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Contra el monoteísmo

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Las extensiones interiores del espacio exterior

Joseph Campbell

Atalanta, 2013

ISBN: 978-84-940941-2-5

225 páginas

24 €

Traducción de Roberto Bravo

 

Luis Manuel Ruiz

Publicado por primera vez en 1986, Las extensiones interiores del espacio exterior recoge las intervenciones que Joseph Campbell realizó en sus años finales en la Universidad de California, Berkeley, sobre los temas que siempre le fueron dilectos: las mitologías del mundo, la búsqueda de la armonía espiritual a través de la conciliación entre dioses, el camino, místico o dialéctico, que conduce a la salvación del individuo a través de la depuración de su alma. El conjunto tiene la virtud de servir de compendio póstumo (murió en 1987) de su pensamiento en materia de religiones, tal y como se recogió notoriamente, sobre todo, en su ‘opus maius’, los cuatro volúmenes de Las máscaras de Dios (1962-1968). Entrenado en la tradición antropológica que arranca de la psicología profunda de Jung y los estudios de Adolf Bastian sobre los universales religiosos, Campbell pertenece a ese río de hondas aguas que lleva del maestro del psicoanálisis zuriqués a recientes reivindicaciones del plano mágico del hombre, como las de Patrick Harpur, pasando por hitos de la teoría de la imaginación y arqueólogos del espíritu mítico de la talla de James Hillmann, que defiende la existencia de los demonios (‘daimones’ es el término griego correcto) en libros llenos de osadía, brillantez y charlatanería a partes idénticas. La filosofía de Campbell comparte muchísimos presupuestos con las de todos estos autores, y vuelvo a citar a Jung, a Hillmann, a Harpur y a algunos de los recientes revitalizadores del paganismo cuyas citas pululan por internet: un panteísmo en que se entreveran influencias orientales (hindúes) con fuentes eminentemente neoplatónicas; una capacidad de creer casi en cualquier cosa, siempre que sea tremenda, o desconcierte o se burle del sentido común o los laboratorios; una imaginación deslumbrante, arrebatadora, lírica, que convierte su lectura casi en una experiencia iniciática, a medias entre el delirio estético y la borrachera; una interpretación de la tradición de Occidente basada no en sus hechos más visibles y manifiestos, ni entendida como progreso hacia la libertad y la comprensión del mundo a través de la ciencia, sino como el rescate de las aguas ocultas que irrigan nuestra civilización y, ahí en la sombra (la de los sótanos, la de las mazmorras, la de las bibliotecas clausuradas, la del taller del alquimista y el cubículo del mago, la de la celda del manicomio), la hacen florecer.

Las tesis fundamentales de la ‘Weltanschauung’ de Campbell pueden resumirse como sigue, según deja él muy bien sentir en varias de las páginas de estas Extensiones. Hay un acervo de mitos comunes a toda la humanidad, cuya sombra puede rastrearse en cualquiera de las culturas que cubren el globo, sin importar la distancia de siglos o continentes que las separe. Dicha unanimidad se debe a la propia constitución orgánica de nuestra especie, a este cuerpo compuesto de piernas y manos y dientes y ojos y cabello y cinco sentidos que comparten egipcios, maoríes, esquimales, campesinos medievales e informáticos del siglo XXI, y que hace que concibamos el mundo que nos rodea siempre a través de las lentes de las mismas imágenes fabulosas. Estas imágenes (la virgen encinta, el redentor devorado, el viaje probático, el combate contra el dragón) son como el ‘ostinato’ que aparece por doquier, el armazón que nos permite ordenar y comprender el caos de sensaciones diversas que reina a nuestro alrededor. De entre todos esos núcleos temáticos sobresale uno: el regreso al útero, el descanso en la tierra.

En una remota prehistoria de bonanza y maternidad en que los agricultores habitaban las zonas llanas de los valles, el hombre creía en la Diosa. Todo su afán era satisfacer a esa Gran Madre que le amamantaba con sus cosechas, que le concedía lo mejor y lo peor de la existencia en forma de éxtasis y tormento, goce sexual y dolor físico, apareamiento y muerte, a la que regresaba en cuanto la gran liturgia de la vida tocaba a su fin. En aquella fecha perdida se instituyeron los cultos que aspiran a una unión con el todo, que consideran que la meta última de la religión ha de ser sumergir nuestra conciencia individual en el gran océano universal que le dio inicio y la rodea por todas partes: es la aspiración a la que tienden el yoga, el nirvana búdico, los Upanishads, los raptos neoplatónicos, el misticismo cristiano y Schopenhauer. Pero en un momento de la historia difícil de concretar, cercano al Neolítico, una nueva raza de invasores hizo aparición para estropearlo todo. Aún nos resentimos de esa violenta interrupción.

Procedentes de las montañas, amantes del esfuerzo físico y proclives a descollar, los pueblos nómadas arrasaron las llanuras donde se amaba a la Diosa e instalaron nuevos dioses, los suyos. Dioses hoscos, feroces, masculinos, ganaderos, bélicos, dispuestos a castigar cruelmente si no se seguían sus dictámenes; dioses cuya meta última no era hermanar a la humanidad en un todo común y hacerla regresar al seno que comparte con la vegetación y las bestias, sino emanciparla, distinguirla, elevarla hacia la cumbre del dominio mediante la antorcha y el látigo. Así, Jehová, Zeus, Odín, Júpiter, Indra, Alá instituyeron que sólo su religión era la correcta y que todos los infieles, los que se atrevían a desafiarla, debían sucumbir. Hemos padecido esta dictadura de la religión monoteísta (monótono-teísta, diría Nietzsche) durante más de dos mil años, y sólo ahora se nos hace evidente que un nuevo mito debe emerger: cuál haya de ser queda sólo esbozado entre puntos suspensivos en los capítulos finales de la obra de Campbell, aunque nada cuesta imaginarlo vestido con las túnicas y los mantos del neodruidismo o el neopaganismo que infesta nuestro internet (tecléense ambas palabras en Google y se verá).

La editorial Atalanta cuenta con el mérito de ir rescatando la obra de todos estos extraños autores, de índole eminentemente anglosajona, que recrean nuestra tradición intelectual a su peculiar modo y luchan todavía, en un universo caracterizado por la sordera, por reconciliar al hombre con su alma, a un alma con otra y a todas con Dios, sea lo que sea que eso quiera significar: Hillmann, Tarnas, Lachman, Harpur. Un intento delicioso, no exento de polémica y repleto de talento, servido, eso siempre, en ediciones azules de exquisita factura.

admin

Un comentario

  1. Pues abrumado soy ante el derroche de misticismo, qué buena reseña, perfecciono además mi espaniol, salvo las dudas de ciertas expresiones, lo de exquisita factura por ejemplo significa que el libro cuesta mucho o cuesta poco para lo que es? La economía es el motor de todo, nos lo dicen cada día.
    Gran Saludo.

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