JUAN CARLOS SIERRA | Cada uno carga con sus propios demonios, esos fantasmas particulares a los que cada cual asigna nombre y apellidos: miedo, culpa, arrepentimiento, desarraigo, extrañeza, ausencia, desamor,… En fin, un variopinto cóctel que en la mayoría de los casos tiene que vérselas con lo más profundo de cada sujeto, la particular noche oscura del alma de la que hablaba San Juan de la Cruz, y con la memoria, portadora de cicatrices y heridas que, como muescas del paso del tiempo y de la vida, van quedando archivadas en el recuerdo, que es lo mismo que decir que conforman la personalísima arquitectura emocional de cada uno. Con esos demonios a veces no sabemos qué hacer, especialmente cuando les da por molestar como una mosca cojonera.
A Ben Clark (Ibiza, 1984) se le ha ocurrido ponerlos a todos en fila, en una fila más o menos recta, dentro de su último poemario llamado precisamente Demonios. Para que nadie se llame a engaño, el primer poema del libro pone las cartas sobre la mesa de forma bien clara, sin trampa ni cartón. En estos versos de apertura convoca Ben Clark a sus demonios particulares –no sabemos si confundir aquí al autor con la voz poética o con el personaje poético, o viceversa-, le dice al lector de forma nítida qué es lo que se va a encontrar si continúa leyendo, pero al mismo tiempo le advierte de que no espere sortilegios raros ni abracadabras, que aquí se le va a habar de tú a tú, de igual a igual, porque el poeta no es un ser tocado por la varita mágica de los dioses ni espera a las musas para ponerse en marcha, sino alguien que comparte con todos los demás la conciencia del paso del tiempo y la certeza de la llegada –esperemos que lo más tarde posible- de la muerte.
La suerte del poeta, de este poeta que se llama Ben Clark, es que tiene a mano a la poesía, que se le nota el oficio, y que por eso los versos que conforman Demonios le van a servir para explicarnos de qué van esos demonios, para lo cual, sin trampa ni cartón, introduce una primera parte homónima y metapoética en gran parte, porque supongo que algunos de los demonios con los que tiene que vérselas un poeta tienen que ver con la propia poesía, con los bretes en los que esta lo puede poner, pero también con el oxígeno que le puede proporcionar. De todo esto habla Ben Clark en los primeros poemas de esta parte, pero ya desde el texto que abre esta primera sección titulado ‘Las luces del alba’ se advierte el leitmotiv silencioso, pero determinante que recorre gran parte del libro: la sombra detrás de la luz, la oscuridad tras la luminosidad, el poso grave en medio de la alegría -“Hay mañanas sin muerte en el espejo,/ días que se presentan como un día/ teñido de optimismo y de certezas:// (…) Pero algo ocurrirá –ya está ocurriendo-/ y el funeral pequeño del poema// presagia mil finales para un día/ manchado con los días que ya han muerto”-. También, bastante más adelante, en el poema ‘Retrato del poeta adolescente’ leemos explícitamente “…construye una alegría en este verso.// Pero hay algo detrás que te lo impide./ Detrás de este poema está el poema/del que llevas huyendo desde entonces” (página 56). Detrás, al fondo, en lo oscuro se encuentra el envés de la claridad, lo que le hace sombra y no la deja respirar del todo. Pero a lo mejor es que la vida consiste precisamente en eso, en saber dialogar con la luz y con la sombra.
Esta es la conversación que, creo, predomina en el libro, sin decantarse el poeta definitivamente por ninguna de ellas; o quizá sí, sobre todo cuando se trata de lo más jodido de la vida, que es la muerte. Porque, cuando se aborda el asunto de los que ya no están en la segunda parte del libro, ‘Ausentes’, el tono elegíaco propio de esta temática trata de no caer en la solemnidad lacrimógena; la emoción, que no es poca en poemas como el dedicado a Pablo Aranda o a Belén Bermejo, proviene de evitar los clichés a la hora de componer los versos echando mano en la escritura de recursos, imágenes, anécdotas y vueltas de tuerca más o menos sorprendentes que proporcionan una originalidad al conjunto que linda con la celebración en medio de la tristeza propia de la pérdida; no obstante, como dice el verso final del poema que cierra esta sección, titulado también ‘Los ausentes’: “… lo que nos falta es lo que existe”, que es una manera contundente de ganarle el pulso a la desolación.
Esa originalidad que acabamos de mencionar alcanza su mayor cota en la sección cuarta de Demonios, la titulada ‘El Tremor’, un intento de poetizar el horror y la manipulación, un poema extenso, atípico y documental, como prefiere subtitularlo Ben Clark, acerca del accidente ferroviario ocurrido el 3 de enero de 1944 en Torre del Bierzo (León). Se trata de una composición que, aun rompiendo la lógica lírica del libro, no chirría, sino que procura una sacudida al lector y un punto de vista histórico-poético-político que en cierto sentido culmina coherentemente el apartado anterior, el titulado ‘Obra civil’, donde los demonios se dan cita para explicar, entiendo, la formación de eso que llaman la personalidad de un individuo, que tiene que ver con su dimensión pública (política, social, ideológica,…) y privada (los afectos principalmente del padre y del abuelo, las trampas de la infancia, las amarguras de la adolescencia,…); sin olvidar, por supuesto, la dimensión poética, como no puede ser de otra forma en el caso de Ben Clark.
Para concluir, la última parte del poemario, titulada ‘Las ceremonias del vivir’, la dedica el poeta ibicenco al amor en los tiempos de la COVID-19; o más bien, esencialmente al desamor, probablemente uno de los más temidos demonios para cualquier hijo de vecino. Supongo que si en estos poemas el tono y las maneras fueran previsibles, estaríamos hablando de un cierre de poemario algo desafortunado, pero Ben Clark vuelve a echar mano de oficio y de recursos para hablarnos en tercera persona del plural de una de esas bodas de amigos que nos dejan con la miel en los labios, para fijar la fecha de la Revolución de los Claveles lusa como trasunto amoroso, para explicar el abandono al que condena el desamor en mitad del confinamiento y de sus medidas restrictivas,… En definitiva, un ramillete de poemas de una factura más que notable que además no dejan atrás a la propia poesía en una suerte de becqueriana “podrá no haber poetas pero siempre/ habrá poesía” en el texto titulado ‘Gajes del oficio’.
Dice la sabiduría popular que quien canta sus males espanta. No sé si este libro le ha servido a Ben Clark –o a la voz poética o al personaje poético de Demonios– como terapia para poner en orden a sus demonios y, si es posible, librarse de ellos. No creo que con lo que lleva recorrido desde Los hijos de los hijos de la ira (2006) el poeta ibicenco caiga en estas ingenuidades que apuntan a la poesía como oración liberadora, como sortilegio mágico. La mirada es más profunda y más inteligente, más madura y más compleja, más de verdad, como ha de ser la poesía escrita desde la más radical honestidad.
Demonios (Sloper, 2023) | Ben Clark | 94 páginas | 13 euros