ANA BELÉN MARTÍNEZ |Página uno
“El cielo era como una pared blanca con un círculo amarillo pintado con creyones que alguien había tapado después con más pintura blanca”. Panza de burro, Andrea Abreu.
Panza de burro me acompaña los días de mayo. He encontrado una placita solitaria a la que ir a leer después del trabajo. No se encuentra muy lejos de casa y está inundada de un sol enérgico rodeado por unas pocas nubes. Al fondo hay montañas cubiertas de pinos de carrasco mecidos por una brisa primaveral. En Panza de burro, de Andrea Abreu (Tenerife, 1995), las alusiones al cielo —en este caso el canario— son continuas y bonitas. Quizá su encanto radica en que la narradora es una niña de unos diez años y sus ojos retienen el mundo todavía con ingenuidad. Panza de burro narra la historia de una amistad: la de una niña sin nombre y su amiga Isora en un pueblo del interior de Tenerife. Todo sucede durante un verano en el que suena Obsesión de Aventura en la radio, Pasión de gavilanes despierta furor en televisión y El diario de Patricia despega como un programa al que acude gente anónima, y a veces muy particular, para resolver sus problemas. La niña sin nombre admira a Isora y a la vez siente celos por ella, sobre todo por la seguridad con la que su amiga se enfrenta a la vida.
Página dos
Panza de burro es todo un artefacto explosivo con título de fenómeno meteorológico. Una bomba casera que explota entre las manos. Está cargada de elementos que dinamitan lo común. Para empezar, el lector se asomará a un estilo anárquico. Una voz en primera persona escrita tal cual se habla. Oralidad pura y dura que no atiende a ninguna norma ortográfica, gramatical o de puntuación. Así como un vocabulario propio de la tierra de la autora, no siempre comprensible. Habrá a quien disguste esta manera de contar. A esta reseñista le ha parecido un acierto puesto que la voz de la niña resulta con ello más auténtica. El escenario y los personajes tampoco son muy frecuentes. Abreu abre el telón y descubre lo que hay detrás de lo turístico de las islas Canarias. Escarba en esa parte más desconocida de la tierra de los guanches y en cómo vive la gente obrera que sirve a los vienen a disfrutarla.
Página tres
En la primera parte de Nymphomaniac (Lars von Trier, 2013) la protagonista cuenta cómo de niña se encerraba en el cuarto de baño con una amiga y jugaban a hacer las ranas. Este juego consistía en desprenderse de las braguitas, rociar el suelo de agua con el mango de la ducha y tumbarse sobre él para nadar como lo hacen las ranas, a la vez que al frotarse con la losa fría y húmeda ambas exploraban el placer. Sin llegar a la radicalidad oscura que caracteriza las películas del director de cine danés, en Panza de burro también se encuentra el despertar sexual de los personajes. Otro elemento novedoso de esta novela si se tiene en cuenta que la sexualidad infantil femenina no es un asunto muy tratado y que en este caso la autora maneja con una naturalidad considerable. Se combina la aversión con la suavidad, la repugnancia con la inocencia propias de esta etapa vital.
Página cuatro
Andrea Abreu es una joven periodista y autora del poemario Mujer sin párpados (2019) y del fanzine Primavera que sangra (2017) donde analiza el dolor menstrual. Panza de burro es su primera novela editada por Sabrina Urraca (San Sebastián, 1984), quien fue profesora suya en un taller de escritura. Urraca advirtió el latido literario en esta escritora millennial y la empujó hacia el éxito en que se ha convertido la novela, publicada en una treintena de países. El origen de Panza de burro, entre otras cosas, es una cuestión de fe.
Página cinco
El final de la novela me deja algo fría. El cierre resulta previsible y manido. Sin embargo, esas dos niñas de pueblo se quedan conmigo. Sus tristezas, sus alegrías, la atmósfera de las calles por las que se movían, las carcajadas que más de una vez me asaltaron por sorpresa… Me gustan esos libros que agitan con gracia la fealdad y la belleza del mundo en un mismo recipiente, ¿acaso de eso no trata la vida?
Panza de burro (Barrett, 2020) | Andrea Abreu | 176 páginas | 17 €
Estupenda reseña, Ana Belén.
Aunque no soy nada objetivo, lo confieso. Me encanta esta novelita. Me parece fresca, rítmica, sincera, original y aunque el final sea predecible la Abreu lo resuelve con mucha sutilidad.
Creo.
Hola, Joaquín. La novela tiene todos los ingredientes que comentas. En cuanto al final, me parece complicado encontrar uno perfecto. La Abreu es un descubrimiento bueno.