MANOLO HARO | Un año antes de su muerte, el filósofo y criminalista alemán Paul Johann Anselm von Feuerbach dio a la imprenta su obra Kaspar Hauser. Ejemplo de un crimen contra la vida interior del hombre. Supongo que su interés por esta persona provino de su conocimiento directo del caso y de, a su vez, las tristes circunstancias en las que se desarrollaron la aparición y extraña existencia del propio Kaspar Hauser, abordables desde el doble filo de la filosofía y el código penal.
El 26 de mayo de 1828, aparece en Núremberg un joven con aspecto de campesino arrastrándose dificultosamente. Se trata de Kaspar Hauser. El detalle de que aquel día fuera lunes de Pentecostés parece una pirueta del destino en la vida del muchacho y en la de los que más tarde se harían cargo de él: el viento Paráclito, el espíritu santo, otorga a los discípulos el don de lenguas, corrigiendo la confusión babélica y dando la posibilidad de llevar un nuevo mensaje al mundo. El mensaje que trae Hauser en forma de carta es un acertijo, un éxtasis combinatorio de datos –no se sabe si fraudulentos– acerca de un cuerpo que se arrastra y cuyo pasado está atado a las dos cartas que porta. Si hubieron de fiarse –tal como hemos de hacer nosotros– de lo que se decía en esas dos cartas, Hauser es un hijo expósito criado por la persona que dirige esas líneas al capitán del cuarto escuadrón del sexto regimiento de caballería. Cuenta que el niño fue entregado a él por su pobre madre, que se le dio toda la educación posible y que ahora quiere servir fielmente a su rey. El supuesto texto de la supuesta madre reza así: “El niño ya está bautizado, se llama Kasper; en (o sea: un) apellido debe darle usted mismo, y criarlo; su padre era un jinete de caballería ligera, cuando tenga diecisiete años envíelo a Núremberg, al sexto regimiento de caballería ligera, ahí también ha estado su padre; pido por su educación hasta los diecisiete años, nació el 30 de abril del año 1812, yo soy una pobre muchacha, no puedo alimentar al bebé, su padre ha muerto.”
Kaspar apenas habla, a pesar de contar con más o menos 16 años. Su voz y su pasado son esos papeles que porta. Su presencia y su estado mental no podrían hacer dudar a nadie de que todo ello no fuera cierto. Como una esponja de mar en la orilla, sometida a los puyazos de niños curiosos, así es en un primer momento la vida de Hauser. Se convierte en una atracción para los ciudadanos de Núremberg. Recogido en casa del carcelero, es visitado por diferentes personalidades y curiosos que exponen su hipersensible figura a toda suerte de experimentos domésticos como la ingesta de café, leche o cerveza, que provoca en el muchacho evidentes trastornos. Feuerbach se vale para su trabajo de las notas del profesor Daumer, el hombre que con cualidad humanística se hará cargo de Kaspar y que indagará profundamente en su vida previa y en su psicología. A partir de su relación con el expósito sabemos que vivió en lo que el mismo joven llamaba agujero o jaula; que su relación con el exterior fue mínima; que sus necesidades las hacía en una olla; y que una sola persona tuvo contacto con él en ese inhóspito lugar. Esa persona es, a ojos de Feuerbach –a la sazón autor del Código Penal de Baviera–, a la que habría que juzgar por los delitos de reclusión ilegal, de abandono y, en el caso de que estuviera tipificado, por el delito contra la vida interior de un hombre.
Realmente, si Feuerbach hubiera tenido cumplida noticia del paradero del supuesto cuidador de Kaspar Hauser, lo habría llevado a juicio sin la menor duda, y de esta manera juzgar una situación que servía para reivindicar el reconocimiento al derecho de un ser humano a no ser privado de su libertad por ningún motivo. El autor expone cómo el muchacho permanecía en estado de infancia dormida. Su habla rudimentaria inicial fue mutando y pasando a un estado meditabundo en torno a la realidad exterior. De hecho, Hauser ofrecía la posibilidad de reflexionar sobre cómo evolucionaba la mente y la sensibilidad de un ser humano frente al mundo. Esa mirada infantil, que muchos adultos pierden a la primera de cambio, en él permanece inmaculada. En la tranquila vida que disfruta en casa de los Daumer, se colará un imprevisto, un hecho que lo precipitará al vacío del sentido en su vida: un intento de asesinato. Esto trastoca su mirada idílica del mundo, pasando, mediante una operación intelectual y sentimental predecible, del perdón infantil al deseo de venganza hacia el hombre que lo privó de ver el cielo estrellado.
El libro lo completan el texto “Muerte de Kaspar”, testimonio de H. Fuhrmann, profesor de religión y confesor de Kaspar; el interesantísimo informe pericial del Dr. Osterhausen, médico de la ciudad; un fragmento de un intento de autobiografía que ensayó el propio Hauser; y un brillante epílogo a cargo de Julio Monteverde, el cual se hace eco de todos los nombres de la cultura (Paul Verlaine, Georges Trakl, Octave Aubry, Jacob Wassermann, Werner Herzog, Peter Handke o Suzanne Vega) que se vieron seducidos por la figura de Kaspar. Este último documento tiene el mérito de instalar una pieza insignificante a primera vista en la historia europea del XIX en el puzzle de la cultura occidental, erigiéndose casi como un arquetipo de nuestra peripecia vital.
El libro expone con prístina enunciación un motivo que desde el XVIII ha seducido al mundo culto: la inserción del buen salvaje en la sociedad. La variante Hauser es que el supuesto salvajismo del mismo no viene provocado por una exposición a la Naturaleza pura, sino por el mezquino encierro de un niño por otro ser humano. Su puesta en libertad muestra una nobleza de espíritu contenida en una madurez postergada por las circunstancias, pero que el acompañamiento humanístico de Daumer y de toda una sociedad podía hacer surgir. Todo el contenido trágico de esta historia –el asesinato no fallido de Kaspar– es una metáfora perfecta de una cuantas perversiones que seguimos viviendo en nuestras sociedades. Que cada uno le ponga nombre.
Kaspar Hauser. Ejemplo de un crimen contra la vida interior del hombre (Pepitas de Calabaza, 2017) de Paul Johann Anselm von Feuerbach | 192 páginas | 17,50 € | Traducción de Ariel Magnus