la de mantener abierta la puerta a las preguntas.
En todo caso, la cuestión más alarmante que queda pendiente al cerrar el libro es qué pretende exactamente Jon Juaristi con su Renta antigua, porque tanto chiste más o menos facilón deja paradójicamente un amargo sabor de boca y cierta insatisfacción. O a lo peor para quien suscribe esta reseña es que no se ha enterado de nada.
El último poema del libro, «Canto de frontera» es una obra maestra, de lo mejor que ha escrito Juaristi. Sólo por este poema, que mezcla lo grave y lo paródico, merece la pena este libro (tan libre y fértil, por otra parte).