0

De cabras, cabriolas y descalabros

Cubierta_giles-195x300

 

Giles, el niño-cabra

John Barth

Sexto Piso, 2015

ISBN: 978-84-15601-98-2

1.120 páginas

35 €

Traducción de Mariano Peyrou

 

 

Rebeca García Nieto

Cabrra es más humana que hombrress, und hombrre es más cabrrón que cabrras»
Giles, el niño-cabra, John Barth

Giles, el niño-cabra es, junto a Los reconocimientos y Jota Erre, de Gaddis, o El plantador de tabaco, del propio Barth, uno de esos “ochomiles” editados por Sexto Piso para deleite de los escaladores más osados.

Según explica el autor en el prólogo, el libro narra “Las aventuras de un joven engendrado por un ordenador gigante en una bibliotecaria desgraciada, pero dócil, y criado en los establos experimentales para cabras de una universidad universal, dividida ideológicamente en el Campus del Este y el Campus Occidental.” Pese a lo alocado que pueda parecer (y es), la dificultad del libro no estriba en la “trama”. La alegoría en la que se sustenta, como dice Barth, es sencilla: el universo es una Universidad donde los estudiantes aspiran a aprobar los Finales (una especie de Juicio Final en el que los aprobados se salvan y los que suspenden son condenados). La acción transcurre en la época de la Guerra Fría, cuando el Muro (aquí llamado el Tendido Eléctrico) estaba en pie. Tras la “Segunda Revuelta Intercampus”, la rivalidad entre el Campus del Este y el Occidental, ambos con una computadora todopoderosa en su poder, es máxima. Pero, a pesar del envoltorio cibernético-caprino que la envuelve, la historia que cuenta es antigua (de hecho, ya aparecen cabras en el Levítico y a Tarzán le criaron los monos). “El héroe mítico”, explica Barth, “es convocado por su misterioso destino” (a saber, convertirse en el Gran Maestro del Campus). Para ello, debe abandonar a sus padres y superar una serie de pruebas para tratar de conseguir a la princesa y acceder al verdadero conocimiento. Algo así.

El “previo” de la novela (el descargo de responsabilidad del editor-jefe y las disquisiciones de cuatro editores sobre si publicar o no el manuscrito llamado «Giles, el niño-cabra» o «El Nuevo Programa Revisado») es interesante de por sí. Luego los mejores ratos los he pasado con los personajes “suspendidos” (los pecadores de la pradera, para entendernos), que llenan la novela de adulterio y fornicio, como dice el cascarrabias Editor A. He disfrutado mucho en los momentos de mayor “caprinidad” (sobre todo al principio, cuando el héroe, Giles, no sabe si es hombre o cabra); en la visita al doctor Sear, psiquiatra al que Giles acude en busca de una especie de certificado de humanidad y que le da un buen consejo: “Demuestra tu humanidad. Si la cosa caprina no es de tu gusto, haz algo à trois”, y, siguiendo con las historias a tres, con «La tragedia del decano Zambo», una pieza paródica del mito de Edipo insertada en mitad del libro.

El problema es que este universo universitario (permítanme que utilice una expresión tan repetitiva como a veces me ha resultado el libro) y las cabriolas del narrador pueden acabar agotando. Al menos, eso es lo que me ha ocurrido a mí, que he desfallecido en mitad del ascenso y, en más de una ocasión, he tenido la tentación de despeñarme y abandonar su lectura. Pero, como la cabra siempre tira al monte, he seguido. Quizá sea ese aspirar a escribir una novela total, que abarque desde el Antiguo Testamento al Infierno de Dante pasando por el traje nuevo del emperador (o, mejor dicho, del Rector), lo que hace que Giles, el niño-cabra resulte excesiva. O tal vez simplemente es que el otro K-2 de Barth, El plantador de tabaco, me deslumbró y mis expectativas acerca de este libro eran demasiado altas. Las comparaciones son odiosas, sí, pero también inevitables. De todas formas, comparándolo sólo consigo mismo, en mi opinión, el último tramo del libro, la cima, no está a la altura de la primera mitad. A fuerza de repetirse, los personajes acaban convirtiéndose en caricaturas de sí mismos. Como se dice en el libro: “Todos los textos se van corrompiendo, ¿sabe?, incluso éstos. Son copias de copias de copias”. Supongo que nadie, ni siquiera el mismísimo Barth, puede escribir como Barth durante mil cien páginas.

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *