Saul Bellow
Alfabia, 2011
ISBN: 978-84-938909-4-0
720 páginas
28 €
Prólogo de Benjamin Taylor
Traducción de Daniel Gascón
Sara Mesa
No soy especialmente mitómana, pero cuando siento curiosidad hacia la biografía de un escritor suelo inclinarme más hacia el lado de los fracasados, los desconocidos, los raros, aquellos que no alcanzaron la fama literaria y ni siquiera, quizá, la buscaron. Por eso el caso de Saul Bellow es una anomalía en esta tendencia: representa el modelo de escritor exitoso, galardonado hasta llegar a la cumbre del Nobel, agasajado en sus numerosos viajes, reconocido por escritores, críticos y hasta políticos, con legiones de admiradores por todo el mundo y, para acabar el lote, una larguísima vida acompañado de una no menos larga lista de mujeres (¡fue padre a los 84 años!). Pero es que resulta casi imposible no caer en la fascinación hacia este enorme escritor, un seductor nato, siempre brillante, siempre inagotable, siempre sugerente incluso hasta cuando es excesivo.
Buena muestra de todo esto son las cartas que ahora se publican en un grueso volumen en la editorial Alfabia, cartas que, para más inri, son solo las dos quintas partes de las conocidas. Sí, su vida fue larga, pero aún así se trata de una correspondencia considerable… podríamos decir entonces que el escritor padeció la misma enfermedad que Herzog, aquel inolvidable personaje poseído por el furor de escribir a todo el mundo sobre todos los temas posibles. La diferencia está en que el mismo Herzog sabía que su manía era excéntrica y ridícula, mientras que a Bellow lo vemos convencido de que la correspondencia era, quizá, la única manera de mantener el contacto con todos aquellos a los que tenía lejos. Sobre esta tendencia a escribir cartas le dirá a Martin Amis “Es una pena que la gente que me importa esté tan ampliamente distribuida sobre la faz de la tierra. Pero también uno tiende a pensar más en ellos. La proximidad no lo es todo”.
La primera sensación que uno tiene al leer estas Cartas es que está ante varios libros mezclados, varias historias que muestran las múltiples caras de Saul Bellow, su actividad frenética y multiforme. A través de ellas se ve cómo fue su relación con otros escritores, con sus editores, amigos, amantes, esposas, ex exposas, hijos. Casi todas las cartas, hasta las más formales, tienen el “sello Bellow”, esto es, esa “especie de fusión de coloquialismo y elegancia”, en sus propias palabras, o esa tendencia a reflexionar mientras escribe de una manera que es natural para él pero que resulta sorprendente para el lector. Ese poso de clarividencia aparece frecuentemente: en las cartas amorosas y en las de ruptura; en las que habla de literatura y en aquellas otras en que lo hace de filosofía, de política o de la cuestión judía; en las que disecciona con frialdad la sociedad del momento, pero también en las que se zambulle a fondo en sí mismo y confiesa su desánimo, su miedo a envejecer o sus deseos de congelar el tiempo. Bellow no puede nunca dejar de ser Bellow.
El lado más jugoso del libro son sin duda las cartas que dirige a otros escritores, en especial las que envía a John Cheever, Bernard Malamud, James Salter, Philip Roth y Martin Amis. También hay otras curiosidades: la famosa carta a Faulkner (donde le denegó su apoyo para pedir la liberación de Ezra Pound), y otras enviadas a Anne Sexton, Joyce Carol Oates, Vargas Llosa, e incluso a Marcelo Mastroianni, que quería llevar al cine una de sus novelas.
Hay cartas íntimas y otras más distantes, cartas complacientes y cartas díscolas. Bellow modula su tono, sabe hablar entre líneas, de modo que se aprecian sin problema las peculiaridades de la relación con cada interlocutor. El cariño y la admiración hacia Cheever son quizá de lo más emotivo del conjunto: en una carta de 1976, cuando Cheever le propone que lea Falconer, Bellow le dice: “¿Si me apetece leer tu libro? ¿Aceptaría un viaje gratis a Xanadú con Helena de Troya como ayuda de cámara? Anhelo leer las pruebas”. En otra carta de 1981 le confiesa su admiración rendidamente: “Cuando leí tus cuentos reunidos me emocionó ver la transformación que se producía en la página impresa. No hay nada que importe de verdad, salvo esa acción transformadora del alma. Te amé por eso. Te amaba de todos modos, pero por eso especialmente”.
También hubo una estrecha relación con Philip Roth, al que no excluyó de sus críticas: en una carta de 1998 le cuestiona la verosimilitud de los personajes de Me casé con un comunista (“Eve es solo una mujer lamentable y Sylphid es una chica gorda, mimada y malvada con joroba de bisonta”), pero también admite: “no hay mucha gente con la que pueda ser tan franco”. Esto no impidió que en 2000 se dirigiera a la academia sueca para proponerlo para el Nobel. Lo admiraba realmente: “Cuando llegué a Chicago -le escribió- y leí tus cuentos, supe que eras auténtico. Cuando era niño, había herreros, y no he olvidado el sonido que hace un martillo auténtico sobre un yunque de verdad”. En otra carta posterior le agradece también su amistad: “En ti tuve un testigo de mi propia clase y un punto de equilibrio. Sin tu apoyo las olas iracundas me habrían arrastrado por la severa y rocosa costa judía”.
La relación con Martin Amis tiende más a ser de tipo paterno-filial. Algunas de las cartas que le remite resultan emotivas, pues a él, que había sido testigo por aquel entonces la enfermedad y muerte de su padre, pudo hablarle con franqueza de los miedos ante su propia vejez. Aquí Bellow se vuelve más introspectivo, también más humano y frágil. En cartas de 1994 expresa: “siento el rencor de la naturaleza contra la edad”. También le habla de lo que posiblemente fuese el secreto de su longevidad: mantenerse siempre activo (“Es la estrategia que uno tiene para hacer frente a la edad, y a la muerte. Porque uno no puede morir con tantas obligaciones por delante. Nuestra hábil especie, tan fértil, tan llena de recursos para negar su debilidad”).
Bellow fue generoso con sus colegas y sus amigos. A Malamud al principio lo trató con distancia, pero terminará llamándolo cariñosamente Bern y lo propondrá para la beca Guggenheim. Nunca perderá la relación con sus amigos de juventud, como Oscar Tarcov, y se enorgulleció de saber mantener sus “primeros contactos” a pesar de su carrera de escritor.
Muy curiosas resultan también las cartas de amor a Margaret Staats del año 1966, en las que se vislumbran la emoción, la pasión, el miedo a la diferencia de edad, también los celos. Enamorado, Bellow echa mano de los tópicos (“Anhelo volver a verte. Te echo tanto de menos, es como la enfermedad o el hambre. Una enfermedad de amor infantil”, “Has hecho que la humanidad y el mundo parezcan diferentes”, “Mi placer en la vida: pensar en ti. La valentina blanca. Tu rostro cuando hacemos el amor”). El romance fue corto, pero a Margaret Staats continuó escribiéndole durante muchos años. En 1984 le confesará “Parece que nunca he aceptado mi condición. La construcción de un artista; siete décadas de trabajo sin reconciliarme con los hechos esenciales de mi condición. Realmente, soy un alfeñique de considerable distinción, pero indudablemente un alfeñique”. Contemporáneas a las cartas de amor a Staat son las que envía a su ex mujer Sondra Tschacbasov, en las que le habla con cierta cicatería de la pensión que ha de pagarle a su hijo, o en las que discute con mordacidad por la educación del niño. Las miserias del divorcio junto con las del amor: Bellow completa así todos sus perfiles.
Hay que agradecer la inclusión en el volumen de numeroso material en torno a estas cartas: la introducción de Benjamin Taylor, sus notas finales, una cronología muy completa y un índice onomástico. Las cartas también van acompañadas de notas aclaratorias para situar al lector en el contexto, o para aportar datos sobre las personalidades menos conocidas.
¿Merece la pena este libro? Sí, sin duda, pero quizá solo para rendidos admiradores de su autor (que no son pocos). Esto es así porque no todas las cartas tienen el mismo interés, muchos de los destinatarios son desconocidos, uno se queda con ganas de saber algunas respuestas, dado que la correspondencia que tenemos es unidireccional (¿los celos que le carcomían a causa de Staat tenían motivos reales? ¿le contestó Faulkner a su negativa de apoyo?), pero, sobre todo, porque aunque Saul Bellow es grande siempre, lo es mucho más en la ficción. Eso sí, una vez leídos todos sus libros, nada mejor que continuar con estas maravillosas cartas, sin dudarlo: son un testimonio muy valioso de uno de los grandes del siglo XX.
Wonderful.
Yes
Me cuentan, desde la oficina de correos, que muchas de las cartas enviadas por Below tenían matasellos de Alicante. Inquietante, ¿verdad?