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Black aguado

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La rubia de ojos negros

Benjamin Black

Alfaguara, 2014

ISBN: 978-84-2041-692-2

336 páginas

19,50 €

Traducción de Nuria Barrios

 

 

José Martínez Ros

El irlandés John Banville es uno de los mejores y más alabados escritores de Europa. Acaba de recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Novelas excepcionales como El mar o Los infinitos lo han colocado en el Olimpo literario; pero se diría que, además del aprecio de una minoría de lectores selectos, desea ganarse al gran público. Y para conseguirlo, hace unos años, empezó a publicar una -muy bien recibida- serie de novelas policiacas ambientadas en su Dublín natal protagonizadas por un hosco forense, Quirke, bajo el público seudónimo de Benjamin Black, en las que abdica, curiosamente, de sus envidiables dotes como estilista de sus temas habituales -el paso inmisericorde del tiempo, la futilidad de las pasiones humanas…-. Y por si tal hecho no representara ya suficiente duplicidad literaria, ha aceptado “suplantar” u homenajear a un clásico del género: ha escrito esta novela que ahora nos trae Alfaguara, La rubia de ojos negros, donde recrea a Philip Marlowe, el inmortal detective de Raymond Chandler, el prototipo de “fisgón” a sueldo desde que Chandler publicó la primera de sus novelas, El sueño eterno, allá por 1939. 

Por supuesto, en una novela de Marlowe debe haber una ‘femme fatale’ que ponga en marcha la trama. Y en La rubia de ojos negros hay una (‘sic’) «rubia de ojos negros» llamada Clare Cavendish, heredera de la fortuna de una rica fabricante de perfumes. Clare quiere que Marlowe encuentre a un supuesto ex-amante, Nico Peterson, un representante de estrellas de tres al cuarto que lleva un buen tiempo sin dar señales de vida. Sin embargo, parece quePeterson está criando malvas, víctima de un brutal accidente… pero eso Clare ya lo sabía. Lo raro es que ella lo ha visto. Y no estaba muerto, sino de parranda…

Banville conoce bien la obra de Chandler: hay guiños a La dama del lago, pero también a El sueño eterno, a La hermana pequeña y, por supuesto, a su obra maestra absoluta, El largo adiós. Pero flaquea en los dos puntos fuertes del norteamericano: su capacidad de crear tramas laberínticas y convincentes; y, sobre todo, el propioMarlowe. Después de leer varias de sus obras, conocemos perfectamente su manera de actuar -que ha sido comparada más de una vez con la de un “caballero andante”-, su ironía devastadora que apenas oculta la firmeza de sus principios, que ante todo es un hombre solo y bueno en un mundo podrido. Pero Banville/Black parece perderse en los escenarios californianos de Chandler, que resultan demasiado luminosos y poco opresivos, los secundarios han sido extraídos de una galería de clichés del género policíaco y Marlowe no es Marlowe, sino un poco convincente imitador que intenta remedarlo con chistes sin gracia. Una pena.

En cualquier caso, la más bien mediocre novela de Black nos sirve para recomendar sus excelentes novelas -si no han leído una de las mejores novelas del siglo XX, El largo adiós, no saben lo que se pierden- y algunos de sus más heterodoxos herederos: por ejemplo, el Haruki Murakami de La caza del carnero salvaje o el Paul Auster de La trilogía de Nueva York. Y sus dos mejores adaptaciones al cine: El sueño eterno, con Humphrey Bogart, y Adiós, muñeca, con Robert Mitchum. De lujo.

[Publicado en Notodo.com]

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