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Desconfort sureño

 

El cantante de gospel

Harry Crews

Acuarela & A. Machado, 2012

ISBN: 978-84-7774-211-1

320 páginas

17,90 €

Traducción de José Elías Rodríguez Cañas

Prólogo de Kiko Amat

 

 

Fran G. Matute

Aquí están los chicos de Acuarela & A. Machado trayéndonos de nuevo a Harry Crews. O, mejor dicho, recuperando por primera vez en castellano al primer Harry Crews ya que El cantante de gospel (1968) fue su novela de debut. Y al igual que con Cuerpo (1992), esta obra nos vuelve a hablar del Sur de los Estados Unidos, de paletismo, de aberraciones, de fanatismos, de racismo, de linchamientos… de desconfort sureño, en definitiva. Y si no me creen, pues les cuento un poco.

En El cantante de gospel hay un pueblo que está en el estado de Georgia y se llama Enigma, hay una casa llena de cerdos (uno de ellos enfermo) que conviven tranquilamente con una familia bastante numerosa (y cazurra), hay un velatorio de una chica (aparentemente santa) al que acude un paleto que lamenta no haberse beneficiado a la finada antes (y cuya única pretensión es poder verla medio desnuda en el féretro), hay un cantante de gospel (cómo no) que todos creen que tiene poderes curativos, hay una feria de ‘freaks’ que “casualmente” está por los alrededores del pueblo y que está dirigida por un enano que tiene un pie enorme (y una novia guapísima) y cuya gran atracción es un señor que traga pollos vivos… mmm… en fin, no les cuento más, porque hay de todo lo que una mente retorcida pueda imaginar. Si acaso acabo con esto: ¿quieren saber cómo consideran en Enigma a los negros? “Un negro es como una mula. Aras la tierra con ella durante veinte años, pensando que es la mejor mula del mundo, hasta que un día te agachas un momento y te arranca la cabeza de una coz.” Pues con esto me imagino que se hacen una idea del tono de la novela, ¿no? Bien. Eso ya lo tienen. Déjenlo ahí.

Ahora vamos con la trama. La de El cantante de gospel es aparentemente simple. Enigma se prepara para recibir a su hijo pródigo, un cantante de gospel de fama nacional (al que se refieren como “el Cantante de Gospel”, así, tal cual), que se dice que canta como los ángeles y que tiene el poder de convertir al personal con su voz. Pero las circunstancias harán que esta nueva visita no sea como las anteriores. El Cantante de Gospel se verá sobrepasado por los acontecimientos, por el destino que le espera sentado a las puertas de su ciudad natal, por la cerrazón mental de un pueblo -su pueblo- que no hace otra cosa que malinterpretar la realidad, que pierde el juicio ante su inminente aparición, que sólo cree lo que quiere creer y al que le machacaría conocer la verdadera esencia de las cosas. ¿Qué se puede hacer ante semejante ganado? El Cantante de Gospel hará la vista gorda hasta que la culpa se lo coma por dentro.

Porque también hay mucho de culpa en esta historia que se empeña en presentar personajes que parecen lo que no son. Caracteres que pretenden ocultar sus miedos, sus inseguridades, su “fealdad”, de cara a la galería, pero que sienten el peso de la farsa sobre sus hombros. Que perciben el escrutinio de Dios por encima de sus cabezas. Que saben que han hecho mal las cosas pero claman al cielo el perdón divino pues, en su fuero interno, se convencen de que no han podido obrar de otra forma, pues lo único que querían era huir. De un lugar, de sí mismos. Escapar, al fin y al cabo. Para no afrontar lo que, en esencia, son. Personas imperfectas tanto física como espiritualmente. Una imperfección, además, que son incapaces de gestionar.

Y es entonces cuando Crews convierte Enigma en el lugar más angustioso del mundo. Porque el Cantante de Gospel es tan sumamente famoso que todos quieren verlo, tocarlo, pedirle cosas, hasta milagros, y es casi imposible acompañarlo por las calles del pueblo. “(…) tenía que ir despacio mientras circulaba por el pueblo porque tenía miedo de causar daño o, aún peor, matar a alguien. Cada poco, los más entusiastas iban corriendo sin mirar hacia uno de los costados del coche como bichos hacia la luz de una lámpara”. Al fin y al cabo, él es como un mesías para esa pobre gente sin futuro, como una estrella del rock (bueno, del gospel, mejor dicho). Él es la excusa perfecta para creer que siguen existiendo vías de escape abiertas, posibilidades para salvarse de la quema, para sanar las imperfecciones. Pero poco a poco se descubrirá que el que más necesita limpiar su conciencia, el más imperfecto de todos, es el propio Cantante de Gospel, y será su visita a Enigma el detonante que hará expurgar sus pecados.

Más allá de la parafernalia “sureña” -que hará las delicias de los lectores ‘pulp’- considero que son estas cuestiones del alma (morales, incluso) las que convierten a El cantante de gospel en una novela más enfocada literariamente hablando que, por ejemplo, Cuerpo, sin que para ello se tenga que renunciar a ese sentido del humor tan negro que gastó siempre Crews en toda su obra. Y con todo, esta novela, como primeriza que es, presenta alguna que otra flaqueza en su estructura pues, con independencia de la brillante presentación que hace Crews de ese Enigma tan rural y terruñero, la acción renquea en ocasiones y las líneas temporales (provocadas por los  continuos recuerdos del Cantante de Gospel) tienden a embrollarse más de la cuenta lo que provoca ciertos altibajos en la lectura. Hay otro pero, aunque no es para nada achacable a Crews, y tiene que ver con el  prólogo de Kiko Amat que me ha terminado resultando tóxico. Por pedante, por “yoísta”. Y es que Amat termina hablando siempre de lo mismo y, la verdad, ya cansa un poco. Amat se empeña, con su acostumbrado entusiasmo, en darle vueltas a las mismas cuatro lecturas. Como si no hubiera leído otra cosa en su vida (nos consta, de hecho, que no es así, pues es un gran y apasionado lector). Pero un prologuista que amenaza con “crear algo que pueda equipararse en ambición y altitud a la obra prologada” (¡puf!) no puede terminar escribiendo semejante cúmulo de naderías, que poco aporta a la lectura de El cantante de gospel y que, al final, provoca que sea la propia edición la que desmerezca en su conjunto.

Pero no nos vayamos tristes a casa, hermanos. Porque aquí tenemos muchas cosas que celebrar. Vamos a alegrar el espíritu, todos juntos, cantando, ¿vale? Reconozco que siempre pensé que el único ‘gospel singer’ de Georgia que merecía la pena era Little Richard, que además se ha retirado hace poco de los escenarios. Pero me equivocaba. El verdadero y auténtico cantante de gospel era éste, el de Harry Crews. Así que, para marcharnos todos con una sonrisa, cantad conmigo, venga… hagámoslo para aplaudir esta acertadísima recuperación editorial… todos juntos, quiero oír esas palmas… farther along we’ll know more about it, farther along we’ll understand why…”.

admin

5 comentarios

  1. Después de leerle esta nueva reseña, señor G. Matute, le reitero mi propuesta de matrimonio. Esperaré lo que haga falta. No se me apresure. Esa proposición ya la tenemos. Déjela ahí.

  2. Veo, mi querido Fran, que las admiradoras le asaltan por la Red. Imagino que será una broma en forma de mascarada. He llegado a pensar que es el propio Kiko Amat que busca formas trans-identitarias para congraciarse con usted. La verdad es que si hubiera una edición low cost de El cantante de gospel sin las páginas del pollo Amat, me tiraba a por ella esta tarde. Los casi 18 euros que cuesta esta joya los tengo que invertir en detergente, suavizante y una bandeja de pasteles sin azúcar para el club de abuelas de trinquetes del que es presidenta y fundadora mi madre. Cada una trae su horchata porque tienen sus manías. Sabe que la mejor botella se la guardo para cuando venga por Alicante. Un beso.

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