JORGE ANDREU | Hace ahora unos doce años, tuve el honor de participar en un libro colectivo sobre lo sobrenatural y lo metarreal en la literatura hispánica. Estoy convencido de que ese volumen publicado por la asociación ALEPH de jóvenes hispanistas, si se planteara una reedición ampliada, incluiría multitud de capítulos donde los doctorandos hubiesen analizado los pormenores del relato en Mariana Enríquez.
Y es que el universo de la autora argentina tiene la propiedad de haber actualizado el género de terror hasta nuestros miedos más inmediatos, en diálogo con la tradición pero con una fuerte carga innovadora. En sus libros, a pesar de Poe, de Lovecraft, de Hoffmann, ya lejanos, y a pesar incluso de Shirley Jackson, late un pulso personal en el que lo social, lo político, lo poético y lo tenebroso conviven, igual que lo sobrenatural forma parte de lo real. Una escritura que ha ido ganando fuerza en paralelo a su popularidad, lo que la convierte en una rara avis que es estrella de rock y autora de un éxito multitudinario.
La publicación, hace una semana, de Un lugar soleado para gente sombría ha sido todo un acontecimiento. Quizá para poner las expectativas demasiado altas. Porque estos doce relatos, si bien no contienen esa punzada constante que acecha y ataca en la última página, tiene varias piezas realmente destacables. Hay, eso sí, en todos ellos un salto de densidad que no estaba tan presente en todos los relatos de los libros anteriores, y en muchos de ellos esa densidad favorece la aparente falta de intensidad en el giro final −que lo tienen, y a veces muy logrado−. Uno lee con la sensación de que algo se acerca y, con el corazón encogido, espera el zarpazo del final. Quien considere que el relato se desmorona porque esa puñalada no se clava según lo esperado, o según lo imprevisible, yerra desde luego, como parece haber sido el grito de guerra de cierto crítico literario en medios de gran difusión.
Me atrevo a afirmar, con todo, que de las doce piezas de este libro, hay tres o cuatro que se clavan por la espalda y otros seis o siete que no lo requieren. Doce. Tres. Siete. Casi un pleno, que no es poco. ¿Que se clavan por la espalda? Sí: «Metamorfosis» y «Diferentes colores hechos de lágrimas» son dos exponentes. Una premenopáusica a la que tienen que extirparle un mioma del tamaño de una naranja y un grupo de amigas con un negocio de compra-venta de joyas y ropa usada. En los dos relatos Mariana no se priva de hacernos convivir con el miedo, con lo escabroso, con dos finales que duelen en las entrañas.
Sin embargo, sin necesidad de ese final abrupto de knock-out (Cortázar ya quedó atrás), defenderé a ultranza esos fantasmas que vuelven en busca de consuelo provocando la culpa de los vivos en «Mis muertos tristes», que abre la colección y me parece uno de los mejores. O esa forma de justificar con una esquizofrenia −como hiciera con el Gaspar de Nuestra parte de noche− los poderes paranormales de una joven que llega a practicar sexo con lo invisible en «Julie». O esa somatización de un trauma que descompone la cara de la protagonista de «La desgracia en la cara», donde el entorno y la conexión de todas las mujeres de la familia da cuenta de una definición del personaje a través del lado más feo de la realidad.
Mención aparte merece ese catálogo surrealista de «Los pájaros de la noche», que termina por mezclar el miedo y la añoranza y que es una de las muestras más geniales del dos en uno, lo explícito y lo implícito en la misma línea que recorre como una flecha el texto de principio a fin.
Ahora bien, ¿qué tienen en común todos los relatos de este libro? La imagen de la madurez, o de la vejez, que ya no afronta el miedo a lo otro como la llegada de un extraño, sino que convive con esa extrañeza como parte de la vida diaria. Fantasmas que viven entre los vivos o personajes que viven atados a lo sobrenatural. La metarrealidad del terror cotidiano, un grado más en la narrativa de Mariana Enríquez. Algo me dice que no va a ser un libro apto para nuevos lectores, pero sí para aquellos que hayan seguido su trayectoria de cerca, porque aquí encontrarán un estrato nuevo, una versión mejorada del relato de terror donde no faltan casas encantadas, mundo gore, rock duro y escalofríos. Para gente sombría que se asome a pleno sol en busca del espíritu de una chica ahogada, para quienes se atrevan a mudarse a un barrio desconocido. En una pacífica convivencia con el miedo.
Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama, 2024) | Mariana Enríquez | 232 páginas | 19,90 euros