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Blandengue y vampírica España

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El genuino sabor

Mercedes Cebrián

Literatura Radom House, 2014

ISBN: 978-84-397-2854-2

160 páginas

17,90 €

 

 

 

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Zeta

Manuel Vilas

Salto de página, 2014. Colección «Púrpura»

ISBN: 978-84-1614-801-1

160 páginas

13,90 €

 

 

 

Sara Mesa

La verdad es que no sé muy bien por qué reseño estos dos libros juntos, pero me pega hacerlo. Son muy distintos, de eso no hay duda, pero quizá pesa el hecho de haberlos leído seguidos, o de que vengan de la mano de dos autores españoles actuales que me interesan, o de que ambos sean divertidos y un tanto oscuros a la vez, o de que los dos, de algún modo, retraten España desde un punto de vista tan gamberro como amargo, escapando a aburridas perspectivas historicistas.

De Mercedes Cebrián ya había antes leído cuentos y ‘nouvelles’ muy originales y sugestivos -me gustó especialmente El malestar al alcance de todos, pero también La nueva taxidermia-, razón por la que decidí hincarle el diente a esta nueva entrega, esta vez una novela breve, El genuino sabor, que me ha resultado, como su propio nombre indica, genuina y sabrosa. La literatura de Cebrián es ingeniosa, pop, fresca, tiene el brillo de la despreocupación en el sentido de que se nota que escribe lo que le da la gana, y como además lo hace bien, miel sobre hojuelas. Se me permitirá esta expresión porque, sí, hay mucho de comida en este libro, o más concretamente de gastronomía, en tanto que comida ligada a la tradición de un lugar. En este libro se acuña el término de “lo blandengue internacional” -esa mezcla de identidades que al final forma un engrudo inclasificable pero cómodo (ay, esos menús de aeropuerto)-, lo cual se manifiesta incluso en la ilustración de cubierta, que nos muestra un poco de todo, ahí arrebujado: jamón, salami, queso gruyère, mortadela y… un donuts rosa con fideitos de colores.

El genuino sabor está protagonizada por una mujer que, fantaseando desde niña con una vida de diplomática (“Qué bien vive esta gente”, oye decir siempre), termina dedicándose a trabajar primero con extranjeros, dando clases de español, y luego en el extranjero -por ejemplo en el Cono Sur o en Francia- representando lo que últimamente se ha venido a llamar «marca España», y que no sabemos muy bien qué es. Almudena, que así se llama nuestra protagonista, recala en su última parada en Londres, donde intenta integrarse -más bien inútilmente- en la idiosincrasia británica. El conflicto, resumiéndolo mucho, se plantea entre el cordero al curry y la caldereta de cordero, entre las tacitas de porcelana victoriana y el mueblebar español. La narración, articulada como una especie de ‘collage’ -lo cual, como se deduce de este análisis, tiene todo su sentido-, muestra un repertorio de situaciones excéntricas en las que se juega con los estereotipos y el concepto de pertenencia a una comunidad. Me gusta que la autora no busque verosimilitud ni permanencia -lo efímero de muchas referencias culturales es asumido sin problema-, me gusta el tono ligero con el que afronta el tema de la identidad nacional, me gustan sus ocurrencias y sus obsesiones (los alimentos caducados, las maquetas, la taxidermia…) y me gusta, sobre todo, la agilidad de la escritura, con ese tono burlesco y la visión lateral sobre la realidad y su representación cultural que lo impregna todo.

En cuanto a Zeta, de Manuel Vilas, decir que me ha gustado sería quedarme corta. Zeta me parece un excelente libro de relatos, tan peculiares, desvergonzados y siniestros que, parafraseando al autor en su impagable prólogo, sería un poco triste (él dice “terrible”) morir sin haberlo leído. El caso es que a punto hemos estado, porque Zeta era inencontrable desde su primera edición hace ya unos 15 años en la extinta editorial DVD, y es ahora gracias a Salto de Página (recientemente bautizada como “Santo de Página” en una curiosa errata de David Pérez Vega) que vamos a salvarnos, no del infierno, sino de no leerlo. En mi caso, es lo primero que leo de Vilas, aunque según él mismo eso da igual, porque es un libro completamente distinto a su obra posterior, “no un anticipo o un embrión”. Yo no sé si esto es del todo cierto, pero me quedo con hambre de más, pues descubro a un autor con un ingenio indiscutible y un sentido del humor amargo, desesperanzado y, a la vez, tremendamente vitalista.

Los relatos de Zeta están ambientados en Zaragoza, explica él, pero hay que creérselo porque él lo dice. Yo creo que da igual, podrían pertenecer a cualquier ciudad de España. Vilas huye del costumbrismo y sus modernas revisiones (“costumbrismo pop”, lo llama) y nos muestra una Zaragoza en la que aparecen Franz Kafka, Lou Reed o Sid Vicious, entre otros, en la que hay vampiros -o más bien personajes que viven como vampiros-, bares desolados, solitarios que hablan con sus neveras en sus pequeños y cochambrosos pisos y toman valium a mansalva. Son pequeños monólogos atormentados que no conducen a ninguna parte, la misma voz cínica e infantil a un tiempo que nos recuerda -y mucho- a la de los cuentos de Beckett. Es adictivo, además. No cansa. Esa voz se nos hace familiar desde el primer momento, y no queremos dejarla, pedimos más. En la mayoría de los libros de relatos uno siente la necesidad de tomar respiro entre uno y otro. No en Zeta. Yo leí todos los relatos de corrido, completamente enganchada, luego releí muchos de ellos, desordenadamente, y esto tiene su sentido: el conjunto transmite la respiración agonizante y entrecortada del fracasado, un discurso coherente que parece haber sido escrito en estado de gracia.

Los personajes de Zeta -o el personaje único, si se me permite- es, en efecto, un fracasado, y por eso quizá, como decía el autor en la estupenda entrevista que le hizo recientemente Francisco Camero, presagia la crisis española y sus efectos: “Estaba obsesionado con las ciudades, con la explotación, con la abundancia material de los ciudades (…) Es un libro sobre la soledad y el fracaso”. Lo es. Pero también -y evidentemente esto no supone contradicción alguna- es un libro que nos hace reír, y mucho. En la reciente presentación en Sevilla, el propio Vilas leyó algunas de las piezas, y al volver a ellas después de tanto tiempo, él mismo tenía que pararse y reír, sorprendiéndose como si las narraciones, definitivamente, se hubiesen independizado de su autor. Y eso que era amargo lo que leía: padres en asilos, parados extenuados e insomnes, gente que no encaja ni en su número de zapato. Pero a pesar de eso, él reía y todos reíamos. Justo esa es la magia de Zeta, la mezcla de luminosidad y negrura. Es un brillante libro de relatos que “vale la pasta que vas a pagar por él”: lo dice el mismo Vilas, y no, no bromea.

admin

3 comentarios

  1. Teniendo en cuenta que los dos libros tienen el mismo número de páginas, el que uno valga 4 € más que el otro me hace pensar que, a lo mejor, una editorial está siendo más blandengue que la otra. ¿O, acaso, la otra está siendo algo vampírica?

  2. No lo hubiese yo dicho mejor, señor Matute. Y aunque al hombre blandengue «le detesto», en este caso se agradece el esfuerzo de las editoriales que ajustan sus precios. La relación calidad-precio es excelente en el libro de Vilas. Cebrián no tiene la culpa de que su editorial sea más vampírica, pero en la comparación sale perjudicada, sí.

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