Paseador de perros
Sergio Galarza
Candaya, 2009
ISBN 978-84-937077-4-3
136 págs.
PVP 14 €
Carolina León
Pocas veces nuestros “jóvenes” narradores acometen algo tan importante -en la generación de imaginario, en la necesaria re-lectura del presente que nos merecemos- como describir lo contemporáneo, lo inmediato alrededor. ¿Es quizá fruto de esa especie de “vergüenza” que se siente por lo impuesto, lo que uno no ha elegido y no queremos que conforme nuestra personalidad (ejemplificando, una juerga flamenca que hace ruborizar a una aspirante a filósofa en una ciudad del sur de España, el dibujante de Valencia que se abstiene forzosamente de participar en las cremás y jamás las tomará por motivo gráfico, …)? Así, los primeros trabajos de los escritores que andan por los treinta y tantos son monopolizados por otras mitologías, tan caras como NY, Londres o el desierto californiano; o terrenos de la fantasía, por boca de la cual a veces también habla el realismo.
No es menos cierto que la escritura (y otras formas de creación) nacen del extrañamiento. Como si el mundo no pudiese penetrar en la epidermis del artista hasta que éste se siente extranjero, un alien que al fin es capaz de elevar el punto de vista desde la embrutecedora rutina. El ímpetu narrativo “primigenio” parece nacer de cualquier experiencia de “viajero”: la clave está en salir, llámese abandonar el hogar, la adolescencia, las certezas o el país en que se ha nacido.
Cuando nos sumerjamos en la primera novela de Sergio Galarza (narración ampliada, recreación de un cuento anterior llamado “El mapache”), no obtendremos un festín de imaginación y mundos inventados, sino un fresco madrileño del siglo XXI. Un cuento contemporáneo donde hay barrios, rutas de todos los días, tipos humanos perfectamente reconocibles, revestidos de extremas condiciones de supervivencia, agresividad urbana y territorial, miserias, enfermedades y soledad. Todo ello a través de la voz del narrador-protagonista, el propio Galarza o un ser muy cercano, que venido desde Lima con su novia, siguiendo “la ruta incierta de los anhelos”, nos ofrece sus ojos para leer Madrid.
El protagonista se ve pronto solo, alquilando habitaciones en pisos compartidos, y paseando perros de la mañana a la noche todos los días de la semana como opción para mantenerse «a flote».
De este modo, su propio extrañamiento viene a ser una cámara de lucidez. Su narrador (él mismo si queremos, pero no nos engañemos porque, como autobiografía, es inventada) busca ser exacto, pero no maniqueo. Hace observaciones, juicios, pero está en continua lucha consigo mismo. Revisa la realidad, pero es su realidad parcial (interesante desde muchos puntos de vista, por ejemplo respecto al “inmigrante” por el que no siente ninguna simpatía y es otra fuente de agresión). No busca epatarnos con su verborragia, no suena artificioso, todo lo que emana de su voz encaja y, sobre todo, nos enseña un punto de vista sobre nuestra España de arribistas y exitosos que pocos, o nadie, se están atreviendo a poner en letras de molde.
Antes hablé de “elevar la mirada”. Galarza-su-narrador-anónimo realiza quizá el movimiento inverso en este libro: sepultarla. Todo lo que ocurre en él está fundamentalmente transformado por su condición de paseante, acompañador de mascotas, limpiador de la jaula de un mapache y recogedor de sus mierdas con bolsitas de plástico negro. Como si las frases fueran esas mismas bolsitas, nos son servidas otras basuras en sus trayectos laborales: las de los dueños, familias e historias con que se cruza.
“(Estoy seguro de que ésta es la primera vez que alguien menciona a Micah P. Hinson y a Baxter Dury en un libro, no creo que otro lo haya hecho antes porque la mayoría de escritores, esos que deberían pasear perros para conocer la vida más allá de una biblioteca, tienen gustos musicales deplorables)”
Nuestros “jóvenes” escritores se alejan. Aquí, el presente de las noticias y las estadísticas no suele impactar en los argumentos. Por eso, quizá, había que esperar a uno que llegara, para leernos de adentro afuera. El personaje-voz de Paseador de perros saltará desde el grotesco mundo del cuidado de mascotas ajenas hacia la nostalgia (que no se permite ni le satisface), la música y el fútbol como válvulas de escape. Ese viaje hacia la alienación, esa patada en el trasero que nos convierte en escritores, algunos la consiguen sin salir de su barrio. Sin embargo hoy lo inmediato parece producir un gran sonrojo cuando se tiene al alcance de un click el gran viaje, la epopeya desmedida -real o en bytes-.
Por mi lado, le agradezco que se haya atrevido a convertir la aventura de la incertidumbre en una narración tan potente como humilde. Una narración “costumbrista” (lo pongo entre comillas, pero creo que debe estar orgullosa de ser “costumbrista”) y nacida de esa salvaje certeza de la alienación.
Muy cierto eso de que poca gente se atreve con el aquí y ahora. Dirán muchos que no les interesa, que es mucho más atractivo fabular sobre la Samarkanda del siglo XII, el Egipto de los faraones, los trogloditas o alguna guerra mundial o civil, siempre que diste más de medio siglo. Pero como lector echo de menos, echo muchísimo de menos las novelas que me acerquen la vida del hoy, aquí y ahora. Ya sólo por eso, un aplauso a Galarza.
El anterior comentario es anónimo por confusión informática. Firma Ilya.
De acuerdo con Ilya. Y aplausos a Galarza. Cuesta mucho hincarle el diente al aquí y al ahora. Hay un insólito miedo a la realidad que nos rodea. Uno entiende y ve lógico el efectivo distanciamiento necesario para que la narración pueda parirse, pero fuera de espejismos técnicos, constato ese miedo a hablar de lo que nos rodea, o quizá no sea miedo y sea otra cosa, pereza o amodorramiento, o pasotismo, no sé qué es peor. La realidad está ganando la partida narrativa a los escritores. Hay que ponerse las pilas. Pero cuidado con uno de los subterfugios del miedo o del apaño narrativo, o del falsete frente a lo real, el costumbrismo. Mesonero Romanos no era mileurista de su época, no hay que olvidarlo. Aunque tras Mesonero y los Becquerianos que no saben ni como murió Becquer y lo ven siempre rodeado de margaritas, llegó Zola, aunque nunca llegó aquí, tampoco un Henry James, lástima, ni siquiera un puto Melville tenemos en el XIX, algo se acercó Clarín, como recordaba el otro día Molina-Foix, que a su vez recordaba lo que le contestó Gil de Biedma a Ferraté cuando este le preguntó si había leido LA REGENTA. Gil de Biedma no pudo ser más explícito y magistral:
«Es un libro que va derecho al bulto, cosa rara en nuestra literatura, en donde casi todos prefieren embestir al trapo rojo»
Quizá y volviendo al asunto que principió este comentario, la gente del hoy prefiere embestir al trapo rojo y tienen miedo de ir al bulto. ¿alquien sabe lo que es el bulto?, ese es el quid de la cuestión. el puto bulto.