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Centro de gravedad permanente

SUMA DE LOS CEROScerco un centro di gravità permanente / che non mi faccia mai cambiare idea sulle cose, sulla gente. / Over and over again.” («Centro di gravità permanente», Franco Battiato)

REBECA GARCÍA NIETO | Como nos contaban hace unos meses en El Confidencial, en 2005 un loro africano, de nombre Alex, aportó su granito de arena a la ciencia dando sobradas muestras de entender el concepto de cero, es decir, la nada más absoluta. Hasta entonces se suponía que a este conocimiento sólo tenían acceso algunos primates y los seres humanos mayores de cuatro años. Hasta que llegó Alex… Y ahora Eduardo Rabasa con La suma de los ceros pone de manifiesto que, aunque creamos haber superado los cuatro años, aún no debemos de tener muy claro el concepto, ya que seguimos permitiendo que nos traten como auténticas nulidades.

La primera novela de Rabasa, que además de escritor es editor de la fantástica editorial Sexto Piso, es una sátira política bastante divertida. En ese sentido, la novela reflexiona, quizá demasiado, pero siempre de forma muy lúcida, sobre “la ideología de los tiempos”, sobre los discursos en que se sostiene la desigualdad, auténtico pilar de nuestra sociedad. La novela pone sobre la mesa cuestiones como el significado psicológico del voto, el verdadero valor del dinero o el narcotráfico, en el marco del “quietismo en movimiento” que guía nuestros pasos de autómata. Una de las metáforas más poderosas del libro es esa noción del quietismo, que, para que se hagan una idea, es un poco como aquel vídeo de Franco Battiato en el que hacía todo tipo de aspavientos antigravitatorios para permanecer en el mismo sitio: en su centro de gravedad permanente, donde no varíe lo que ahora piensa de las cosas, de la gente… Como marionetas repetimos los movimientos que nos han indicado, el primero de ellos levantarnos cada mañana, para que todo siga igual: “Sin el autoengaño no nos levantaríamos de la cama. La capacidad de trabajar en una actividad mecánica sin otro sentido que recibir un pago insuficiente para educar a los hijos para que trabajen en una actividad mecánica sin otro sentido que recibir un pago insuficiente, acompañados por una pareja absorta en su propia repetición”, escribe Rabasa. Así, la rueda sigue girando… en la dirección que les interesa a cuatro, porque cuatro es mayor que la suma de los ceros (tanto da que sean ceros a la derecha o ceros a la izquierda: los ceros, por infinitos que sean, ceros son). Eso sí, mientras nos hacen bailar como a «los zíngaros del desierto», tenemos la ilusión (óptica) de que las cosas están cambiando, que nosotros (los ceros) estamos cambiando las cosas. Un espejismo que a todos nos suena, imagino. Pero, bueno, vamos a dejarnos de política que, a estas alturas de campaña electoral, estamos todos un poco hasta el moño y ya bastante tenemos con seguir moviéndonos «con candelabri in testa… al son de los cascabeles del Kathakali…», como dice Franco (Battiato) en otra canción.

Volviendo a la literatura… Como señala Juan Villoro en la contraportada, La suma de los ceros es “una novela sobre el más complicado de los deportes extremos: la convivencia”. No en vano, transcurre en una “unidad habitacional”, Villa Miserias, situada en un país que bien podría ser México o cualquier otro de Latinoamérica. Sin duda, lo más interesante de Villa Miserias son los personajes que la pueblan: el protagonista, Max Michels, en guerra continua con “las verdades pactadas” y “los muchos” que habitan en él; su padre, que quiere moldearlo a su imagen y semejanza; su madre, una aficionada a la entomología tan científica que respecto al “Ratón de los dientes” le dice cosas como: “Cuanto antes te deshagas de esas bobas expresiones del inconsciente colectivo mejor será para tu evolución como miembro destacado de la especie”; su nana, a la que quería tanto: “Al verla llorar, era como si un peldaño se lamentara desconsolado por estar a punto de dejar de ser pisado”; o su amada, Nelly López.

Del vecindario (o unidad habitacional) que nos presenta Rabasa, me han gustado mucho los desvíos, las bifurcaciones, que van surgiendo de la trama. La suma de los ceros puede verse como la suma de una serie de relatos que se van ensartando en la narración principal. El cuento “La Tierra de las Cosas con Múltiples Nombres”, por ejemplo, que juega con las palabras y los límites de las mismas, es una pequeña joya. Lo mismo puede decirse de los fragmentos que se dedican a los amigos de la infancia de Max: el artista Pascual Bramsos y Sao, la niña “de mirada horizontal” que viene de un lugar “en que la lluvia calcina niños”. Los recitales de poesía secretos de Sao y Max merecen un lugar destacado en todo festival poético que se precie.

La primera novela de Eduardo Rabasa es mucho más que una inteligente crítica social; contiene algunas de las páginas más literarias, mejor escritas, que he leído en mucho tiempo. Lástima el último tramo de la novela, demasiado cargado de reflexiones políticas para mi gusto… Mi crítica a la razón pura del final, menos literario y más ideológico que el grueso de la novela, no quita para que me haya parecido un libro sobresaliente. Más aún si tenemos en cuenta que se trata de una primera novela. Los halagos que ha recibido por parte de Juan Villoro, Eduardo Lago o Juan Bonilla me parecen merecidos. Para mí, La suma de los ceros es una de las mejores novelas de 2015.

La suma de los ceros (Pepitas de Calabaza, 2015), de Eduardo Rabasa | 384 páginas | 22 €

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