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Callos a la zamorana


Viscerales

VV. AA. Edición de José Ángel Barrueco y Mario Crespo

Ediciones del Viento, 2011. Colección «Viento Abierto»

ISBN: 978-84-96964-76-1

216 páginas

18 €

Fran G. Matute

Resulta tremendamente atractiva la idea que subyace detrás de esta colección de relatos recopilados por los zamoranos José Ángel Barrueco y Mario Crespo, que atiende al nombre genérico de Viscerales. Se trata de una selección de textos, más que de autores (aunque una cosa vaya inexorablemente unida a la otra), que promete sudar «rabia, sinceridad, corazón, hígado, riñones, calor y desnudez«. Estamos por tanto ante un cocido maragato, un plato de callos, un mondongo con panceta, un ‘haggis’, un ‘gumbo’… cualquier cosa que se consuma humeante y contenga elementos gelatinosos, pringosos, grasientos e indigestos para el cuerpo y la mente. Vamos, que si no da gases no mola.

Eso es lo que anuncia el menú, pero parece que los grandes chefs pidieron una baja ese día. O si queréis, dejémoslo en que los pesos pesados que conforman la nómina de autores de esta colección de relatos no han utilizado sus mejores ingredientes a la hora de preparar sus comandas: ni Enrique Vila-Matas, ni Carlos Salem (el que por lo menos nos descubre, gracias a su texto, el origen de su celebérrimo «huevo izquierdo del talento» con el que da nombre a su blog), ni Manuel Vilas (este llega a rozar la chorrada), ni siquiera Montero Glez, el más afín de todos a la filosofía de esta publicación, cubren las expectativas culinarias.

Así que es mejor ir a este restaurante zamorano otro día, cuando sepamos que en la cocina están Francesco Spinoglio, Javier Esteban (digno su texto de David Foster Wallace), Julio Valdeón Blanco, Lucía Fraga, Patxi Irurzun (genial su lisérgico viaje por la Vera cacereña, al más puro estilo ‘beatnick’ en «Reliquias y jorobas»), Dani Ruiz García (sé que parezco el padre de Hamilton, pero ¿acaso no es su «Pliego de descargo» el mejor relato del libro?)… Son ellos, (y algunos pocos más) los que dan prestancia al local. Son ellos los que dan lustre al proyecto culinario, los que vertebran toda la edición con su visceralismo (auténtico, no impostado como el de otros participantes), doliente, sudoroso, pegajoso, quebradizo.

¿Y cuál es el equilibrio nutricional de este libro? ¿Es indigesto o liviano? Digamos que las chicas (la citada Lucía Fraga, Ana Pérez Cañamares, Roxana Popelka, Adriana Bañares, Alejandra Zina) se llevan la mejor parte. Sus muslos son tiernos, sus salsas picantes (aunque recurran en demasiadas ocasiones al semen como condimento de sus platos), sus morrillos comestibles. Algunos hombres no cocinan mal del todo (meritorio Alberto Haj-Saleh con su «En todas las parejas hay peleas» y ese fantástico reproche «¡Estoy en pelotas sobre ti y ni siquiera se te calientan los pies!»; interesante David Murders tomando como modelo visceral al descomunal Pig Champion de los Poison Idea; el «Barrizal» monteresco del Kutxi Romero o el rabioso «Burofax» enviado por Alfonso Xen Rabanal), pero otros abusan de las especias (José Manuel Vara, Jorge Espina) o directamente mezclan mal los ingredientes (David Refoyo, Javier Das, Iñaki Echarte Vidarte).

A esta alturas os podréis hacer una idea de que la selección de los 40 platos del menú que propone Viscerales haya quedado algo desequilibrada. Demasiados carbohidratos (la conexión con el blog Hankover es alargada), que te llenan el estómago pero alimentan poco. Téngase en cuenta además que muchos textos toman formas teatrales o de poemario, lo que dificulta que los jugos salivares hagan su trabajo correctamente. Si tomamos como modelo clásico del visceralismo las «Tripas» (2005) de Chuck Palahniuk, debemos admitir que tras engullir estos callos a la zamorana no hemos necesitado Aero-red.

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