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Conversar con cosas rotas

GEMA ESTUDILLO | En un país que acostumbra a premiar el discurso descafeinado y políticamente correcto, se agradece que haya premios, como el de la Fundación Juan Ramón Jiménez, que apuesten por voces potentes como la de Alejandro Céspedes ( Gijón, 1958 ). La lectura de Soy Lola Jericó me ha impactado tanto, que llevo una semana rumiando y deglutiendo su regusto. Se me vienen a la cabeza multitud de ideas sobre la lectura. La primera, sin saber por qué, fue “diálogo”. ¿ Qué había en la lectura de este libro del que no podía apartar la palabra “diálogo” de mi mente? y, sobre todo: ¿Quién habla? y ¿ desde dónde habla? Partiendo de la idea de que el “discurso poético es autorreferencial”, como apunta por ejemplo Paul Ricoeur, me he pasado semanas intentando interpretar, e incluso desentrañar, los referentes del discurso en Soy Lola Jericó. Y es que hay, en el libro, unos interlocutores, un , un yo y un espacio cifrados, difíciles de identificar, cuya decodificación se complica aún más por la sospecha añadida de que Céspedes, también artista visual, experimenta y juega con el intercambio de códigos semánticos: verbales y visuales, experimentando con una realidad de dos dimensiones:

Todo cristal ansía/ dividir lo que existe entre dos mitades./ Tú estás dormida dentro de la caja/ y yo fuera mirándote igual que en nuestros juegos.”

El libro está dividido en cuatro partes que él denomina Instrumentos, vocablo que ya nos remite a la idea de algo que se usa con un fin útil: construir o deconstruir algo, un utensilio manejado por un creador o, por qué no, un “deconstructor” o un reparador. “Si me preguntáis de dónde vengo, / tengo que conversar con cosas rotas” dicen los versos de Pablo Neruda que abren el libro. O estos versos del propio Céspedes, que es el inicio de todo el poemario :

Yo soy Lola Jericó, un instrumento,/…/ Por dentro de mis ojos/ hay un silencio que escuece./ Y tengo que ponerme a hacer los “ deberes”: recolocar los huesos partidos de los sueños.

y de cuyas palabras se hace eco la voz del poeta al final del poema, para sugerirnos, en un tono confidencial que lo acerca al lector y lo distancia de la voz de Lola a través del uso de la tercera persona, como otorgándonos la llave, que

En su impotencia para restituirse/ una máquina reza al dios de los mecanos

y abriendo, así, el tercer plano de la realidad: el del propio lector. El diálogo, pues, entre el mecano roto y el poeta cuya misión es “restituirle” conforman la columna vertebral de todo este edificio. Mecano roto que es, al mismo tiempo, objeto que restaurar e instrumento para destripar y comprender. No en vano “ instrumento” y “restaurar” provienen de la misma raíz etimológica. Así comienza la primera parte del poemario, que lleva por título El golpe de tambor.

Podríamos apelar aquí a las palabras de Gadamer o Derrida, “interpretar” o “deconstruir”, que vienen a ser prácticamente lo mismo en su sentido metafórico, para comprender y “ restaurar” el sentido de la vida, porque el golpe de tambor viene a ser la llamada de auxilio que inicia la pugna dialéctica entre creación y creador:

Siempre he sido una sombra inconsciente/ a quien el cuerpo de una niña/ perseguía sin tregua./Procedo de esa estirpe de mujeres/ que no han tenido padre/ por voluntad propia”.

Desde el punto de vista del psicoanálisis lacaniano, la construcción, o en este caso, la reconstrucción de la identidad, de la otredad a partir de una especie de complejo de Electra modernizado, está servida y será la fuente de los afectos ilusorios entre ambos; un juego dialéctico de pulsión y repulsión a lo largo de los siguientes capítulos o instrumentos que, a veces se manifiesta como una atracción:

Somos espacio y tiempo – me dijiste-, el aquí y el ahora./ y yo corrí detrás del aquí y el ahora/ pero no conseguí llegar a retenerlos”

a veces, como rebeldía:

No decidas por mí. / Aunque conozcas cómo se conjuga/ cada forma verbal de mi materia. Aunque sepas nombrar/ lo que me aguarda

y entre uno y otro extremo, muchas otras sensaciones provocadas, como bien explica el propio autor en el epílogo, por el distanciamiento entre objeto y sujeto, entre el instrumento y el creador, entre el mecano y el poeta, pues ambos se hallan a uno y otro lado del cristal de la pantalla o del otro lado de las redes sociales, a uno y otro lado de esa doble realidad en la que se entabla el diálogo.

Pero la poesía no está para explicar, sino para destripar. No le corresponde a él restaurar al muñeco, sino interrogarse de dónde proviene la llama viva que se apaga poco a poco, no sin antes provocar un incendio; porque no hay restauración posible sin comprensión, ni diálogo sin preguntas y, por muy perfeccionado que esté el método de interpretación e indagación del poeta, siempre hay un ancho espacio por el que se cuela el lector al que también le toca su turno de preguntas:

Este es el espacio/ que yo ocupo en el mundo:/un cuerpo hueco/ solamente el perímetro/ que anduvieron tus ojos/ en esa algarabía de soles mutilados.”

¿Incomunicación? ¿Soledad 3.0? ¿la que producen los nuevos sistemas de comunicación virtuales? ¿Posmodernidad digital al más puro estilo byroniano? ¿El hombre atrapado en la red incapaz de comprender e impotente ante el nuevo orden al que se enfrenta? ¿Incertidumbre? ¿Extrañeza? ¿Frialdad? ¿Incomprensión? ¿Desconcierto? ¿Juego de realidades entre ficción y no ficción? ¿Existe o existió realmente, como explica Céspedes, una Lola Jericó o es sólo el instrumento para la búsqueda e interpretación del sentido de la nueva realidad, la vida cibernética? ¿Alicia intentando “comprenderse” y lanzando “una bengala de auxilio” para poder “restituirse” al otro lado del espejo? ¿Quién está al otro lado? ¿Es Lola, es el alter ego del poeta? ¿De qué lado está la verdad? ¿Importa, realmente, la verdad? He aquí mis interrogantes. He aquí mi trabajo de lectora.

Soy Lola Jericó (Col. de poesía J.R.J (2ª época). Diputación provincial de Huelva. 2022)|Alejandro Céspedes | 123 páginas | 5 euros | XLII Premio Iberoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez

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