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Con el signo de lo vivo

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Cuarentena

Braulio Ortiz Poole

La Bella Varsovia, 2015

ISBN: 978-84-942289-9-5

92 páginas

12 €

 

 

 

Coradino Vega

Dice Braulio Ortiz Poole en su último poemario que Caravaggio hablaba de la vida cuando tomó por estilo el claroscuro y, en efecto, Cuarentena es una contraposición de luz y de sombra con una síntesis que recuerda en algo a la fe afirmativa de Miłosz, a quien pertenece precisamente la cita con la que se abre el libro. Sin embargo, en la apuesta por la vida en su acepción más luminosa, en el alegato celebratorio y casi obcecado que propone Ortiz Poole, hay consciencia de que la negrura acecha, de que las espinas existen y de que el porvenir puede ser una estafa; vivir, un péndulo; la claridad, «noche camuflada«; y la oscuridad, «un sol desesperado«. Pero de qué sirve heredar el lamento de otros hombres, el abismo de los poetas «que no aguantaban cargar sobre sus hombros / el peso de los días«. El distanciamiento con el malditismo es irónico y es un intento de comprenderse a sí mismo, pues al igual que Borges, cumplidos los cuarenta, Braulio Ortiz parece preferir las mañanas y la serenidad, a los atardeceres y la desdicha.

La cuarentena es una edad, pero también una prevención y una liturgia. En la memoria reaparecen rencores antiguos, la vieja hostilidad y el desprecio, ensoñaciones de los futuros que nunca fueron, el espejo como amenaza, la duda de que la luz carezca de la hondura de la noche o el arte pueda nacer de la quietud agradecida. Sin embargo hay pocos escritores tan limpios de resentimiento como Braulio Ortiz Poole, tan exentos de vanidad y victimismo, sabedores de la futilidad de contraponer el éxito al fracaso, de la ambición, de la vergüenza. Lo que define al alacrán no es el aguijón, sino el miedo a sentirse traicionado, «la enferma pretensión de ser querido«, una intimidad sin amenaza. Y de esa fragilidad de niño educado como casi todo hombre de forma marcial, brota un orgullo legítimo de poeta que —junto al escrutinio público y sin contemplaciones del yo, o el tú que encarna la figura del amado en verano— sitúa a Braulio Ortiz en la línea moral de Cernuda y Gil de Biedma.

Pero llegar a una tregua con la vida y consigo mismo no es una claudicación. Las preguntas siguen siendo las mismas, la perplejidad continúa ahí, el estupor incluso se acrecienta. Los cuarenta no operan de frontera, ni de meta de nada, sino de un lugar distinto desde el que habitar el enigma que no se agota, abierto a los frutos y al desafío, con una aceptación que no excluye el vigor ni la rebeldía. Uno piensa en cuando su padre frisaba esa edad y descubre que por entonces ya tenía seis hijos; uno contempla la foto de sus padres antes de serlo y ve, en el blanco y negro del papel, el color de una lealtad y una armonía y un amor duradero que baña la imagen como un presagio; uno se acuerda de Camus delante de la tumba de un muchacho muy joven y comprende con él la locura y el caos que supone que el hijo sea ya más viejo que el padre. Entonces el hombre está en disposición de recibir al amor con una gratitud que no es únicamente generosa, sino refugio y bendición en su ausencia de reproche y expectativa: el descubrimiento de que «mi corazón, / contigo lo ha aprendido, / aún sabe estremecerse, / tiene los pies descalzos todavía«.

Hay una calidez de afectos en la poesía de Ortiz Poole que te gana casi desde el primer verso; un sentimiento de justicia al contemplar cómo los tímidos, los inseguros y vacilantes, aquellos que no avivaron «el humo del escándalo«, son capaces de desnudarse, dejar de pedir perdón y reivindicar su lugar en el mundo; una participación que emociona en el acto de reconciliación y plenitud respecto a lo que somos y hemos sido. Lo que hace su talento para la metáfora, el símil y la antítesis —más cuando se queda en tierra que las pocas veces que se eleva al Olimpo— es poner en relieve esa poética de la humildad de los que, como decía Juan de Mairena, son modestos sin menospreciarse ni chuparse el dedo. «No permitas que el ruido te confunda / aunque persistan los cantos de sirena. / Tú hallaste en el silencio / aquello que era hermoso«. La mesura no está reñida con el pálpito, nada tiene que ver con la resignación. El despojamiento no exime disfrutar de la abundancia. Con las pérdidas también se hace patrimonio. Aceptar la vida y encararla con esperanza no es una mala manera de estar en ella, un consuelo de tontos, una sugestión que oculte el autoengaño. Decía Miguel Hernández que lo importante, toda vez que comprendamos que no hay nada importante, es dar una solución hermosa a la vida. Y eso es justamente lo que, con Cuarentena, ha hecho Braulio Ortiz Poole.

admin

4 comentarios

  1. ¿Por qué reseñas como esta y libros como estos no tienen miles de comentarios en esta página y en otras? Enhorabuena a partes iguales, Coradino y Braulio.

  2. ¡Enhorabuena, Coradino! Muy buena reseña. El libro tiene muy buena pinta.

  3. Quiero pensar que son los libros los que inspiran las reseñas, y esta es desde luego excelente.

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