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De Algeciras a Estambul

Las columnas de Hércules. Un viaje en torno al Mediterráneo.

Paul Theroux

Punto de Lectura, 2010

ISBN: 9788466324694
742 pág.

11,95 euros

Traducción de Alejandra Devoto

Alejandro Luque

Después de trasegar el África negra, la India, la Patagonia o la China profunda –y regresar para contarlo– Paul Theroux se dio cuenta de que en su vida todavía faltaba un viaje: el primigenio, el homérico, el inexcusable recorrido por el Mare Nostrum. Fue así, con esa mezcla de curiosidad y sentido de la obligación, como se embarcó en una aventura que le llevará, con diversas rectificaciones, de Algeciras a Ceuta a través de todo el arco mediterráneo, o sea, de una a otra de las columna de Hércules que dan título a este libro, que acaba de reeditar en bolsillo Punto de Lectura.

Acaso por primera vez, el célebre trotamundos se enfrentaba a un espacio trillado, que muchos de sus lectores habrían conocido antes que él. Por ello, en busca de un enfoque original escogió viajar fuera de temporada, a salvo de las hordas de turistas estivales. “Dicen aquí, en Occidente, que no hay mucha diferencia entre los turistas y los simios: sin embargo, en el peñón de Gibraltar vi juntos a turistas y simios y aprendí a distinguirlos”. Con este tono desenfadado comienza el viaje cuya primera etapa le llevará por una costa española desfigurada por la especulación urbanística, saltará a Mallorca tras las huellas de Robert Graves y volverá a la Península para consignar la crueldad de las corridas de toros.

Theroux conversa con la tripulación del Rainbow Warrior en Niza, se aburre en Montecarlo, encadena Córcega, Cerdeña y Sicilia y se dirige hacia unos Balcanes todavía incendiados por la guerra, pasando por el Trieste de Joyce y Svevo. A estas alturas del relato, más o menos el ecuador, el autor de La costa de los mosquitos ya se ha revelado como un observador sumamente intuitivo, por más que se obsesione con detalles que pueden parecernos fútiles –la venta de pornografía en los kioskos–, se deje contagiar a ratos por el cinismo anglosajón del Evelyn Waugh de Etiquetas –uno de sus equipajes bibliográficos de mano– o caiga en pomposidades como llamar al Mediterráneo “el gran váter, la cloaca sin mareas del mundo antiguo”.

Sí, a estas alturas Theroux lleva ya un año viajando y se ha ganado al lector. “La mejor manera de analizar un libro de viajes es por su verdad y por su ingenio”, escribe él mismo, y nadie puede negar que ambos atributos le asistan. Su visita a la escalofriante Albania –escalofrío que dará paso a una extraña seducción– continúa con la extrañeza que siempre produce Malta –“la cultura del sur de Londres en un paisaje similar al del Líbano”–, con la comprobación de que Grecia y Turquía son casi la misma cosa, pero Turquía es también “una versión más alegre de Irán”.

Ser escritor famoso tiene sus privilegios. Theroux es recibido en El Cairo por Mahfuz, en Damasco por Abderramán Munif y, cruzando el manicomio de Oriente Medio y evitando jugarse demasiado la vida en Argelia, rematará la faena peregrinando a casa de Bowles en Tánger. Los bocetos que resultan de tales visitas no son gratuitos. Por el contrario, recuerdan que el Mediterráneo es al fin y al cabo un espacio literario, el espacio literario por excelencia. La vitola de cuna de la civilización occidental está ganada a pulso: ha hecho correr mucha más tinta que sangre, y ya es decir.

Tampoco es fácil ignorar, al final de la lectura, una llamativa paradoja. Por un lado, da vértigo pensar en los cambios que ha vivido la zona en los 15 años transcurridos desde el viaje de Theroux, especialmente en lo que se refiere a la antigua Yugoslavia y la órbita de la Unión Europea, aunque también las relaciones con el llamado mundo islámico tras los atentados del 11-S. Y, por otro lado, perdura la sensación de que, con ligeras variantes, todo sigue más o menos imperturbable bajo el mismo sol que calentaba a aquel ciego visionario, el día que empezó a dictar: “¡Oh, diosa, canta la cólera de Aquiles…!”.

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