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Compromiso con la vida y con la poesía

la lengua rota

JUAN CARLOS SIERRA | En una de esas ocasiones en que algunos amigos con varias cervezas de más nos juntamos alrededor de la literatura y nos da por ponernos estupendos, alguien me aseguró categóricamente que Raúl Quinto (Cartagena, 1978) era un poeta muy flojo. Como siempre desconfío de mí mismo más que del resto, aunque los juicios del otro se empañen en los efluvios espumosos del alcohol, le di otra vuelta al libro del cartagenero afincado en Almería que por entones me estaba leyendo, Hijo (La Bella Varsovia, 2017), y a alguno más que tenía en casa, La piel del vigilante (DVD, 2005) y La flor de la tortura (Renacimiento, 2008). A pesar de que esas relecturas me conducían hacia una interpretación bastante alejada de la de mi interlocutor de aquella reunión, se me quedó zumbando detrás de la oreja la mosca de mi criterio –o falta de él- para apreciar la calidad literaria de Raúl Quinto. De modo que cuando me enteré de que este tenía nuevo libro, La lengua rota, me lancé a por él con todas las precauciones del mundo –más por mí que por el propio poemario-. Lo que ha pasado después de leerlo y de medirme como lector intentaré explicarlo a continuación.

La primera conclusión a la que llego, aunque no pueda ser lo objetiva que me gustaría porque no he leído la obra completa hasta la fecha de Raúl Quinto, es que se trata de un escritor, un poeta esencialmente, con una voz reconocible, singular. Esta puede gustar más o menos –me refiero a los modos de esa voz- e incluso puede que haya quien rechace la existencia misma del concepto, pero para mí de momento está claro que creo distinguir tanto en La lengua rota como en gran parte de lo que llevo leído de Raúl Quinto una personalidad poética solvente, indagatoria, nada complaciente, honesta, comprometida, autoexigente, imaginativa, entre compasiva y combativa,… De esta retahíla me quedo principalmente con su carácter comprometido e imaginativo/indagatorio.

Creo que estos son, de hecho, los dos ejes principales de La lengua rota. La denuncia, que viene de un compromiso y un activismo político y social, que, como la poesía, no es más que una mirada diferente ante el mundo y la vida, se cruza en el libro con un decir sin demasiadas concesiones a la grada de los hooligans y/o de lo panfletario, un estilo que bucea en las posibilidades del lenguaje -el otro compromiso en paralelo de Raúl Quinto-: su sintaxis, sus conexiones y asociaciones inopinadas, su imaginería, su capacidad de nombrar para desvelar o su lucha por hallar dentro del lenguaje los mecanismos más imprevisibles, contradictorios o paradójicos para nombrar la verdad. Esto, al igual que el símbolo en que se convierte en este libro el acto de Zenón de Elea de cortarse la lengua para decirle/escupirle la verdad al tirano de turno- tanto es así que preside la obra en su título-, se convierte en el motor de La lengua rota, vuelve absolutamente reconocible la obra, le proporciona una entidad lírica más que interesante, pero quizá le resta algo de efectividad desde un punto de vista más divulgativo, más contagioso, ya que dota al conjunto de poemas de un halo de hermetismo que no todo el mundo está dispuesto a asumir en estos tiempos de vértigo y fugacidad. Pero, claro, esa es responsabilidad de quien se encuentra al otro lado del folio o de la pantalla en blanco; ese es un problema de recepción que no tengo claro hasta qué punto incumbe al escritor.

Sea como fuere y sin entrar más a fondo en el terreno pantanoso de la hermenéutica, las elecciones de Raúl Quinto apuntan o descubren una mirada también muy particular y responsable con la vida y la literatura.

En cuanto a la primera primera, fija su atención en nombres y acontecimientos que quizá para la mayoría no signifiquen mucho, olvidados por desidia o intencionadamente porque ponen delante de nosotros nuestras vergüenzas. José Couso, Ana Orantes, Javier Verdejo, Darren Seals, David Kato, Iqbal Masih, Carlos Palomino o Berta Cáceres –consultar el apéndice “Los nombres” (pp. 71-75)- son algunas de esas personalidades que deberían presidir nuestras vitrinas de los hombres y las mujeres ilustres en lugar de…………. (rellene la línea de puntos); y hechos como la matanza de civiles en la carretera entre Málaga y Almería en febrero de 1937 por parte de las tropas rebeldes en la Guerra Civil o los efectos deformantes en los fetos de la talidomida, ese medicamento prescrito por cierta farmacéutica que muchas mujeres embarazadas consumieron entre 1957 y 1963 para paliar las náuseas. De hecho, creo que algunos de los mejores textos de La lengua rota están directamente conectados con estas realidades. Es quizá una cuestión muy personal –probablemente equivocada, diría mi interlocutor de tertulia etílico-literaria-, pero para mí un poema como el dedicado a Calos Palomino (página 64) o la segunda parte del libro titulada “La carretera invisible” (páginas 33-40), dedicada a la matanza antes mencionada, dan buena cuenta de lo mejor que Raúl Quinto es capaz de ofrecer en su último poemario.

En relación a la mirada literaria, habría que añadir a lo expuesto en el inicio de esta reseña algo que últimamente se me antoja casi exótico en la poesía más actual: el concepto orgánico de libro, el proyecto coherente, armado, pensado, estructurado de poemario. Esa línea argumental, por leve que pueda ser, por ligera que pueda resultar, existe en La lengua rota sustentada en la realidad, en la vida, y en la explotación poética de la potencia simbólica del acto de rebeldía de Zenón –o de Anaximandro de Abdera, según otros-. Pero la alternancia de prosa y verso, la utilización de cursiva para algunos fragmentos, la compartimentación en cuatro partes de la obra,… también hablan de esa concepción de la poesía como un todo coherente independientemente de sus resultados o de la recepción de los lectores.

A alguien aún le pueden quedar dudas de la valía literaria de La lengua rota de Raúl Quinto; incluso yo me podría sumar al pelotón de los escépticos si me dejara llevar por el recuerdo de aquellas opiniones ebrioliterarias. No obstante, creo que tenemos aquí un buen puñado de razones para acercarnos al último poemario de Raúl Quinto y no vivir de oídas. ¡Ah! y argumentadas en total estado de sobriedad. De eso sí que estoy seguro.

La lengua rota (La Bella Varsovia, 2019) | Raúl Quinto | 80 páginas | 10 euros.

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