Niveles de vida
Julian Barnes
Anagrama, 2014. Colección “Panorama de narrativas”
ISBN: 978-84-339-7904-9
143 páginas
14,90 €
Traducción de Jaime Zulaika
José M. López
“Polvo serán, mas polvo enamorado”
(Francisco de Quevedo y Villegas)
La mayoría de mis novelistas preferidos escribe sobre temas que no me interesan en absoluto. Por el camino de Swann es una de las mejores novelas que he leído jamás, a pesar de que considero el tema de los celos de lo más anodino e infantil. Me apasiona Rulfo, y, sin embargo, soy bastante urbanita, y no tengo curiosidad alguna por esos paisajes rurales mexicanos. Lo mismo me pasa con Faulkner. No digo que no me apetezca hacer algún día un viaje en coche por el ‘deep south’ estadounidense que recrea su Yoknapatawpha, pero, sinceramente, me quedo con NYC. Con autores vivos me pasa. Qué más da que Vila-Matas me escriba sobre hijos que no tienen hijos, escritores que no escriben o de las artes plásticas posmodernas, si siempre termina hablando sobre mí o sobre mi vida. Y algo similar me sucede con Julian Barnes, ya que me puede gustar un libro suyo que trate de Flaubert (autor al que ni he leído) o sobre cocina (práctica cotidiana que “no me simpatiza”). Por eso, cuando me enteré de que el autor de Leicester había escrito una nueva obra que trataba, entre otros temas, sobre los orígenes de la aeronáutica y los primeros viajes en globo, no tardé ni en un segundo en ir a comprármelo.
Niveles de vida es un libro compuesto por tres historias, que hacen descender al lector de lo más elevado a las oscuridades más tétricas del averno. El autor marca tres niveles, uno por cada capítulo: la aventura de mantenerse en el aire (“El pecado de la altura”), el amor más pasional y terreno (“Lo llano”) y el dolor por la muerte de la mujer amada (“La pérdida de la profundidad”). La primera está protagonizada por Nadar, fotógrafo al que debemos las primeras instantáneas aéreas de la historia. La segunda desarrolla el ‘affaire’ entre el coronel británico Fred Burnaby, que ya aparecía en la anterior historia, y Sarah Bernhardt. El último capítulo lo compone una dolorosa reflexión sobre la pérdida de su esposa. “El pecado de la altura” me parece un entusiasta tratado acerca de la pasión por la aventura de volar y el desenfrenado deseo de retratar la realidad desde arriba, es decir, con objetividad. Ya digo, sin ser aficionado al tema, este relato me ha insuflado un entusiasmo por la navegación aérea similar al que me producen las películas de Hayao Mizayaki. Junto a las evocadoras reflexiones sobre la altura y su simbología, Barnes salpica cada página con la aparición de sus ya habituales escritores franceses del siglo XIX: Flaubert, Hugo, Gautier o Baudelaire. Debido a la historia de amor que se nos cuenta en “Lo llano”, la reflexión tiene menos cabida, y predomina la narración, así como unos jugosísimos diálogos ente el militar y la artista; eso sí, el tema de la aeronáutica y la pasión por las alturas sobrevuela por encima de la trama amorosa principal. El coronel Fred Burnaby es un hombre fuerte y apasionado que está perdidamente enamorado de la Bernhardt, una artista bohemia, libre e infectada de cierto malditismo. El capítulo no es más que la bonita historia de amor y soledad que se desarrolla entre estos dos personajes. Por último, “La pérdida de la profundidad” conforma el mejor episodio de los tres, y la más bella y dolorosa elegía hacia la amada muerta que haya leído en prosa jamás, solo comparable en intensidad y condensación emocional a los cantos petrarquista hacia Laura. Tras el fallecimiento de su mujer en 2008, el tema de la muerte ha adquirido aún más presencia en la obra de Barnes (Pulso, El sentido de un final, Nada que temer), y con este capítulo parece desnudarse por completo, rasgarse todas las vestiduras y contar de manera descarnada la enorme aflicción que le produjo este hecho. El resultado es un crudelísimo tratado sobre el amor y la muerte, narrado, en ocasiones, en el tono aséptico de una memoria científica, lo que transmite al lector un dolor más angustioso y desesperado, y le hace gritar, coger de la solapa al irritante y sosegado narrador para hacer que se desgañite de la desesperación que sabe que lleva dentro. Porque esa aparente frialdad no evita que tras cada línea se atisbe un personaje infinitamente dolorido, que, a pesar de todo, analiza con cierto rigor las diferentes reacciones que le sobrevinieron tras la desaparición de su esposa: desde el enfado, a la indiferencia, pasando por la añoranza, la tristeza o el suicidio.
El ‘leitmotiv’ en que Barnes fundamenta cada una de las tres historias, es que, si juntas dos cosas que no se habían juntado antes, puede que no pase nada, pero puede también que el mundo cambie: si se unen el placer por la fotografía con la pasión por la aventura de volar, si se encuentran, por ejemplo, dos personalidades tan distintas como la de un soldado y una artista, o si se separan por siempre el enamorado de la persona que ama, que es lo mismo que decir que se juntan el viudo y su nuevo estado de soledad. Siempre desde arriba hacia abajo, desde lo más anecdótico -una afición tan personal como la aeronáutica- hasta llegar a temas que a todos nos afectan o nos emocionan, como, por ejemplo, la pérdida de un ser querido. Y siempre con un estilo elegante y fluido, recurrente, en el que, por muy digresivo y enrevesado que parezca todo al principio, al final los elementos de cada relato se van engarzando y acaban adquiriendo sentido, dando como resultado una natural coherencia que parece ir más allá de la artificiosa mano del escritor. Efectivamente, si se juntan dos cosas que no se habían juntado antes, puede que el mundo cambie. Y, hasta ahora, siempre que me he juntado yo con un libro de Barnes, algo pequeño, pero algo, en definitiva, ha cambiado en mi vida.
Preciosa reseña que no por apasionada pierde un ápice de rigor. Estoy contigo en la admiración a Barnes, un hombre que va a más, aunque nunca haya sido autor de dejarse constreñir por ataduras, noto que con cada libro nuevo ahonda en su posmodernismo (en el buen sentido de la palabra).
Gracias por el comentario, José María. Ese «en el buen sentido de la palabra» con el que calificas el posmodernismo de Barnes creo que se debe a la sencillez con la que lo afronta, si es que se plantea el tema, que lo dudo. Al final, creo que la clave es escribir bien, no como otros escritores, que se refugian en las técnicas «posmodernas» para disimular su mediocridad. Simplemente.
Gran reseña, amigo López.
Me alegra que te haya gustado, Fran!