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¿Caca-culo-pedo-pis?

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Lolito

Ben Brooks

Blackie Books, 2014

ISBN: 978-84-941676-9-0

250 páginas

19 €

Traducción de Zulema Couso

 

 

Rafael Roblas Caride

Cuando explico en clase las características de la narrativa, a menudo recurro a la comparación con el juego. Así les comento a mis chavales que los libros no son más que un pretexto lúdico en el que usamos como tablero imaginario las hojas de papel y unas reglas que nos propone el autor para que las aceptemos o no, según nuestro particular deseo, imaginación o estado de ánimo. Y efectivamente, de este pacto tácito entre emisor y receptor básicamente surge el milagro de la comunicación literaria y del posterior disfrute de la lectura.

Yo no sé a ustedes, pero, al que os escribe, esta suerte de contrato ‘inter pares’ le ha permitido desde pequeñito viajar a Nueva York, a la India, al remoto País del Sol Naciente e incluso a la Luna sin necesidad de gastos extras y sin ni siquiera moverse del  salón de mi casa. Pues, curiosamente, ha sido terminar de leer este Lolito de Ben Brooks e instintivamente recordar la teoría de la verosimilitud literaria para enfrentarme a la reseña crítica de la obra. Pero vayamos por partes, intentando evitar el temido ‘spoiler’ que reviente la novela. 

Etgar es un adolescente-tipo, producto final de nuestra sociedad contemporánea, con aquellas virtudes y, sobre todo, con aquellos defectos que la caracterizan. Misántropo, depresivo, violento, acomplejado, inseguro, compulsivo. Durante unos breves días, sus padres viajan a Rusia para asistir a la boda de su tío con una joven que ha conocido por internet. Nuestro protagonista se queda entonces solo y desvalido en casa, enfrentado al resto del mundo y acompañado por su perro Amundsen, una dócil mascota escondida bajo el disfraz de una raza más fiera. En este periodo de soledad, asistimos sucesivamente a la ruptura de nuestro personaje con su novia “de toda la vida”, al desencuentro con sus amigos, al flirteo y posterior encuentro sexual con una atractiva madurita escocesa y, finalmente, al desenlace definitivo, que justifica el título del volumen.

Hasta aquí lo imprescindible de la trama. En cuanto a la manera de exponerla, el estilo de Brooks -y la traducción de Zulema Couso– constituye una rara mezcla de realismo y de recreación lírica, trufados con la precisa simplicidad de un léxico directo y soez, heredero del ‘Dirty Realism’ norteamericano de los 70… y de la transcripción fidedigna de los ‘chats’ más guarros. De este modo, Lolito adopta el esquema de un diario en primera persona, con delirantes monólogos interiores donde el fluir de conciencia de Etgar se entremezcla con trepidantes diálogos sin narrador, explicitados sólo por el guión introductorio, que sumergen al lector en la catarata comunicativa de los personajes. Así, sus perfiles psicológicos se delimitan y los contornos de sus acciones se concretan.

Nada que objetar como pretensión. Sin embargo, el efecto buscado peca por exceso, ya que, en muchas ocasiones, la obsesión sexual de los personajes -y sobre todo del protagonista- revierte en la recreación de situaciones tan infantiloides que reflejan justamente lo contrario de lo que pretende: la desmesura adolescente y su fijación transgresora. Se produce así un efecto “caca-culo-pedo-pis” que transforma una interesante materia prima en un producto final inocente y facilón. He aquí un fragmento correspondiente al momento en que Etgar reprocha a Alice, la novia, su infidelidad.

[…] – Pues no deberías haberle hecho una paja a Aaron Mathews. Vuelve atrás en el tiempo y pégale o algo.

No quiero arrancarle la cabeza.

– Te quiero.

Quiero besarla.

– ¿De verdad?

Quiero restregar mi cabeza contra la suya.

– Sí

Espera, no.

– Tengo que colgar.

No lo sé.

–  Etgar, por favor.

–  Lo siento.

–  Te dejaré que le hagas un dedo a alguien. A quien prefieras.

–  No quiero hacerle un dedo a nadie. Solo quiero hacerte dedos a ti.

–  Entonces, hazlo.

–  No sé si quiero volver a hacerte un dedo más.

Y este es sólo un ejemplo de los muchos que pueden extractarse. Precisamente, por pasajes de este tipo -por otro lado bastante numerosos en el libro- y por algunos exagerados retorcimientos en la trama, los personajes terminan arrojándose al abismo de una manera casi insultante… O no.  A ver, dejemos que se exprese mi yo más lógico.

Efectivamente, desconozco la realidad social del adolescente medio americano, pero sí me precio de conocer las interioridades más o menos confesables de los fieles que acuden cada día a las clases de mi instituto con una desmotivación y con una desgana dignas de estudio. Tampoco es menor el número de chavales conocidos que viven al filo de la navaja y tienen a sus espaldas más muescas vitales que el trabuco del Algarrobo. Sin embargo, nada comparable al bagaje de los quinceañeros de Lolito. Un muchacho que, abandonado a su suerte por los padres durante una temporada, se dedica a deambular borracho de aquí para allá  mezclando a todas horas diversas variedades etílicas sin que su hígado -ni su conciencia- se resista. Una deliciosa chica que con apenas dieciséis años ha abortado en dos ocasiones como quien se bebe un vaso de limonada. Unos adultos que permiten una vida semivegetativa de unos retoños que cohabitan, copulan, visionan vídeos extremos y se desintegran moralmente ante sus propios ojos, sin mover un dedo para evitarlo. Una profesora escocesa -para más colmo directora- que practica cibersexo y no duda en encamarse con un menor, haciendo la vista gorda a la ley y complicándose la vida inútilmente. Un padre descuidero que sólo irrumpe en el relato para preguntarse sobre la virilidad de su hijo. Etcétera. ¿Entonces?

Si recordamos la teoría de la verosimilitud, cualquier relato, hasta los más disparatados y surrealistas que puedan proponerse, necesitan algunos puntales que sustenten la ficción, y Lolito llega a descolocar, tanto por sus giros argumentales como por la “lógica” de sus personajes. Aunque luego uno recuerda el espléndido trabajo narrativo de Mark Addon en El curioso incidente del perro a medianoche y todo llega a encajar. Véase a continuación uno de los pasajes más brillantes de la novela de Brooks: el momento en el que el niño Etgar descubre el cadáver de su abuela, inaugurando así una nueva etapa presidida por los miedos y las frustraciones que explican su yo adolescente:

Abrí la puerta.

La abuela no estaba dormida en la bañera, estaba muerta, desplomada sobre los grifos en una pirueta extraña. Vestía ropa interior verde y un sujetador color carne. Su cuerpo parecía más grande que de costumbre. Toda la piel se acumulaba en un montón, colgando de las tetas y de la cara; las piernas grises apuntaban en direcciones opuestas, como las antenas de una televisión. Tenían la textura de un kebab.

No corrí  hacia ella para abrazarla. No le di una bofetada en la cara ni le pedía que se despertara. No repetí “no, por favor”, sin parar. […]

Fui a la cocina y cogí dos cuchillos. Encendí todas las luces. Me senté fuera, a la derecha de la puerta de la calle, en la hierba alta salpicada de cardos, viendo siluetas de osos en la oscuridad”.

Osos en la oscuridad, pensamientos delirantes, alcohol y sexo a mansalva,… ¿No estará la esquizofrenia del “narrador Etgar” engañando al lector? Incógnitas. Luces y sombras en una travesura incompleta. Definitivamente no. Esta no es una mala novela de Ben Brooks, al que, por otra parte, se le adivinan unas cualidades innatas como escritor y un margen de mejora más que considerable.

Aunque, claro está, habría que hablar con el departamento de márketing de Blackie Books para que rectifiquen, porque cuando observo en la pegatina de reclamo del volumen la cita de Nick Cave anunciando que es “el libro más divertido y brutal” que ha leído en años o escucho los aplausos que aclaman a este Lolito como una extraordinaria parodia de la magistral obra de Nabokov, se me caen los palos del sombrajo. No sé, como que me siento fuera de onda al no encontrarle el punto de sal a ese anunciado guiso. En primer lugar, porque todo aquel que vaya buscando reírse con esta obra de Brooks fracasará en el intento, a menos que disfrute contemplando la desintegración personal del indefenso Etgar. Y luego porque unir en una misma oración Lolito y Nabokov me sigue pareciendo un sacrilegio, por más que el sustantivo “parodia” maquille el efecto.

Así que no se engañe el lector: nada de parodias amables. Detrás esta novela lo que se esconde es un mensaje -este sí- brutal y demoledor de una sociedad en descomposición, depravada, cínica y egoísta, donde nadie está capacitado para retener su inocencia. Lolito es la vida misma narrada por una mente enferma. Pasen y vean, que da que pensar.

admin

Un comentario

  1. Pues muy buena reseña, sí señor. Una novela-puente que enlaza generaciones (también literarias). Me pone en la pista de si sería un buen acicate para promover la lectura de los más jóvenes. La leeré sin duda. Gracias Rafael.

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