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Aunque no somos eternos

ELENA MARQUÉS | Titular un libro tiene su dificultad. Uno querría que en esas palabras iniciales se contuviera lo que viene después, que lo significara, que lo señalara de manera unívoca. Uno desearía encontrar el verbo mágico que convocara al resto.

Hablar del tiempo es hablar de todo, es hablar del hombre, de su esencia. Somos seres finitos, somos transcurrir. Somos ríos que van a dar a la mar, naturaleza en la que nos disolveremos. Hemos recibido ese regalo, que algunos vivimos como una maldición.

La ventana que abre Ana Isabel Alvea en su nuevo poemario, a pesar de una arquitectura que remite a la urbe (cada capítulo lleva el nombre de una dirección como morada de sus poetas de referencia), mira a ese mundo firme e inmutable de la creación. Desde la composición que abre el libro, hermosa y trascendente, en la que nos coloca «entre el alumbramiento / y la nada», imágenes del mar, de la tierra, de la noche como espacio de revelación, todo un entorno de matices románticos nos acompaña, sobre todo al inicio. De ahí el tono melancólico que lo envuelve.

Conozco a la autora desde su segundo libro, Hallarme yo en el mundo (Ediciones En Huida 2013), que ya era entonces un manifiesto de intenciones. En él Alvea se pone en pie como mujer y como poeta. Habla de sí sin olvidar al resto. Porque el buen poeta puede alimentarse de sus vivencias; pero su papel es inútil si quien se mira en sus versos no encuentra su propio rostro, no se emociona al saberse contado, no excava juntamente en el misterio.

Desde entonces la escritora sevillana ha ido deslavando su voz hasta hacerla más tenue y profunda; ha desbrozado lo inútil de la palabra poética para desnudar su esencia, para que la emoción y el sentido se erijan en el centro. En ese librarse de elementos vanos, sus versos, a veces sin puntuación y apoyados en algunos recursos tipográficos para marcar pausas y silencios, han ganado en altura de miras, en madurez, en belleza.

En Las ventanas del tiempo encontramos poemas que parten de un hecho biográfico compartido (las separaciones, la añoranza del beso), de una imagen plástica (hay algunos inspirados en un cuadro de Hopper, o de Friedrich; en una película), de figuras mitológicas eternas, de un día marcado en el calendario por acontecimientos no siempre vanos. Hay poemas que reflexionan sobre la importancia de la ficción (el cine, los libros) para encontrar y encontrarse, especialmente en la segunda sección del libro, la más metaliteraria, también la más triste. Hay poemas escritos a la lumbre de acontecimientos cercanos (el confinamiento, las malas noticias), vividos entre las paredes claustrofóbicas de una casa, abocados a la angustia de saberse efímero y atrapado. Traspasar los límites del vidrio (el título «Desde la ventana» se repite en las cuatro secciones, al igual que «Aspiraciones») es el mayor acto de libertad que nos queda. Junto a la escritura y la aceptación del acantilado (léase «El caminante sobre el mar de nubes»). Frente a la decepción entre «lo que se espera de la vida / y lo que la vida nos da». Frente al miedo compartido con Alejandra Pizarnik de que la jaula se vuelva pájaro. Porque ser libres no es fácil.

Pues a eso, entre otras cosas, es a lo que nos invita Ana Alvea en su nuevo poemario. Nos ayuda, con la voz queda de la humildad y el sigilo, a abrirnos a la verdad del mundo, a la realidad del paso del tiempo. Y a aceptar su belleza. A comprendernos como lo que somos: una tenaz y fraternal «Cadena humana» que se alza hacia la vida. Creo que no hay mensaje más hermoso como epílogo en los tiempos que corren, donde se imponen el individualismo y (de nuevo) el temor a los otros.

Por eso deja que los últimos poemas que nos acompañen se tiñan de esperanza (los primeros de la última sección se titulan precisamente «Futuro» y «Aspiraciones), se pueblen de nuevo, en el itinerario casi circular que establece el libro, de olas y pájaros, hablen del amor inmerso en el tiempo («Serán cansancio, mas tendrá sentido», glosa a Quevedo), del tierno peso de la rutina, de la pervivencia del mundo en la infancia, con sus muchas posibilidades. Y todo ello traspasado por la autenticidad y el deseo de ser en lo sencillo y transmutarse en vida. Aunque esta se acabe.

Las ventanas del tiempo (Maclein y Parker, 2022) | Ana Isabel Alvea Sánchez | 96 páginas | 11,54 euros |

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