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Crónica de dos muertes anunciadas

EL_COMENSALJOSÉ MARÍA MORAGA | “Cuentan que en mi familia siempre se sienta un comensal de más en cada comida. Es invisible, pero está ahí.” Así comienza El comensal, primera novela de Gabriela Ybarra (Bilbao, 1983) que está dando muchísimo que hablar entre la gente lectora. Varios amigos escritores y libreros me la recomiendan encarecidamente, veo que las críticas favorables se multiplican… decido no leerlas para no dejarme influir y atacar en cambio el libro de moda. No me andaré con paños calientes: El comensal no me ha gustado. Los que alguna vez hayan leído una reseña mía saben que en estos casos suelo dejarme llevar por el sarcasmo, la sorna o la mala baba hasta hacer sangre de los libros que considero inferiores. No será este el caso. Trataré con respeto de explicar por qué no me ha gustado, el libro lo merece porque nadie en sus cabales podría asegurar que sea malo. Yo solo digo que no me ha gustado. Pero este texto no va sobre mí sino sobre El comensal de Gabriela Ybarra.

La joven bilbaína nos presenta una novela autobiográfica con grandes dosis de detalle y realismo, tantas que podría llegar a calificarse el libro como documental, una suerte de novela de no ficción, si no fuera porque la autora se encarga de remachar el carácter ficcional en sus “Nota previa”, “Créditos” y “Agradecimientos”. El término “autoficción” resulta útil aquí, presente como está en mucha de la mejor producción literaria actual, desde las indagaciones sobre la religión, la historia y la muerte de Emmanuel Carrère, Laurent Binet y Julian Barnes a la “novela en marcha” de Andrés Trapiello o las locuras de Vila-Matas. ¿Qué es lo que persigue contar en su Comensal Gabriela Ybarra pues? No es del todo autobiografía, no es del todo ficción, aunque la autora lo califique como novela, este libro juega con las expectativas del lector para narrar la relación de Ybarra con dos muertes muy importantes dentro de su familia: la de su abuelo Javier Ybarra, secuestrado y asesinado por la ETA de un tiro en la nuca en 1977 y la de su propia madre, fallecida de cáncer en 2011. Dos generaciones, dos muertes, muy dispares circunstancias y la figura del ausente, ese “comensal” que viene a aparecerse a la familia de Gabriela, como se aparecieron antes el Comendador a Don Juan o el fantasma de su padre a Hamlet.

Interesante punto de partida, y ciertamente poderoso desde el punto de vista emotivo, como mínimo. Un abuelo víctima de la banda terrorista ETA, una familia amenazada y, décadas después, una terrible enfermedad que se ceba con la nuera, madre de la narradora. Pues por dramático e incluso trágico que prometa ser, la habilidad de Gabriela Ybarra en El comensal consiste en -créanlo o no- despojar estas pontencialmente explosivas y carnosas historias y servirnos un plato desprovisto de nervio, chicha o vida. Una novela descremada, si es que tras leerla seguimos creyendo que se trata de una novela y no de la recopilación, selección y puesta en orden de una serie de recuerdos e investigaciones bien redactados. Esto último no es moco de pavo, de hecho acabo de borrar el adjetivo “simple” de la frase anterior porque no creo en absoluto que lo que consigue la autora sea tarea simple. Pero dista muchísimo de ser esa obra que podría haber llegado a ser, vistos los materiales de partida.

Leo con sorpresa algunas cosas: la faja anuncia el juicio de Carlos Pardo: “Despojado, honesto, exacto y neutral”. Esas podrán quizás ser las virtudes de muchos libros pero nunca de una gran novela. La propia contraportada parece abundar en ideas análogas, “huir del victimismo”, “sin puritanismo ni autocompasión”. No soy capaz de leer una crónica desapasionada de un crimen etarra, lo siento. No quiero que nos rasguemos las vestiduras pero me quedo atónito ante la “objetividad” con que se relata todo. A los correctísimos terroristas solo les falta decir “Don Javier, venimos a secuestrarle, si no es molestia”. Sé que no son monstruos, son seres humanos como nosotros pero ¿de verdad eso era lo que Gabriela Ybarra nos quería contar? A mí tanta objetividad y equidistancia me provocan desapasionamiento, francamente. ¿Objetividad en una novela que narra hechos históricos con nombres y apellidos? ¿Quién la necesita, habiendo periódicos? Y si no espero que sean neutrales estos, menos aún el relato de una parte interesada. La objetividad descremada genera aburrimiento, es como ver crecer la hierba. Otro gallo cantaría si la falta de pasión se hubiese puesto al servicio de la tensión, subrayando el divorcio entre el horrible asunto narrado y la voz que no se inmuta, como ocurre en las novelas de Breat Easton Ellis.

Con todo, el asunto del abuelo ocupa solamente un tercio de la extensión del libro, aunque su recuerdo salpique otros pasajes. La parte del león se dedica a la enfermedad de la madre de la narradora, que cuando se entera de la noticia vive en Nueva York (como la propia Ybarra), y a la lucha contra el cáncer que la señora mantiene entre esta ciudad y Madrid, con el fatal resultado que hemos indicado. Al tocar esta parte del libro temas y emociones más cercanos a la autora/narradora, era de suponer que todo se volvería más auténtico, o al menos que se deslizaría más sangre en las venas de El comensal, pero siento decir que en el caso de mi experiencia lectora, no ha sido así. Correcta redacción, algunas reflexiones brillantes pero poco realmente emocionante, en un libro que debería haber sido la emoción hecha papel y tinta. Las anécdotas triviales se suceden de manera impresionista y al final la conexión entre ambas muertes no se ve por ningún lado, más allá de que eran abuelo y madre de Gabriela Ybarra (y padre y esposa de su padre, claro).

Carezco de experiencias equiparables a las de la autora, supongo que a quien las haya tenido el libro le dirá muchas más cosas pero eso es trampa: el hecho de que el lector se sienta o no identificado con una novela es irrelevante. Lo que la novela debe hacer es “interpelar” al lector (por citar a Constantino Bértolo, ex editor de Caballo de Troya), y eso por méritos propios. Tal vez lo sensible de la temática de El comensal me haya impedido criticarla con más mala leche pero eso tampoco está bien: independientemente de quién escriba y de qué haya vivido, el texto debe ser objeto de nuestro honesto escrutinio. El comensal no es un ajuste de cuentas con el pasado, y eso sí lo encuentro de agradecer, así como la pericia narradora de Gabriela Ybarra, aunque no comulgo para nada con el tono ni con la estructura. Si se me permite la expresión castiza, Ybarra “apunta maneras”, esperemos que para su próxima entrega encuentre nuevas y mejores formas de emocionar al lector sin traicionarse ella.

El comensal (Caballo de Troya, 2015), de Gabriela Ybarra | 176 páginas | 15,90 €

admin

6 comentarios

  1. Muy buena reseña, muy bien justificada, que demuestra que se puede (y se debe) criticar algo cuando no te gusta sin que por ello se esté perdiendo el tiempo, como claman muchos antinegativistas críticos. Enhorabuena.
    Por cierto, que Ignacio Echevarría ya dejó caer un juicio en algunos aspectos similar al tuyo en su columna de opinión: http://www.elcultural.com/revista/opinion/Tambores-lejanos/37277

  2. Buena reseña, sí señor. Como dices, «Correcta redacción». Enhorabuena por la reseña.

  3. El crítico debería también cuidar su redacción y evitar los anacolutos.

  4. Anacoluto siempre me ha sonado a colutorio.
    A mí me parece que la crítica está excelentemente escrita, pero en todos lados se esconde un Senabre agazapado con su manual de gramática.

  5. La descalificación personal no es un argumento, sino muestra de incompetencia.

  6. Personalmente «El comensal» no me gustó nada, de hecho me decepcionó mucho, me pareció un libro sin alma, insípido, y, sobre todo, muy mal escrito… Me temo que la popularidad que ha alcanzado se debe más al tema que trata (el del terrorismo etarra, que sigue vendiendo mucho en este país) que a sus verdaderas dotes literarias, prácticamente inexistentes (ya que se asemeja más a una crónica periodística que a un relato literario). Hay una novela que trata el mismo tema del duelo y que es, a mi juicio, todo lo contrario: «La pertenencia» (la autora se llama Gema Nieto y también es una chica muy joven). Me pareció brillante. Lírica, honesta, valiente y conmovedora. Trata infinidad de motivos con un manejo sobresaliente del estilo: el dolor de una familia rota, el descubrimiento del amor… todo contado de manera bellísima. Impresionante, de verdad, de lo mejor que he leído últimamente, me ha marcado. Viene avalada además por Belén Gopegui y Alberto Olmos. Desde que la devoré la recomiendo encarecidamente a todo el que puedo, así que aquí dejo mi apunte, que espero que no caiga en saco roto porque de verdad es un libro que vale la pena. Un saludo.

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