La mano invisible
Isaac Rosa
Seix Barral, 2011. Colección «Biblioteca breve»
ISBN: 978-84-322-0933-8
384 páginas
19,50 €
Carolina León
Cada día me sorprende más encontrarme lectores serios que reniegan por sistema de los argumentos políticos en las novelas. “Honestidad es decir desde dónde habla uno”, me dijo el otro día alguien, así que empezaré por decir que hablo desde el convencimiento de que todo acto literario es político con o sin intención.
Larga y penosa es la historia de desentendimiento entre literatura y política, pero más penoso aún es encontrar que se llama “política” únicamente a la literatura que se escribe desde el lugar no-normativo, no-dominante, no-altavoz del discurso oficial. En primer lugar, aléjense de este libro los lectores mencionados (ver arriba). En segundo, aléjense los que buscan escapismo sin compromiso en las novelas (digo, para ahorraros un mal rato). Y en tercero, los que desean libros como tranquilas palmaditas en la espalda. Si te has atrevido a la lectura de La mano invisible, última novela de Isaac Rosa, nos tuteamos: ¿nos gustan o no nos gustan los libros que rascan nuestra conciencia?
No soy fanática de las novelas de Rosa. Me he encontrado con libros que me han dejado una semana dándoles vueltas y otros que me costaba terminar. En La mano invisible vuelve a aparecer esa forma exquisita, esa estructura sin tacha, que encontramos en, por ejemplo, El vano ayer, pero siendo su baza principal, también es su lastre, como en El país del miedo (esa necesidad de permanecer adjunto a la forma elegida, aun a riesgo de que por el camino se revele innecesaria). Capítulo a capítulo, las voces despersonalizadas de los personajes van tomando el discurso para dibujar una panorámica circular, siempre incompleta, siempre parcial, como en un Vidas cruzadas. Por ello, durante las primeras cincuenta o sesenta páginas el lector no va a saber muy bien a qué atenerse, y no podrá empezar a encajar piezas en un todo hasta, al menos, el tercer capítulo.
No es necesariamente lastre aquí, aunque cuesta enganchar. Dicho esto, puede que el lector también encuentre, como yo, que la tensión y la desazón van creciendo a medida que se suceden los oficios: el carnicero, el mozo, la costurera, la telefonista… Puede que se sienta más íntimamente tocado con uno u otro. Reclamará su atención si sabe previamente de las condiciones de trabajo en una obra, o si es muy aficionado a comprar ropa de saldo en las tiendas chinas. Prácticamente nadie puede dejar de sentirse aludido con esta lectura, de una manera que genera culpabilidad y a la vez pensamiento, rabia, reflexión, carga semántica e impotencia política.
Seas quien seas, mientras no tengas acciones del Santander, este libro te interpela.
¿Hacía falta una novela para hablar del trabajo, para evidenciar sus estructuras internas de sometimiento y presión, para entonar un salmo de culpabilidad del consumidor y agente opresor de cada uno de los personajes aquí retratados? ¿Es necesaria la novela mientras que el discurso podría ser dicho, quizá, como ensayo, o como audiovisual ‘verité’? ¿Es una buena novela? No oculto mi entusiasmo. He leído reseñas que ponían en entredicho que en La mano invisible hubiera Literatura, así, con mayúculas. Puedo reírme a placer con ello. Algunas de las decisiones tomadas por el autor no son cien por cien conseguidas: por ejemplo, se hace cansina la prosa interior, el monólogo en estilo indirecto que recorre en cada caso una sucesión de humillaciones, ultrajes, recuerdos y reflexiones; la narración resulta a ratos algo lenta y con un nivel de detalle que, quizá, se podría haber ahorrado; pero si continúas adelante, la sensación de conjunto aparece sólida y la prolijidad contribuye a introducir un número infinito de subtemas, de tramas ocultas, de motivaciones coloreadas en muchos grados del marrón caca.
Lo que no hay en esta novela es comodidad. Ni pizca. En todas partes te saltan a la cara las grandes esclavitudes a las que nos brindamos a diario y en cada página hay un elemento de desgarro, un ‘scratch’, un ruido desagradable o un mal olor. También hay mucha soledad, y prácticamente hasta la mitad del libro los personajes hablan consigo mismo, muy poco entre ellos. Si Rosa ha querido recrear en la ficción las mil miserias del mundo del trabajo, la explotación, el sometimiento y las relaciones de poder en el interior de las empresas, eso está conseguido, aunque jorobe leerlo. Sin embargo hay algo que me parece más acuciante y primordial en este libro -sin saber si es o no su intención, tanto da-: a medida que avanza, esas relaciones de poder que se creían verticales brotan y se reproducen entre los mismos personajes, empleados todos, y ninguno se escapa, o casi, a ser sometedor de un sometido.
Cuando sitúa a todos sus empleados en una nave para trabajar a la vista del público, además, no hace más que exacerbar el propio escenario del trabajo, jugar a la espectacularización debordiana y aplastar ciertos supuestos bajo su propio peso. Así que sí: para mí es una novela lúcida (nunca lúdica), valiente, jodida, casi impecable. ¿El trabajo es un territorio inexplorado en la ficción? ¿No lo es también el verdadero ajetreo del ‘broker’ o la estúpida vida del ricachón?
Al vuelo de la lectura he tenido fogonazos de argumentos de Zola, y he vuelto a la retahíla significante de Manhattan Transfer. La temática social y el compromiso político no han estado siempre divorciadas de la literatura, ni mucho menos. Casi me atrevo a decir que es en los últimos cincuenta años cuando se produce (por motivos que pueden ir desde la omnipresencia de la sociedad de mercado hasta la capitalización del ocio) ese divorcio.
Lo que ha desaparecido de las ficciones de un tiempo a esta parte son las consideraciones económicas que son, a pesar de todo, los verdaderos hilos de nuestras vidas, aunque, si nos vamos a novelas como Paseador de perros (Sergio Galarza) o Mi gran novela sobre la Vaguada (Fernando San Basilio), ambas recientes, encontraremos algunos intentos de dibujar la precariedad y mostrar los entramados de subsistencia en el territorio, por así decirlo, marginal del primermundismo. Para relatar, si es nuestra intención, el aquí y el ahora, no podemos pasar por alto las desiguldades y las carencias.
Rosa, además de contar con un discurso, cuenta con herramientas literarias de sobra. Vuelvo al principio, no consigo comprender del todo a los que se quejan de La mano invisible como novela política. Quizá prefieren seguir acudiendo cada día a su puesto de trabajo y explotando, a su modo y sin mala conciencia, al subordinado, becario, limpiadora o camarera que le sirve los gin-tonics después de la jornada. Pero, si no estás entre ellos, este libro es lectura recomendada para aclimatarse a la próxima orgía consumista navideña.
Esta me parece una magnífica crítica, Carolina. Te felicito.
Es tan buena que me han entrado muchas ganas de leer «La mano invisible» y eso tiene mucho mérito en mi caso, pues asistí a la presentación del libro que hizo Isaac Rosa hace unos meses en Sevilla y su discurso (esto es, su justificación) me pareció lamentable.
Tú lo has explicado mucho mejor. Sin duda un buen regalo para estas Navidades…
Felicidades por la crítica. Pocas veces he leído en este blog algo con tanta atención. Ya tenía pensado leerme la novela pero estoy seguro que la lectura se enriquecerá con alguna de las claves que aquí se aporta
Mami, me gustó.
Gran reseña que creo que explica perfectamente lo que hay detrás de este libro. Dejo por si puede interesar una crítica que realicé de él: http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article29507
Me alegro de que os haya gustado la reseña. Gracias por comentar 🙂