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De humanos y de bestias

PABLO GONZ | Creo recordar que fue Schiller quien clasificó las obras de arte por el modo temporal con que el espectador las contempla. Había, según él, artes instantáneas, como la pintura, y otras de desarrollo progresivo, como la literatura o la música. Las primeras serían abarcadas de golpe o de una sola vez; y las segundas, previo pago de una determinada cantidad de tiempo, el necesario para contemplarlas en todas sus páginas o compases.

Hoy en día, esta clasificación, perfectamente apta para los modelos clásicos del siglo XVIII, no daría cabida, por ejemplo, ni a la novela gráfica ni a la última obra de Isabel Álvarez. El llanto de los pájaros consta de tres partes de tamaño desigual que a mi juicio tienen más de obra instantánea que de representación invitadora a la contemplación progresiva. En este sentido, la novela sería, más que una historia, una geografía, particularmente humana y, si se me apura, antropológica.

El escenario meramente físico es un pueblo montañés del sur de España que alberga, durante los años de la Guerra Civil y posteriores, a una serie de especímenes humanos, claramente emparentados por un tremendismo que ya quiere llegar a ser típico. Julio, un muchacho enfermo de hidrocefalia, y su hermano Matías, el aventajado narrador de la historia, confluyeron en el pasado reciente con su madre, prostituta, y con un padre postizo, cargado de buenas intenciones y muy mala suerte. Cuando ya los dos críos se ven solos, pasan a depender un poco de todo el mundo: de Pepa, la mujer del tabernero, de Don Eutimio, el cura, de una adorable Carolina que parece haber salido de la nada.

La narración de la primera parte de la novela, la titulada “Matías”, abunda en el pretérito imperfecto, forma verbal apta para la descripción de escenarios y sucesos habituales, que no es lo mismo que corrientes. Es en esta parte, la más antropológica de las tres, en la que nos formamos una idea del ambiente humano que componían estos hombres y mujeres duros y rudos, duros y rudos como niños, como seres lindantes muy de cerca con las bestias. Esto llama la atención, por la brutalidad intrínseca de los momentos narrados, de los pocos episodios escritos en pretérito indefinido: el trato que otros niños y hasta los adultos dan a Julio, el niño enfermo. Esta brutalidad y la mezcla obscena de las vidas humana y animal estaban ya presentes en las obras clásicas, conformadoras del estilo tremendista, en Cela y en Delibes, que son indirectamente citados por la autora al incorporar desgradables escenas acaecidas en torno a un jabalí (cerdo), un perro y una mula. En la segunda parte, titulada “Las heridas del pueblo”, esta humanidad, ya perfectamente descrita, se pone en movimiento para dar cuenta de una historia que reúne, en torno a la brutalidad propuesta, los ejes narrativos perfilados en la primera parte. Para terminar, la sección titulada “Los hermanos” deja entrever, sin esperanza posible, la salvación de los dos niños protagonistas.

En resumen: el lector de esta novela debe estar preparado para enfrentarse a una antropología detenida que sólo adquiere movimiento a la hora de colorear con furia el salvajismo de los personajes, no muy alejados de lo que comúnmente se entiende por bestias. De esta temática y de la forma con que se realiza, lo único criticable, y siempre desde un punto de vista subjetivo, sería el abuso de las metáforas, figuras que apartarían a esta novela de la sobria tradición del tremendismo hispano.

Hablando, ya para terminar, de las referencias, de esos enganches que pueden permitir al lector encuadrar a esta obra en el conjunto de nuestra producción literaria, debe decirse que El llanto de los pájaros parece beber más de fuentes literarias que de fuentes vitales, más del recuerdo de libros leídos y de películas vistas que de experiencias propias o directamente transmitidas por sus actores. Estas referencias serían, a mi juicio, las obras clásicas de Cela y de Delibes, el cine neorrealista italiano, quizás la Intemperie de Jesús Carrasco, y una obra poco recordada del poco recordado Ramiro Pinilla, la cual se me apareció con insistencia durante toda la lectura. Me refiero al brutal testimonio biográfico recogido por Pinilla en Antonio B. El Ruso. Aquel escenario antropológico de la hosca Cabrera Leonesa encuentra ahora su correlato sureño en esta intransigente obra, El llanto de los pájaros, que apela, sin concesiones, a la mucha brutalidad que puede alcanzar lo humano.


Firma invitada: Pablo Gonz es escritor y librero.


El llanto de los pájaros (El Paseo Editorial, 2024) | Isabel Álvarez | 136 pags. | 12€

admin

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