1

De viajes y alforjas

26ILYA U. TOPPER | Decía Erich Kästner que no importa si lo que se cuenta en una novela ha ocurrido realmente: lo que importa es que sea verídica. Y es verídica, sentenció, si todo lo que se cuenta habría podido ocurrir tal cual.

Este es un baremo que cabe aplicar a todas las novelas. Es obvio en las actuales: un encierro de toros bravos en las calles de Sevilla no existe, y si usted lo escribe, su novela irá a la papelera, o se convertirá en guión para Tom Cruise. En las históricas es más peliagudo: ¿quién decide qué pudo ocurrir hace quinientos años o no?

Claro, una se documenta, compara historiadores, trajes de la época, tipos de veleros, armamento y tecnología y se imagina que por ahí vale. Bien. Si es una novela escrita expresamente con la finalidad de acercarle al público (a menudo juvenil) un personaje o una época histórica, desde luego hay que ser también muy fiel a los tejemanejes políticos de la época, los nombres, las dinastías, todo ese rollo, sin dejar de ser ameno.

Distinto es que el autor elija una época histórica para ubicar allí una trama novelesca, un entramado de emociones, dilemas, nudos y desenlaces que lo mismo podría haber colocado en la España del siglo XXI que en la Italia del Trecento (o en el siglo XXX en el planeta Solaris, pero eso se reserva a los genios). En ese caso da un poco igual la literalidad histórica y se puede modificar con libertad (si bien algunos autores tienen el loable hábito de incluir al final un listado de los cambios exigidos por el guión).

El mundo inmenso, de Aura Tazón, es del segundo tipo. No coinciden estrictamente los nombres ni los parentescos de la dinastía otomana, y según los historiadores, la princesa Seljuk se casó dos veces con sendos visires como una niña modosita, en lugar de fugarse disfrazada de grumete, pero como digo, no importa. «Podría» haberse fugado. Así que nosotros nos fugamos con ella y sus mapas de lejanos océanos cosidos en las bragas y nos hacemos a la mar.

Los mapas. Es natural que primero pensara en los de Piri Reis, ese corsario otomano que dejó unos portolanos en los que aparecía detallado todo el continente americano en una fecha sorprendentemente temprana, apenas dos décadas después de Colón. Pero la historia que narra Tazón transcurre un siglo antes. Concretamente, en 1421.

Están bien las aventuras de mar de una princesa fugada y disfrazada de grumete. Un tema que da para mucho, si se quiere: algún día tendré que buscar el librito de aquella historiadora portuguesa que hizo una relación de las chicas que se embarcaban a escondidas en las naves que circunvalaban África, bien por ganas de aventura, bien por no dejar al novio solo. Algo bastante más habitual de lo que parece. Siempre he pensado que da para una buena novela. Aunque si la princesa disfrazada tiene a bordo a un hermano mayor, príncipe otomano camino del destierro pero respetado en la nave, ya jugamos con un comodín.

Lo interesante empieza en Tánger, donde afloran las leyendas de marineros que cruzaron el Océano y se encontraron tierra al otro lado. Esas leyendas existen; están recogidas en colecciones árabes como los Ajbar Madchmu’a. Que una princesa desterrada se lance a la aventura con un jabeque, su capitán genovés y unos cuantos marineros de Tánger sigue siendo verídico. No consta que ocurrió, pero sí, podría haber ocurrido.

Lo que no podría haber ocurrido es que un capitán genovés decida remontar el Amazonas para ganar el Pacífico. No hace falta ni tener mapa para saber que es imposible cruzar un continente con un jabeque de 50 toneladas siguiendo el curso de un río hasta que se convierta en arroyo. Con algo de suerte y un poco de brea, un jabeque puede dar tres veces la vuelta al mundo, pero nunca puede cruzar las Andes. Cualquier capitán habría hecho lo que hizo Magallanes: intentar rodear América.

Si Aura Tazón nos hubiera contado una –ficticia pero verídica– circumnavegación del Cabo de Hornos, le seguiríamos: la brújula llevaba mucho tiempo inventada y en los primeros capítulos, la autora ha colgado en la pared del serrallo de Edirne la famosa escopeta de Chéjov, bajo forma de mapas, astrolabios, escritos antiguos y una excelente instrucción en álgebra y lenguas clásicas por parte de un viejo maestro.

El viaje a Tánger se hace solo, y en la travesía del Atlántico hay un guía tangerino que ya se conoce la ruta. Es a partir de la costa brasileña donde Tazón tiene oportunidad de disparar esa escopeta y contarnos una vuelta al mundo un siglo antes de Magallanes, con las mismas ciencias árabes que empleó el portugués. Pero en lugar de hacerlo, abandona a su princesa en medio de la selva amazónica, para contarnos historias de caníbales, motines y venganzas antiguas. Para terminar en el reino de los incas, me lo temía, y ser rescatados por navegantes chinos.

Según todo lo que sabemos, el almirante Zheng He nunca cruzó el Pacífico ni hay motivo para pensar que Kattigara estuviera en otra parte que el sureste asiático. Pasaría por alto el detalle si aquí tuviéramos una novela. Pero ¿qué tenemos, aparte de una hilera de anécdotas aventureras? Una maduración del personaje, no: esta princesa ya está muy espabilada antes de ver (de fuera) su primer burdel de puerto. Nos consuela que sepa apreciar la ars amatoria de los amazónicos, pero no sabemos con qué compara: nada conocemos de su evolución sexual. Un canto a la amistad, tampoco: tras el primer beso abortado, su relación con su casi amor de juventud no parece cambiar ni circunvalando el globo juntos. Y de una historia de amor, ni me hablen, si se limita al “Lo miré, me miró, sentí algo, y al cabo de unos meses nos casamos”.

No, la autora no ha invertido en el personaje sino en el escenario, como es muy frecuente en las llamadas novelas históricas (se les suele poner el atributo con lamentable razón para indicar que no son, a secas, novelas). Podríamos llamar a esto el síndrome del guionista de Hollywood: en lugar de desarrollar una idea coherente y llevarla hasta el final, se hace una sobrepuja de elementos exóticos, como si la cantidad pudiera reemplazar la coherencia. Que por espectacularidad no quede. Todo vale, hasta meter toros en las calles de Sevilla. Lo siento, princesa, pero para este viaje no hacían falta alforjas.

El mundo inmenso (Sloper, 2015), de Aura Tazón | 216 páginas | 15 €

admin

Un comentario

  1. Gracias por la crítica, Topper. Siempre nos viene bien que nos vapuleen un poco, con independencia de que podamos estar o no de acuerdo con unos u otros aspectos de la crítica. Un saludo.

Responder a Aura Tazón Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *