ANTONIO RIVERO TARAVILLO | Leyendo la poesía de Carlos Alcorta (Torrelavega, Cantabria, 1959), se percibe un puente entre sus escritos sobre artistas plásticos y ella: en el fondo, se trata de mirar pero no pasivamente sino rebañando con la inteligencia y la sensibilidad el plato de ese mirar asombrado –ojos como platos–, ya sea del contenido dulce o amargo o, mejor aún, de sabores aparentemente contradictorios. También hay algunos pintores en este libro: el poema “Conversación” toma como referencia a Matisse, “Cama deshecha” a Adolf Menzel. Y hay un “estudio” que designa con el término pictórico a un poema desolado y, por qué no decirlo, frío. Hay en la poesía de Alcorta un distanciamiento a menudo que atempera lo que se siente. También un sujeto poemático sobre el que no siempre tenemos certeza, un yo capaz de ser también una máscara.
Ya desde su título, Ahora es la noche permite el contraste con la luz, y el tiempo diurno y el nocturno tienen su correlato en el del transcurso de la vida, con el envejecer, con el ensombrecerse de lo que antes brillaba. Pero la anécdota queda envuelta en un aire denso de meditaciones, de un discurrir de las reflexiones por el rítmico cauce de los versos, cauce en el que, como en todo poeta verdadero, se advierte el respirar propio. En este caso, una dúctil base endecasílaba pauta los poemas como una guía discreta que no tapa ni hace sombra al tallo de lo que se dice.
Alcorta ha leído con provecho a los poetas estadounidenses, como atestiguan las citas (aunque no son las únicas) de C. K. Williams, Charles Wright, Henri Cole, Charles Simic, Ralph Waldo Emerson o Marianne Moore. Muy de aquellas praderas, que por la geografía ajena al plano (la de la poesía) lindan con las cántabras, es el primer poema del volumen, “Caballos domésticos”. Un cimarrón que escapa de la manada se convierte en alter ego del poeta: “Un látigo o una valla no te sujetarán. / Relampaguean tus sentidos. Cambias / de escenario. Es ahora el horizonte / una incógnita por esclarecer, / la posibilidad de poner fin al miedo, / manumitido y dueño ya de tu propia historia.”
Se aprecian diferentes maneras de desdoblamiento en los poemas de Alcorta. En “Luz nocturna” hallamos “ese desfiguramiento / escalonado de la realidad / que me convierte en otro con quien lucho / y debato hasta enfurecerme”. Periodos largos que pueden alcanzar casi la veintena de versos son la nota dominante en poemas también por lo general extensos. Seguramente será necesaria esa dilatación, como al dar a luz, para llevar mejor al lector a las sombras que aquí se enuncian.
En “Parachoques” confluyen un recuerdo o evocación de carácter erótico con el atropello a un ciclista mediante la técnica de la yuxtaposición, que logra efectos turbadores. Y aquí y allá se advierte un sujeto poemático que más de una vez se refiere a su propia “decrepitud física”. Como el contraste entre luz y tinieblas, el de las edades, en “Partes de la historia”: “Pasé la noche en vela hasta que supe / que habían fracasado. No podía / imaginar entonces que la suerte / de poeta joven que estrené meses / después me atribuía responsabilidades / futuras en el curso de la historia, / y en mi propia manera de entenderla.”
San Zeno Maggiore (iglesia de Verona) aparece en un poema al que da título, y también en otro, “Tratado de navegación”, en el que se nombra al ya citado poeta norteamericano “Charles Wright caminando pensativo / por los alrededores enfangados / de San Zeno Maggiore vestido de uniforme.” Wright había escrito un poema (publicado en 1976) lleno de claroscuros sobre este templo. La luz mortecina también habita la composición de Alcorta, en cuyo tramo final se aposenta también una dilucidación moral sobre los valores de la sociedad y sus creencias acerca de las posibles formas de la muerte.
“Actúas, gracias a la escritura, / como un dios que desoye las plegarias / de los incrédulos y los piadosos. / Dignificas la fuerza, la forma pura, evitas / por eso las condenas y las absoluciones”, leemos en “Bahía de Txindugi”. Como un relator, esa segunda persona no es magistrado que dicte sentencia, sino quien expone los hechos, que por otra parte nunca lo son, sino meramente lo observado, sin afán de elevar las experiencias del yo a categorías absolutas.
A pesar de esa modulación amplia, envolvente, casi oceánica de las composiciones de Alcorta, hay también espacio para la engastada imagen, emparentada con el haiku. Así, “Un mínimo alfiler / basta para hacer estallar un globo.” O esta visión de la mañana temprano: “y contemplo la luz reciente acariciando / el cristal de la claraboya / con la modestia de una mariposa.”
Si con unos animales (los caballos) se abría el libro, con otros (un estornino muerto y una gaviota) se cierra Ahora es la noche. Qué contraste el de esta rapiña con lo que se celebra en el lugar donde el protagonista del poema se encuentra aun sin decirlo explícitamente, la zona de partos y neonatos de un hospital: “Miro en derredor, / desde la cuarta planta del viejo sanatorio, / mientras los otros visitantes / especulan con parecidos físicos / y remotas genealogías.”
Tras la publicación el año pasado de su antología Ejes cardinales. Poemas escogidos, 1997-2012, Carlos Alcorta brinda ahora un libro que, entre sus muchas virtudes, posee una especial: la singularidad, el no recorrer caminos trillados. Otra me atrevería a añadir: por su densa complejidad, la invitación a la relectura. [Publicado en Turia]
Ahora es la noche (Valparaíso, 2015), de Carlos Alcorta | 80 páginas | 10 €