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Capitalismo encarnado

PORTADA_LA_JOVENCITA_3Primeros materiales para una Teoría de la Jovencita
Seguido de Hombres-máquina: modo de empleo

Tiqqun

Acuarela & A. Machado, 2012

ISBN: 978-84-7774-209-8

205 páginas

14 €

Traducción de Diego Luis Sanromán y Carmen Rivera Parra

 

 

Carolina León

Este libro va de una guerra. Una guerra contra los cuerpos. Una guerra silenciosa y total que toma a todos los cuerpos por igual y los convierte en «Jovencitas». Casi sin posibilidad de escapatoria. Belleza, salud o placer como argumentos de control. Biopoder foucaltiano encarnado. Foucault sólo lo nombró.

El capitalismo es ese lugar que no permite que se piense un afuera. No hay narrativa en los márgenes ni imaginario de fuga. Ese lugar que se come, aniquila e incorpora cada diminuta bocanada de realidad distinta. Todos somos cuerpos que colaboramos con el «Imperio». Sujetos sin posibilidad de oposición o salida. Colaborando subrepticiamente, denodadamente, con su perpetuación.

De cuerpos apasionados a autómatas emocionales”: antes fuimos Bloom, sujetos a ocupar, ahora somos Jovencitas anotando en una cuenta de haberes y deberes cada posible contacto humano (como se podía extraer de ¿Por qué duele el amor? de Eva Illouz): de acuerdo con Tiqqun, se ha consumado nuestra transformación en mercancía. Somos capital (erótico, social, inmaterial, personal), donde antes éramos fuerza de trabajo (otra cosa, mediada, y volvíamos a nuestras casas saliéndonos del capital un rato, un día tras otro). Ahora somos objeto y sujeto de este capitalismo tardío que revienta las costuras de nuestra realidad.

Con la Jovencita, no es sólo que la mercancía se adueñe de la subjetividad humana, es en primer lugar la subjetividad humana la que se revela como interiorización de la mercancía” (91). La Jovencita es, obviamente, una metáfora, una herramienta analítica que superponer, como el diagrama de un mecanismo, a nuestros funcionamientos vitales, emocionales y sociales. No es más que un ciudadano modelo. La que se vende. La que no enjuicia, la que se ama a sí misma, la que colabora sin resquicios con el trabajo del capital, integrada como en un guante “mediante la conformidad subjetiva y existencial” (20). Ahora mismo, y a través de estas explicaciones, te estarás imaginando que la Jovencita es una angelical o demoniaca modelo de revistas, tipo Kate Moss.

En la introducción explican que se trata de una herramienta asexuada, bisexuada o andrógina. Que todos lo somos, queriendo o sin querer. Y, a pesar de que es el biopoder en funcionamiento, dicen que las Jovencitas nacen de los elementos marginales de la sociedad, como los mejores sostenedores de lo que la máquina del consumismo es y ha representado en los últimos 50 años. La mujer y el joven. De forma secundaria, el homosexual, el inmigrante. A través de ellos y sus actos de empoderamiento, la “norma” adquiere tintes emancipatorios. O, lo que es lo mismo, la propia emancipación se subsume en la norma.

¿Hay, es posible, un afuera? Somos cuerpos: somatizados, con fobias, con depresiones, ésas son algunas de las formas de deserción. Mientras Jovencitas, somos muchos los que vivimos como peces sin agua, boqueantes, obsesionados por nombrar y crear ese lugar que no haya sido colonizado, para que el pensamiento pueda pensarlo. Pero la Jovencita es la máquina del Imperio y es el fragor del Espectáculo, y “su odio contra todo lo que es grande, contra todo lo que no está al alcance del consumidor, no tiene medida” (128).

Implícitamente hay una crítica al feminismo de los años 70, así como a otras corrientes de pensamiento emancipatorio de los desiguales; como si, merced a la defensa y subsunción de las diferencias, estas corrientes hubiesen ayudado a integrar modelos dentro de la gran máquina. ¿Puede haber sido así? En una gran medida, cuando se pedía “subir las voces” a las mujeres o a los negros, no se exigía que tuviesen el mismo capital social para figurar en portadas de revistas o «representar» el poder. Al final, así ha sido.

Así, la Jovencita se lo come todo. Le sube el volumen a todo, “exige más bien a cada cual que se autovalorice permanentemente” (23), ya seas trans, queer, delegado sindical, opinador socialdemócrata o empresario. Dentro de la categoría, vale el emprendedor, el joven de éxito, el narcotraficante, cualquiera que juegue al juego de alimentar y engordar un proyecto de consumo y venta de identidades. Para nuestro análisis, la Jovencita es terriblemente esclarecedora en lo que al papel de la mujer ha venido desempeñando en las últimas décadas, lo que la liberación sexual y su papel en el mercado ha hecho de la forma “mujer”: “A menudo, antes de descomponerse de forma demasiado visible, la Jovencita se casa. La Jovencita no sirve sino para consumir, ocio o trabajo, tanto da”. Se recrea, procrea, se reproduce. Y todo queda dentro del capital.

Aunque los Tiqqun no lo enunciaran más que a trazos, desde la lectora del Cosmopolitan hasta la más humilde usuaria de un salón de belleza lo es, y tiene una de sus armas de control en el amor romántico. “En el amor más que en cualquier otro ámbito, la Jovencita se comporta como un contable que siempre sospecha que ama más de lo que es amada y que da más de lo que recibe” (45). Hace, este libro, a través de sus recortes y acumulación de sugerencias, un diagnóstico de en quiénes nos hemos convertido: permanentemente pendientes de las Jovencitas televisivas -llámense Esteban o como sea- y de la acumulación de capital de personajes de enuncian, guían, son mercancía. A menudo golpeadas, pero que no se note. A ratos deprimidas, pero sacándole rendimiento: “La desgracia es la tonalidad fundamental de la existencia de la Jovencita. Lo cual está bien. La desgracia empuja a consumir”.

Pero es de cualquiera, realmente cualquiera. Es la jovenciticización, no la notas, ¿no? Es que ya está en ti, en mí, en todos. “El culo de la Jovencita es una aldea global”. Y para dejar de ser Jovencitas, siendo que no hay un afuera del capitalismo en que pensar, la imperiosa necesidad de inventarse identidades líquidas o “no identidades”. Volver a vaciarnos. Dejarnos de pensar como mercancía.

cachas

Una crítica necesaria a este conjunto de textos emancipador: pasa que estos “materiales” enuncian una Jovencita asexuada, como decíamos antes, y en el imaginario que nos queda a través del lenguaje, es imposible realmente salirse del binarismo. Nuestras lenguas romances se cargan de género gramático y de género social. La Jovencita no funcionaría ni la mitad de bien como herramienta analítica si se llamase el Jovencito. Eso pasa factura a la construcción modélica, por más que el conjunto de recortes, el ‘patch work’, resulta desafiante y necesario. «El cuerpo de la mujer es, como ya lo testimonia el mito de Pigmalión, el vehículo privilegiado del biopoder«, afirman en el texto que completa este volumen «Hombres-máquina: modo de empleo«.

¿Era necesaria esa carga? ¿Era imprescindible robar a la Jovencita al Ferdydurke de Gombrowicz? Por todas las Taylor Swift y Katy Perry del mundo, por las Miley Cyrus y las que vendrán, por todas las “mujeres desesperadas” y las “sexo en nueva york”, y por todos los sudores que el capitalismo tardío nos hace derramar sin trabajar (ni ganar) lo que se nos hizo creer. Por todas las que las imitan, por todas las que viven en ese capitalismo último que ha tomado desde el cuerpo a las relaciones, desde el peinado hasta el habla, éste es un libro que no dejo de leer desde hace un año, que se revela cada día más inagotable para poder imaginar, mínimamente, un modo de desencarnar el capitalismo de nuestros cuerpos.

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