JUAN CARLOS SIERRA | Hay autores para los que la madurez más allá de lo que habitualmente se entiende como tal supone el fin voluntario de sus vidas creativas. Está todo dicho. Nada más que añadir, señoría. Hay otros, sin embargo, que se resisten a abandonar la pluma, el bolígrafo o el teclado, a pesar de que deberían haberlo hecho varias décadas atrás para ahorrarles a sus lectores algunas decepciones y para, de paso, evitar ponerse a tiro de sus enemigos literarios, que siempre los hay -¡ay!-. Y luego está José María Conget (Zaragoza, 1948),rara avis en este negociado del ‘una retirada a tiempo es una victoria’. Desde que se jubiló de su tarea docente, lejos de abandonar la creación por aquello de la edad, del descanso o quizá del agotamiento, se ha convertido en uno de los autores españoles más prolíficos que conozco, fiel siempre, hasta donde recuerdo, a la editorial Pre-textos -o viceversa- y a un estándar de calidad que, como el buen vino, mejora según pasan los años. Su última novela, Cenas de amigos, así lo demuestra.
En ella, los habituales de la literatura de Conget reconocerán gestos y guiños de su universo literario particular: el cine, los cómics, el mundo del artisteo artístico que tan bien conoce y ha conocido el autor, el jazz, la ciudad de Nueva York,… Hablando de ciudades, la de Sevilla, reconocible a lo largo de toda la novela en nombres de calles, bares, cines,… se va a convertir de alguna forma en uno más de los personajes de Cenas de amigos. El resto de individuos que trasiega por sus páginas muestra el buen pulso del autor aragonés para realizar un retrato generacional de clase, de una clase social a la que no sabría cómo denominar, para la que no tengo una nomenclatura concreta y reconocible. Quizá podríamos definirla como clase media intelectual y liberal no solo en sus ocupaciones laborales, sino también -o sobre todo- en sus manejos de cama, aunque no está claro si como una suerte de pose progre por reacción a la educación nacionalcatólica recibida o como una actitud intrínseca, orgánica, natural, verdadera, sincera, convencida. Por otra parte, se trata de una generación, por lo que podemos leer en esta última novela de Conget, que demuestra cierta superioridad moral ejercida sin complejos en todos los puntos cardinales temporales: hacia el pasado respecto a sus progenitores, en relación al presente con sus coetáneos y hacia el futuro mirando por encima del hombro a sus hijos. Probablemente, se trate de una generación que se ha sobrevalorado a sí misma, que ha vivido por encima de sus propias expectativas y que ha muerto de éxito. Puede que en todos los momentos de la Historia haya pasado algo similar, pero en la tesitura temporal que narra José María Conget en su novela todo se sale un poco de madre, porque nada podía salir mal para esta generación y esta clase social después de lo mal que había salido lo del franquismo: todos iban a ser más altos, más guapos, más libres, más listos -sobre todo esto, más listos-,… pero la realidad les ha dado en las narices con su terquedad de cemento armado y sus hijos -sobre todo sus hijos- no han sido lo que tenían que ser, lo que habían proyectado, porque nada podía fallar, porque eran los elegidos, una generación privilegiada, de mentes clarividentes, al menos las de aquellos que pertenecían a esta clase social a la que sigo sin saber definir con una palabra.
En este sentido, leer esta novela de José María Conget, como algunas otras anteriores o algunos de sus relatos, es como ver una de esas películas de Woody Allen en las que aparece este estrato social de clase media liberal e intelectual pero en versión estadounidense, sin franquismo pero con su particular nacionalcatolicismo inyectado en vena, entre otras particularidades.
La disección que lleva a cabo Conget en su novela recorre lo público y lo privado, la calle y la cama, pero se sitúa esencialmente en el salón donde se convoca a los invitados a cenar, es decir, exactamente en el cruce de caminos entre las esferas pública y privada, como en los salones de las ventas o de las casas en las obras de Leandro Fernández de Moratín.
En Conget, quienes cenan y siempre han cenado son los adultos; los hijos de estos se han buscado entre ellos cuando eran pequeños, porque no les quedaba más remedio mientras los adultos intentaban forjar una amistad repleta de plumas de pavos reales, es decir, se han buscado la vida tanto en esas cenas como cuando dejaron de celebrarse. Y, en fin, cada uno ha hecho lo que ha podido con las cartas familiares y sociales que le han caído en suerte; cada uno ha sobrevivido como ha podido.
Los hijos son, como parece evidente, otro de los temas esenciales de Cenas de amigos. De hecho en la página 112 se puede entresacar la siguiente frase de la conversación entre madre e hijo protagonistas: “… padres e hijos, pensó, cuánta literatura sobre esa maldición inevitable…”. Una parte de esa literatura, también inevitable me temo, es esta novela de Conget, porque, como ya se ha apuntado, los hijos son parte esencial de la trama. Estos hijos están viviendo su momento de rebelión, su antifranquismo, su lucha social y política, representada en la novela por el movimiento del 15M; como les pasó a sus padres con sus abuelos, aunque por circunstancias diferentes, los padres de estos jóvenes transitarán, dependiendo del caso, por la indiferencia, el sarcasmo, el ninguneo, la condescendencia,… justo lo contrario a lo que se esperaría de una generación que pasó por un trago similar y que además se tenía por la más lista de la historia reciente. Las contradicciones a veces resultan insoportables.
Probablemente, la lectura sociopolítica del libro que nos ocupa no va más allá de esto, porque lo más relevante, aunque esté engarzado, empapado e imbricado, tiene que ver con las relaciones establecidas en torno al binomio amor/amistad, lo realmente importante para sostenerse en la vida. Y en este campo tampoco están las cosas como para tirar cohetes: todo huele a desastre, a resaca, a despojos. Lo que parece que está claro, en cualquiera de los casos, es que se trata del relato de un fracaso estrepitoso.
Todo esto lo narra Conget en un relato medido, bien estructurado en tres momentos claramente pautados. En este aspecto estructural de Cenas de amigos, el manejo de la elipsis en la novela es remarcable por su efectividad en el transcurso del relato y, sobre todo, en su resolución: porque hay cosas en las que no es necesario entrar, porque el relato de lo que sabemos habla por sí solo, porque hay detalles que no aportarían más que un morbo que arruinaría el tono de la obra.
Por otra parte, se detecta en esta última novela de Conget, por encima de lo que nos tiene acostumbrados a sus lectores habituales, una tendencia muy marcada hacia un registro lingüístico más lírico, más poético, que contrasta con el ambiente de ruina que preside el libro. No por ello se pierde la fluidez y la naturalidad en lo narrado y, lo más difícil, en lo dialogado. De hecho, en Cenas de amigos la conversación de los personajes se introduce en el fluir narrativo sin advertencias al lector y sin provocar por ello que chirríe el relato en ningún momento; solo en la tercera parte de la novela (y final) sabemos los lectores de forma explícita que estamos asistiendo a un diálogo. Tanta habilidad tiene Conget en este aspecto que he de confesar que de esto he sido consciente, plenamente consciente, al redactar esta reseña; ni mientras leía ni en el recuerdo de la lectura habría reparado en ello. ¿Es un despiste mío? No sé. No lo descartaría. Pero creo que se trata más bien de un acierto estilístico del autor.
Últimamente, cada vez que leo una novela me acuerdo (y lo cité en mi anterior reseña sobre la última novela de Antonio López-Peláez) de aquello que repite Care Santos acerca de que el gran pecado que nunca ha de cometer un escritor, especialmente un narrador, es el de aburrir al lector. Con los mimbres de Cenas de amigos alguien con menos talento que Conget lo habría conseguido -me refiero a lo de aburrir al lector.- El aragonés salva el reto con nota, lo que demuestra que definitivamente para José María Conget la edad no es un lastre, sino más bien un viento que sopla a su favor y, por consiguiente, a favor también de sus lectores. ¡Brindemos por ello!
Cenas de amigos (Pre-textos, 2022) | José María Conget | 272 páginas | 20 euros