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‘Cando chove e fai sol, anda o demo por Ferrol’

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Una vía para la insubordinación

Henri Michaux

Alpha Decay, 2015. Colección «Héroes modernos»

ISBN: 978-84-92837-82-3

96 páginas

14,90 €

Traducción de Alex Gilbert y Jordi Terré

Prólogo de Javier Calvo

 

 

Manolo Haro

El ‘leitmotiv’ de la vida de Henri Michaux fue el viaje (en el sentido lato del término). El abandono de la carrera medicina con 20 años fue una decisión de plena consciencia, una vez que hubo conquistado su joven Yo que lo llevaría a iniciar un viaje por América Latina enrolado en un barco de la marina mercante francesa. A partir de ahí los periplos por el mundo físico y por el mundo del subconsciente –por las variopintas vías del surrealismo y de las drogas– se convertirían en una constante en su existencia y en el silo de donde se alimentarían sus maravillosos libros de viajes, su poesía y su pintura.

Una vía para la insubordinación me resulta un libro inclasificable. Tal vez cualquiera de los estadistas que compaginan sus vidas con la “crítica diletante” hubieran dado con la clave secreta de este volumen, pero servidor, un hombre poco dado a excentricidades, apenas puede alcanzar a desmenuzar una obra a cuya llamada, tal vez, nunca debí acudir. Claro que el crítico puede huir por la senda dorada de la tarde y husmear otras novedades en el filo violeta de la noche; sin embargo, ya que estamos, veamos qué diablos nos ofrece esta arriesgada apuesta de Alpha Decay.

En 1980, Michaux, a cuatro años de dejar el mundo físico, le ofrece a Gallimard un pequeño ensayo sobre diferentes fenómenos que escapan a lo razonable –nunca tuvo el escritor una clara disposición a usar la razón para descifrar los arcanos del mundo visible como para hacerlo con estos otros– y abordar así casos como los poltergeist, la casa tomada, el doble demoníaco, la acción sanadora después de la muerte y las drogas como camino hacia lo demoníaco. Colocados estos paños en el cordel, podrían parecer sugerentes artículos de lujo a buen precio, pero las explicaciones de algunas de estas anomalías psíquicas no dejan de ser o meros apuntes para una obra mayor que nunca llegó, o unas cuantas teorías argumentadas con ejemplos de difícil fiabilidad. Sí hay que aplaudirle al belga que hile fino para darle a todo ello, como indica el título del libro, un cariz de insubordinación hacia lo constrictor, ya sea social, cultural, religioso o familiar.

En el caso del poltergeist, Michaux afirma que se trata de una traslación del psiquismo a las cosas, una “física de la insubordinación y de la horripilación” que vendría a subvertir todo lo que puede tener de constreñimiento la casa paterna, de ahí que el poltergeist esté asociado a un niño que se rebela o a una joven muchacha que no acepta la solidez de los planteamientos paternos. Esa misma muchacha no puede llegar a explicar el por qué de sus capacidades para mover objetos, escuchar más allá de lo perceptible o poder estar presente en dos sitios al mismo tiempo. Esto último enlazaría con el desdoblamiento demoníaco que en páginas venideras será glosado. La tesis que Michaux expone coloca esta bipolaridad en son de guerra entre una y otra parte, dándose el caso del odio del poseso hacia el poseído. Algo que metafóricamente ya abordó Stevenson en El extraño caso del Doctor Jekyll y Míster Hyde. Aparece aquí el ejemplo del párroco de Ars, el abate Viannay, poseído por un doble que, como afirmó el carretero del pueblo, su presencia provocaba “un estruendo tan horrible que podría decirse que, en la oscuridad, los muebles volaban en astillas bajo un vendaval de golpes”. El pobre hombre acabaría abatido por su otro yo, apuntando al cielo un halo de luz. Tras este relato, el autor se pregunta, pienso que irónicamente, “¿qué necesidad hay de diablo cuando basta con la persona?”. El demonio busca entre la santidad (curas, abates, monjas, beatas…) un terreno espinoso para corretear a gravosas zancadas, como si se tratara de una especie de ‘remake’ de las tentaciones a Cristo en el desierto. El mal busca la santidad para manifestarse con más fuerza, para mostrar una indisciplina absoluta. La amapola solitaria relumbra entre la hierba verde. San Pedro de Alcántara, confesor de santa Teresa de Ávila, sufría todas las noches junto a su celda un bombardeo de piedras. Afirma Michaux que los santos se enfrentaban a la violencia, mientras que las santas, al asco, al horror y al espanto. A pesar de lo dicho, a continuación narra la bofetada recibida por Santa Francisca Romana en el siglo XIV por parte de un arcángel.

Quizás el libro tenga alguna que otra idea que bien pudiera haber propiciado una reflexión sobre conceptos como el bien y el mal: “El espíritu del mal no presupone un dios, ni mucho menos a Dios, al Dios creador, ordenador del Mundo. Basta un ideal del bien, de mejora, de perfección. Que el espíritu del bien se presente demasiado abiertamente y el espíritu del mal se manifieste de manera simétrica”. El autor menciona su transitado camino a través de las drogas para concluir, en una parte del libro, que es este un espacio donde los ángeles escasean y en el que lo demoníaco conforma una experiencia insuperable. Son los mediocres, dice, los que son incapaces de encontrarlo. Se trata de lo que se llama en el libro la Luciferación.

En fin, fogonazos de lucidez luciférica de vez en cuando acá y acullá. Entiendo que el volumen responde a una voluntad divagadora en torno a las diferentes manifestaciones de lo demoníaco, lo cual Michaux enlaza con sus alucinógenas experiencias vitales, pero creo que no pasan de un mero divagar a través de notas variopintas. Tal vez el mundo de Giotto, alejado aún de la ínfulas materialistas que traerá el Renacimiento, propiciara las visiones y la relación con el mundo espiritual de manera natural. Si me apuran, también el siglo que vio nacer al belga. Estoy tan distante de las tesis de Michaux como de “el infierno son los otros” de Sartre. Las manifestaciones del mal o de lo demoníaco (ya sea como actitud, enfermedad, odio cerril al otro, encabronamiento generalizado, etc.) podrían ser una insubordinación o inadaptación de uno mismo al medio y una muestra de la incapacidad para matar al Jekyll que todos llevamos dentro.

‘Nota bene’: en las salas de la ciudad exhiben un ‘remake’ de Poltergeist, “una competente exhumación del film de 1982”, dice un crítico. Ya ven, si por alguna razón se le pudiera aplaudir a Henri Michaux es por haber visto antes que Spielberg, productor de la primera versión, que del demonio cabreado también se podía hacer literatura.

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