ILYA U. TOPPER | Me interesa. En primer lugar, porque ante la avalancha de libros que se publicitan como la introspección definitiva en determinada mente humana, me refugio en las novelas que solo prometen una cosa: que pasarán cosas. En segundo lugar, esas cosas pasarán en Marbella, Andalucía, es decir, un cachito de mi tierra. En tercero, lo que pasa involucrará una particular componente de la jet set del lugar: la familia real saudí, del rey en persona hacia abajo, princesas incluidas. No es que tenga especial afición a la prensa rosa, pero sí cierta debilidad para la crónica negra. Y donde pise la realeza saudí, el negro puede ir más allá de la abaya de sus señoras. Lo sabemos desde antes de que descuartizaran a Jamal Khashoggi en Estambul. Que, por cierto, era sobrino de Adnan Khashoggi, el mayor traficante de armas del mundo, o al menos el más glamuroso, que también vivía en Marbella y se gastaba, dice la prensa, 250.000 dólares al día en fiestas. Lo cuento para dibujar el escenario.
En este escenario, ya sin traficantes y con un rey llamado Fadel —pensaremos que inspirado en el rey saudí Fahd, muerto en 2005 a los 85 años, porque encaja con una historia ubicada en el año 2002— ya anciano y casi decrépito, pero todavía dado a veranear en los clubes de la costa andaluza, irrumpe la protagonista de la novela, Sonia Torres, una chica que no es nadie especial y que va a trabajar de camarera en Marbella. En el club preferido del rey.
Sonia es la típica chica media española de veintitantos, de familia modesta, con una madre muy trabajadora, con empleos sueltos de camarera, algún fracaso, un exnovio bala perdida y arruinador, con un curso dejado a medias en la Escuela Oficial de Idiomas, y consumidora de antidepresivos por la noche porque hace años se murió su padre. Y que por recomendación de una compañera se encuentra ahora de camarera en un club donde la botella de champán puede costar mil euros. Destinada a servir a las princesas, porque ese curso dejado a medias era de árabe.
La sensación que me deja el perfil de la protagonista es que es tan esforzadamente corriente y verosímil que hasta deja de ser verosímil. O mejor dicho, que ese esfuerzo por pintar a Sonia Torres como una chica trivial con la que cualquiera puede identificarse la priva de todo rasgo individual que nos haga querer identificarnos con ella. Algo que también dificulta estructurar la narración alrededor de una evolución del personaje. Por lo tanto, nos vamos a centrar en las cosas que ocurren, como es habitual en las novelas negras.
Porque novela negra tenemos aquí, y no solo por el color de la vestimenta saudí. Pronto habrá intrigas, engaños, sospechas, amenazas y todo apunta a que de ahí no saldremos sin un muerto. Es difícil explicar qué funciona bien en una trama y qué falla sin contar la trama, que obviamente no voy contar, porque eso, contar la trama en una crítica, solo se hace con las obras malas de verdad, para evitarle al lector la mínima tentación de comprarse el libro. Infierno en el paraíso no entra en esta categoría; puede entretener bastante en unas tardes de playa, y desde luego el momento del yate y el borde y el agua —y prometo que no voy a contar absolutamente nada más— tiene no solo mucha tensión sino que está bien resuelto y bien contado. Podría ser el culmen y desenlace de la novela, si hasta este momento hubiesen ocurrido suficientes cosas para que valiera la pena. Pero no han ocurrido tantas, los personajes se han ido más bien arrastrando por las páginas. De manera que agradecemos estar aún a la mitad del libro, a ver si ocurre algo más. Y vaya si ocurre.
Lo malo es que lo que ocurre no es tan verosímil ya. O digamos que un atrevimiento —volver al lugar del, digamos, crimen— se debería motivar muy bien: el drama es drama cuando a la protagonista no le queda otra, sea por las circunstancias, sea por las propias convicciones. Pero Sonia Torres no parece tomar demasiadas decisiones, más bien se deja llevar. No engarzan las acciones una con otra como un mecanismo de relojería, no hay filigrana de sucesos. No queda clara la necesidad de hacer una cosa u otra. Y menos aún la necesidad de no hacer algo: contar la verdad a quienes la ignoran. Hacerlo arrastraría a muchas personas a un torbellino, pero ¿quién callaría si cree que la pueden matar de verdad? Sonia Torres no es una heroica clandestina con una causa por la que morir. No, tampoco por la libertad de la princesa Amina.
La princesa Amina está bien perfilada, diría: tonta como son las princesas. Pero el resto de los personajes de la familia real y alrededores no pasa mucho de lo que podríamos imaginar cualquiera. No rechinan, no hay escena en la que diría que no podrían actuar así; está todo dentro de lo correcto, lo imaginable. Pero tampoco pasa de ahí; no llega a un fascinante y revelador retrato de la familia real saudí. Eso es muy comprensible, visto el velo opaco que la cubre. Lo que es menos perdonable es que tampoco llega a un fascinante y revelador retrato del negocio marbellí y costasolero alrededor del multimillonario turismo árabe. Ahí habría un filón de oro para una escritora que se tomara en serio el oficio de reflejar la sociedad en la que vivimos. Y de habérselo tomado en serio Clara Sánchez, me darían igual los exnovios de la protagonista, los chismes de las saudíes y el mismísimo rey Fadel: devoraría la novela como Sonia Torres el caviar cuando la confunden con una princesa.
Pero no hay oro, ni reluce siquiera. Es la parte que menos me creo. Y no porque en la vida real una camarera de hamburguesería de barrio difícilmente pasaría a atender a princesas tras una entrevista de trabajo más breve que la que te hacen para un chiringuito de playa: eso estoy dispuesto a creérmelo para que haya novela. Lo que no me creo es que un club al que acude el rey Fadel algún día, y el resto de la semana, obviamente, una caterva de millonarios de todo pelaje, pueda funcionar con tres camareros y un gerente al que a veces le da la ventolera y desaparece en un camping hippy. Sí, las ventoleras del gerente están bien dibujadas y motivadas, quizás Fabián sea la persona con más profundidad psicológica en toda la novela, pero así no se puede llevar un negocio.
No puede ser que en todo el club solo trabajen el gerente Fabián, cuando trabaja, y Sonia, Montse y Teo, los tres camareros, y que no aparezcan en ninguna parte las decenas de encargados que tiene que haber en medio. Si realmente hay clubes de reyes y millonarios que se llevan así, la autora debería haberlo contado de manera convincente, mostrándonos una realidad insospechada. Si no los hay, es un fallo narrativo: desatiendo la verosimilitud del ambiente porque me importa la trama. Eso puede pasarse por alto si la trama es muy buena. Igual que se puede pasar por alto una trama mediocre, si la ambientación es muy buena. O ambas cosas, si la protagonista es muy buena. Pero uno de los tres elementos tiene que fascinar. En Infierno en el paraíso, los tres no dan ni frío ni calor. Es como tomarse un champán tibio. Y al final ni siquiera me ha quedado claro quién robó realmente el collar de rubíes.
Infierno en el paraíso (Planeta, 2022) | Clara Sánchez | 330 páginas | 20,00 euros
Inverosímil en su conjunto me pareció «Lo que esconde tu nombre», historia y personajes. Desde entonces no he leído nada más de la autora, que sin ser un descarte absoluto, mucho me tienen que justificar la recomendación.