
ELENA MARQUÉS | Conocí a Raül V. Rey hace unos cuantos años, con la publicación de su Keith Landdon, memorias no autorizadas. Ya entonces aquella ópera prima me pareció la de un autor consagrado. Se trataba de una novela sincera, innovadora, arriesgada, tanto en su formato como en su contenido. Y hoy, tras enfrentarme a En el país de los ciegos,confirmo que el escritor nacido en Barcelona no es en absoluto un autor cómodo, sino que apuesta fuerte por la Literatura y por construir una ficción total con vocación de permanecer en el tiempo y en nuestras conciencias.
Nos encontramos ante una trama muy interesante, una historia que podemos calificar como novela negra pero que por la propia ambientación y su indefinición espaciotemporal roza otro de los subgéneros narrativos más perturbadores: la distopía.
En un futuro que no parece muy lejano, y en una ciudad sin nombre que podía ser cualquiera, seguimos los pasos a un grupo de milicianos que viven en la clandestinidad y que se oponen al Sistema. Con sus grandes dotes de narrador y su especial sensibilidad, una prosa magnífica jalonada por imágenes muy potentes y modernas y una pulcra adjetivación, V. Rey crea ante nosotros un mundo violento, insolidario, cruel, sórdido, sucio, con diferencias sociales abismales, racista, xenófobo, conflictivo, en el que nadie confía en nada ni en nadie, en el que la educación se concibe como adoctrinamiento y máquina de fabricar borregos. Un mundo donde el arte ha sido cancelado y están prohibidos los libros, como en la famosa novela de Bradbury. Un mundo alienado y dominado por la economía y el miedo; algo que nos recuerda demasiado a la realidad si no fuera por algunos elementos fantásticos que se deslizan y de los que no voy a hablar ahora.
Porque la novela, aparte de ese trasfondo político y social que se le supone al género, se sostiene en buena parte en un elemento propio de las buenas narraciones, la intriga, en cuyo manejo el autor demuestra su dominio al mantener una tensión que no experimenta altibajos; pero sobre todo en una estructura fragmentaria muy cuidada, construida sobre las voces de sus protagonistas, y en la que se enlazan tres tiempos distintos. O sea, todo un puzle que el lector debe colaborar a construir.
En el país de los ciegos es, pues, un thriller coral en la que se van sucediendo distintos «monólogos» en primera persona. A través de esa sucesión de fragmentos no muy extensos, lo que confiere, además, mucha agilidad al relato, conocemos la historia personal de estos protagonistas marginales, sus motivos para sumarse a la lucha, la ideología que los mueve. Y algo muy importante, por no decir lo que realmente constituye la razón de la creación literaria: en ella se retrata con gran acierto, con sus luces y sus sombras, con grandes dosis de ambigüedad y contradicción, la naturaleza del hombre, en cuya prospección psicológica el libro alcanza una gran profundidad. De hecho, aunque los personajes protagonistas de esta novela preparan atentados y matan más que hablan, los llegamos a conocer tan a fondo que nos vemos incapaces de tildarlos de villanos o antihéroes, sentimos que tienen en sus reivindicaciones más razón que un santo y que, por supuesto, nos vale la máxima de Maquiavelo y el fin puede llegar a justificar la mayor de las barbaries.
No puedo desvelar muchas cosas más, aunque el autor en cierta forma lo hace (desde el inicio nos informa de un final funesto). Es un libro con gran cantidad de matices, con muchas invitaciones a la reflexión y a convertirnos en reyes tuertos abocados a levantar el culo del asiento, o al menos a despertar y a desarrollar una faceta crítica que a veces, por comodidad (siempre es por comodidad), no queremos esgrimir.
Lo que sí puedo afirmar es que el lector va a disfrutar y a sufrir a partes iguales, que se va a sumergir sin remedio en esa sociedad y en esa atmósfera, que no va a poder soltar el libro aunque, ya digo, la fórmula elegida por su autor implique una participación y un esfuerzo. Y que, como en la misma realidad, no va a saber del todo si el final es un final y si, con todas las imperfecciones que arrastramos, caída en el infierno incluida, aún tenemos remedio.
En el país de los ciegos (Malas Artes Editorial, 2024) | Raül V. Rey | 354 páginas | 18,00 euros