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Autopsia privada

Ofelia y otras lunas

Javier Vela

Hiperión, 2012

ISBN: 978-84-9002-000-5

62 páginas

9 €

XIX Premio Ciudad de Córdoba «Ricardo Molina»



José Martínez Ros

Crecemos como esporas atomizadas por la costumbre, / pero no hay crecimiento sino retrocesión, / materia inerte y células simbólicas. /
Pero no hay crecimiento sino demacración, /luz sucia, leche amarga, mierda en los orinales.

Ofelia y otras lunas no es tanto el mejor libro hasta la fecha de Javier Vela, sino su mejor poema, lo que equivale a decir que es uno de los más hermosos de la reciente poesía en español: un largo poema, articulado en diversos fragmentos, pero cerrado en su dispersión como conjunto único y coherente. Todos sus recursos líricos, cada uno de esos versos, están empleados en la descripción de un sujeto el cual es complicado no identificar totalmente con su propio autor, que despliega en su escritura lo que podríamos llamar los demonios de su alma -ante todo un sentimiento de pérdida: pérdida amorosa, familiar, identitaria- y realiza una extraordinaria purga de su  memoria: una crítica y una mirada hacia los abismos que oculta la memoria si la contemplamos bajo la luz, a veces implacable, de la conciencia, poniendo de manifiesto la importancia del olvido en la reconstrucción psicológica y moral del individuo.
«Un niño me contempla desde el fondo / oscuro y frío del tiempo. / Sonríe, se persigna y estalla en mil palomas.»
También es el poema de una ciudad, Madrid, en la que se mezclan las visiones decadentes, “sucias”, la urbe, con referencias clásicas -tal vez para aumentar su halo intemporal-, una combinación que nos recuerda al primer Eliot, el de Prufrock y algunos pasajes de The Waste Land, al Pound más fatalista y al Lorca de Poeta en Nueva York.
“Queda un olor a lámpara quemada, / un baile de azafatas. /
Vi retornar el día como esos libertinos que tu fulgor encubre y amamanta, / y vuelven al pasado como un chucho a sus vómitos.“
  
El poeta es, como quería Baudelaire, “un héroe para sí mismo”, anhelante de una plenitud vital que parece encontrar en el pasado, pero, como sucede en el caso de cualquiera de nosotros, sólo halla en pequeños destellos, en momentos -es inevitable- efímeros, pero también es capaz de adoptar otras máscaras: la de payaso, ‘dandy’, esteta o la de su propio verdugo. Se dirige a una figura femenina necesariamente fantasmal -puesto que no representa a una sola persona y puede ser la luna, la muerte o incluso la madre de una distante infancia-, la que ha dado el nombre de Ofelia, pero a la que hubiera podido llamar, con igual certeza, “otredad”, lo desconocido, el futuro. Vamos a remarcarlo, por si no os enterasteis: Ofelia y otras lunas es uno de los poemas más bellos de la reciente literatura española.
“Y ahora, ¿a dónde iremos?/ Como un temblor de sombra tus labios me consuelan, / en tanto que tu lengua, tierna como un exilio de panteras, / aguza mis sentidos, pero luego te alejas por la acera contraria / llevándote contigo la verdad de la tarde, / la verdad nebulosa de la calle sin ti.”

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