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Cartografía emocional

JUAN MARÍA PRIETO | Existe un lenguaje incógnito en los mapas, el grito cardinal de un ser en mitad de una urbe, meridianos que nos sitúan en un mundo con frecuencia hostil, un punto del globo terráqueo donde nos estremece el sol con la caricia o el abandono preciso de cada día. En este silencioso movimiento el ser humano es un agente minúsculo en la existencia, aunque se atreve a gestar una lucha íntima contra el tiempo. Solo el yo lírico es capaz de detener el mundo, más allá de su consustancial rotación, porque la palabra se revela como una coordenada de trascendencia similar a la del tiempo o el espacio.

Greenwich es la última obra de Pablo Luque Pinilla, publicada por Algaida Poesía, y merecedora del 44º Premio Literario Kutxa Ciudad de Irún. En el libro, el paso de las horas se plantea como un horizonte necesario en que el verdadero desafío es la comprensión de la realidad, todo ello a través de la predisposición observante del sujeto poético. Encontramos, efectivamente —como se adelanta en la introducción—, una pulsión poética casi ritual, donde los acontecimientos de la cotidianeidad se relacionan con las palabras en una relación necesaria y simétrica.  En el despertar de la voz poética, «la luz reflejada» y, ya en sus primeros pasos, un anhelo de intelección que solo se materializa en la metáfora: «Hemos venido a buscar sentido al comenzar el día/ como la cierva del salmo busca las corrientes». Pablo Luque utiliza como pretexto el huso horario para iniciar un recorrido cronométrico por su mapa vital, impulsándose a veces en lo anecdótico otras en lo trascendente de una existencia que pretende aprehender en el ejercicio de su voz: «De él surge cuanto existe;/ el álgebra que admiras, su nítida estructura poblando tu silencio».

El sujeto poético acompasa su ritmo al del mundo a través del verso, desde el sonido del despertador, con la rutina laboral («8:30»), en la contemplación de lo cotidiano («10:10») o en ese lenguaje tan natural como secreto que pronuncia el mundo, por ejemplo, la lluvia («11:55»). En cada acontecimiento el poeta revela el dinamismo y la finitud de un tiempo que, a pesar de nuestra percepción, no es cómplice, ya que delata la finitud e incluso el vacío que nos suscita la existencia: «Y está la luz que descompone el agua, su prisma interpretando un pentagrama silencioso, su bóveda cediendo entre las horas».

Sin embargo, el sujeto poético, a pesar de esa aplastante cronología que lo condiciona, sabe caminar por las horas y es capaz de interpelar al mundo. Así, en el poema «14:50», se dirige a un «vosotros», para que abramos los ojos al sufrimiento: «Abrid el pecho y recibid/ cuanto desmiente lo caduco,/ la carne que conjura la intemperie, el argumento donde el Misterio se desborda». Luque Pinilla apunta a la conmoción como verdadera materialidad de ser humano, siento el dolor o la sublimación a través de los sentidos, una victoria frente a ese tiempo plano e irremediable que mueve el mundo. De tal modo, el yo lírico transita los minutos desde una austeridad y estado emocional que le permiten estar en condiciones de observar la esencia de las cosas: «Cuanto ha de arrebatarme es un árbol que plantaron en mi nombre. Con el tiempo he aprendido a distinguirlo. Se oculta en cualquier sitio y al encontrarlo explico todo el bosque».

Sea como fuere, en Greenwich el reconocimiento de nuestra efímera y frágil condición, no nos impide aproximarnos la Belleza: «Existo/ como existe un descampado en el recuerdo/ o existe una leve tristeza que rasgamos al atavesar la tarde»( «18:20»). Hay una física indudable hacia la verdad de las cosas, una voluntad intrínseca en el sujeto lírico, desplegar ese mapa en que se conjugan la palabra y el tiempo: «Un solo mapa desplegado/ hasta llegar la noche,/ un único trayecto/ que a tientas reconoces.» («19:35»).

Con la llegada de la noche, el miedo de la incomunicación, la incertidumbre ante la oscuridad y sus silencios («Vuelve del tedio y la aridez,/ de la reacción y la mentira,/ Desciende hasta su altura/ y escucharás tu nombre»). En el libro, la noche trae consigo la necesidad del verso alejandrino en la cuenta atrás gestada por Luque Pinilla en los últimos poemas. Frente al horizonte donde el tiempo nos consume, la madrugada podría ser un nuevo comienzo. De hecho, Greenwich contiene una voz esperanzada a pesar de nuestra delicadeza: «Como los pájaros, que logran con su pico rehacer las alas,/ el hombre aspira cada madrugada a protagonizar un nuevo inicio./ Se siente preparado para el siguiente vuelo».

Si hay un triunfo es este periplo geofísico y estético es el descubrimiento de una vivencia terrenal desde el tiempo y para el tiempo, más allá de la herida o de los límites de la materialidad. Con ello el poeta confía en el poder universal de la palabra: «Cuanto es depende de una forma/que en nuestras manos guardan para seguir viviendo./ Existe/ como cifra de lo eterno» («23:05»). La llegada de la medianoche, la comprensión del mundo. En Greenwich el tiempo y el espacio solo existen porque hay alguien que vive en ellos y los nombra.

Greenwich (Algaida, 2021) |Pablo Luque Pinilla | 72 páginas | 12 euros

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