ELENA MARQUÉS | Hace unos meses invitamos a nuestra tertulia al escritor y pintor onubense Juan Villa para comentar con él su Mal tiempo; un volumen que reunía dos magníficas novelas cortas ambientadas, como prácticamente toda su obra, en el mítico entorno de Doñana. En aquella jornada disfrutamos de su compañía y su palabra, de ese buen hacer al que, en estos tiempos bastante mediocres y/o perezosos en lo literario, nos tiene malacostumbrados, y nos anunció su próxima publicación, El complejo de Lumumba, así como un tono y estilo bien distintos a los que había empleado hasta ahora.
Como quiera que una es animal de costumbres, le cuesta salir de su zona de confort y en ocasiones cree eso que dicen de que un escritor está siempre escribiendo el mismo libro, ese aviso de cambio de tercio hacia el humor y la parodia me resultó desconcertante y hasta peligroso. No imaginaba un Juan Villa diferente del autor de Crónica de las arenas. No lo veía dibujando personajes que no fueran dramáticos. No concebía que sus protagonistas se desenvolvieran fuera de la oscuridad de la posguerra y de la luz de sus territorios del sur.
Lo que son los prejuicios.
Y es que pocos escritores hoy día se manejan con tanta agilidad, en una prosa tan rica e inteligente, como él; pocos saben encajar su extensa cultura literaria sin pedantería, como un humus y un eco y no como un pastiche, y con una humildad que se le acepta porque eso siempre es una virtud. Aunque a mí lo que me sale es agitarlo un poco para recordarle lo bien que lo hace y que ya es hora de que se lo crea. Porque, usando el término en lo que intuyo significa, Juan Villa bien podría figurar entre los clásicos de hoy y de siempre.
Por supuesto, la escritura del almonteño de nuevo se muestra exquisita; un alarde de precisión y equilibrio tocado esta vez por un fino sentido del humor y unos divertidos juegos lingüísticos y literarios (léase el capítulo XIII, «En los primeros tiempos») con los que rinde homenaje a Cervantes, Joyce, Manrique, Vélez de Guevara y ese largo etcétera que compone nuestro ubérrimo pasado narratológico. Y con esos mimbres de frescura, pero también de hondura y seriedad (poca filosofía se vierte en algunos discursos), nos retrata una generación en la que, inevitablemente, más de uno nos reconocemos. Si es que rasgos como el desencanto, el miedo a la muerte o la rendición, el abandono de actitudes e ideas más o menos heroicas, no son atributos puramente humanos, individuales, más que de cualquier colectividad coincidente en el tiempo.
Y el tiempo, o más bien su trágica detención, la presencia inevitable de la muerte, es el que convoca a los pobladores de El complejo de Lumumba a esta singular cita literaria. Los habitantes de esa urbanización ideal nacida de un sueño juvenil rayano en la utopía, con sus caracteres propios y sus discursos particulares, se trasladan al tanatorio a velar a uno de sus primeros convecinos fallecidos. En eso podría resumirse la pequeña trama. Una noche de esas características, lo sabemos por experiencia (no voy a traer aquí novelas que se desarrollan en una sola jornada porque estoy segura de que las tendremos en la cabeza), da mucho de sí, y a Juan Villa le sirve para exponer ante nuestros ojos, como suele decirse, un microcosmos que trasciende sus minucias y representa un momento concreto de la sociedad española en el que nuestra generación se reconoce: la liberadora y esperanzada Transición.
El análisis que realiza Villa de esos habitantes del idílico complejo urbanístico nacido con generosas intenciones, de ese grupo autocalificado de izquierdas pero que aspira, como todo quisque, a ingresar, con su perfil pseudoculto y pseudoprogre, en la cómoda y acomodada pequeño-burguesía, es no solo divertidísimo, sino acerado y acertado y una demostración de agudeza continua, además de un jarro de agua fría para esos individuos ególatras, pretenciosos y vanidosos en que nos hemos convertido. En cada uno de esos personajes, profesores, poetas de medio pelo, filósofos de tres al cuarto, abogadillos, economistas, parejas que se pensaban para toda la vida, solteros empedernidos, cazadores tartarinescos de gorras y pelmazos de vocación, se refleja toda una sociedad que tiene en su juventud, como todas, el destino de comerse el mundo, y que acaba devorada, o al menos escupida, por él. Y, claro, si además son mirados con ese sentido del humor que tantas veces nos falta (seguramente porque somos menos inteligentes de lo que nos creemos), con esa ternura murillesca que señala las mellas pero con una sonrisa, e incluso con una carcajada en la magnífica escena del «entierro» portuario (para eso nuestras vidas son los ríos que etcétera), el resultado es para ponerle un piso. Aunque sea entre los adosados del complejo Lumumba.
Así que ahí queda. He disfrutado mucho de este cambio de tercio de Juan Villa y recomiendo su lectura. De verdad que es una novela amable, muy amable. Y una oportunidad única para reírnos de nosotros mismos.
El complejo de Lumumba (Niebla, 2024) | Juan Villa | 160 páginas | 16,95 euros