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Desde dentro de la ballena

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Sólo en los informes de Marco Polo, Kublai Jan conseguía discernir, a través de las murallas y las torres destinadas a desmoronarse, la filigrana de un diseño tan sutil que escapaba a la mordedura de las termitas.

Ítalo Calvino, Las ciudades invisibles

MANOLO HARO | Caín fundó la ciudad de Nod tras su expulsión del paraíso por un delito tipificado en la Ley natural. Míticamente el nacimiento de la ciudad estuvo ligado a un asesinato que contravenía directamente a la divinidad creadora. A pesar de tan agorero comienzo, cierto es que al espacio urbano le debemos una grandeur literaria que si se desarrollara hoy, por la deriva que está tomando la gestión de tal espacio, nos habría privado de obras y acciones definitorias de nuestro tiempo. La ciudad entendida a la manera de Baudelaire y de todo el XIX –también la del XX– está desapareciendo o ya no existe. No existe porque su rostro ha sido desdibujado en la última década por un elemento insólito, desconocido y sigiloso que se ha dado en llamar el capitalismo de plataforma. Lo que ahora es moneda común en toda urbe que se precie necesita de un exégeta que hable con verdadero conocimiento de causa desde el vientre de la ballena. Este nuevo Jonás responde al nombre de Ian Brossat, teniente alcalde de la ciudad de París en el gobierno de de Anne Hidalgo y perteneciente al PCF. Conocido por el desarrollo de políticas encaminadas a dar coherencia a una gestión urbana acorde con las necesidades sociales y en guardia contra cualquier ocupación silenciosa y privada del espacio público natural, en Airbnb. La ciudad uberizada expone con profundidad, pero también con sencillez, lo que está ocurriendo en la Ciudad de la Luz, cifra de lo que igualmente ocurre en la actualidad en todas las ciudades históricas (o no) del mundo. El libro deja ver las causas y consecuencias de lo que la mayor parte de los ciudadanos del mundo vive en sus carnes: calles, barrios, plazas y parques enredados por el invisible hilo de las grandes compañías a través del hilván tecnológico.

La bibliografía sobre esta situación no ha dejado de crecer en los últimos años, pero el mérito del ensayo de Brossat reside en que no se trata de una mera exposición de cifras y datos, sino que también incluye la experiencia personal de un hombre de acción que desenmascara este carnaval al que solo asiste la ciudadanía en calidad de sujeto pasivo, exceptuando algunos núcleos de resistencia que hacen abrigar tímidas esperanzas de que la situación varíe.

La ciudad, espacio público por excelencia, se privatiza por medio de la malla tecnológica y de las grandes compañías de ciberservicios. El autor aborda el asunto a través de una primera disección de Airbnb (origen, fundamentos, condición de lobby, política de empresa, formas de relacionarse con el poder político, etc.), un acercamiento mediante el análisis de la aniquilación del alma de las ciudades, un estudio de casos de oposición a este modus operandi en determinadas partes del planeta y un último y documentado comentario de la ciudad como mercado para empresas como Google, Amazon, Facebook o Apple.

Los extractos entrecomillados de la correspondencia mantenida entre las compañías de alquiler de alojamientos turísticos a través de plataforma digitales –Airbnb, entre otras– y la Comisión Europea respondiendo a sus peticiones son sonrojantes en ambos casos. Brossat contrapone los intereses creados por el sector privado en ladina connivencia de las autoridades continentales a la política municipal parisina, la cual es clara en lo que concierne a la gestión de apartamentos turísticos:

1. Solo pueden ser alquilados en las plataformas las primeras residencias con un límite de ciento veinte noches al año consecutivas. Cuando ello se sobrepase, la ley obliga a un “cambio de uso”. Este requiere de la autorización previa de la administración para que el local pase a uso comercial.

2. Esto está sometido en París a un principio de compensación que consiste en que el propietario de estas viviendas ha de compensar mediante la transformación de un local comercial de los mismos metros de su vivienda en una vivienda social y en el mismo barrio.

En París existen 20.000 viviendas fuera del mercado del alquiler tradicional que no cumplen con la normativa anterior. Los fondos de inversión extranjeros compran apartamentos con el fin de convertirlos en residencias secundarias de ocupación turística. Familias y trabajadores se ver expulsados de sus barrios por el empuje de los inversores. El dato más llamativo es que alrededor de 250.000 viviendas parisinas no están ocupadas por gente que vive y trabaja en la ciudad y la demanda de pisos sociales no deja de crecer. Todo ello modifica la fisonomía de la ciudad, incluyendo el tejido comercial tradicional, que también se ve afectado. Los bajos comerciales se encarecen tanto que los negocios de alimentación son sustituidos, por ejemplo, por supermercados, tiendas de recuerdos o ropa, y restaurantes.

Ian Brossat cuenta cómo el quartier de Montmartre se ha convertido en un parque de atracciones de lo que se entiende por “parisinidad”, constituyendo la prefiguración del futuro todos los barrios históricos. A la uniformización de los espacios privados también contribuye, por ejemplo, Instagram, con sus modelos de interiores de apartamentos turísticos que evidencian la despersonalización clónica a la que se somete a la ciudad tanto en sus calles como en sus viviendas.

Por otro lado, se insiste en la manera en que Airbnb afirma “inducir” empleos en Francia con su mera presencia. La precariedad de estos se puede observar en un somero repaso a las categorías laborales que han surgido al calor de la ciudades uberizadas. Por ejemplo, un chófer de Uber, autónomo y desprovisto de derechos. La empresa californiana no contrata a nadie, no invierte en la flota de vehículos, no tiene que gastar capital en estrategias de marketing (es el propio chófer el responsable de su trabajo), y no paga impuestos ni cotizaciones, liberada de tales obligaciones por un sistema financiero “offshore” y paraísos fiscales en la misma UE (véase el caso de Irlanda). Otra arista de la precariedad son los microtrabajos uberizados: la entrega de llaves, la limpieza, y el lavado de ropa y sábanas, todos ellos relacionados con los apartamentos turísticos. Como es de suponer, en ninguno de ellos se cotiza para el seguro de salud ni para el desempleo ni para la jubilación.

El autor revela que el Ayuntamiento de París gobernado por Anne Hidalgo ordena a Airbnb desde el 1 de diciembre de 2017 que desactive los anuncios de viviendas que superen las consabidas 120 noches de alquiler al año y que los propietarios registren con un número su propiedad, a lo que se negaron las compañías en un primer momento debido a la supuesta “complejidad” que ello conllevaba. Pero Airbnb sigue publicando anuncios sin número de registro, muestra de la impunidad  y el poder con los que actúa. El esfuerzo de Brossat por llevar a la empresa a los tribunales, según él mismo, ha dado su fruto mediante una presión fiscal y un control continuos. Poco a poco, el resto de capitales y ciudades europeas acosadas por este turismo masivo y desproporcionado (Barcelona o Berlín, entre otras) se está coordinando para ordenar estas situaciones.

Lo que se ha dado en llamar las GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple, a las que habría que sumar Uber y Airbnb) se han convertido en agentes urbanos, realizando las funciones de directores de obra, en cuyas manos está el “big data”, tan rentable para ellos como necesario hoy para la gestión de las ciudad. La hegemonía en el control de los gigantes digitales se podría resumir en las palabras que en 2010 emitía Eric Schmidt (consejero delegado de Google por aquel entonces): “Sabemos dónde os encontráis. Sabemos dónde habéis estado. Podemos saber más o menos qué estáis pensando”. Las GAFA, por otra parte, han trastocado la vida social y económica de ciudades como Seattle (Amazon) o San Francisco (Airbnb, Twitter y Uber) donde la llegada de trabajadores de alto rango económico ha provocado la subida exponencial de alquileres y servicios, con el consiguiente éxodo de la población local. El poder de las GAFA llega tan lejos que logran hacer competir a las propias ciudades entre ellas para lograr que estos gigantes empresariales se establezcan en su territorio, lo cual supone una precarización de la vida y una pérdida de los derechos de privacidad de la ciudadanía. Esto último se evidencia en Toronto, donde la alcaldía recalificó 325 hectáreas en 2017 junto al lago Ontario para un proyecto de ciudad: viviendas, oficinas y comercios se colocarían bajo la lupa de sensores que recogerían datos con el ambiguo fin de mejorar la calidad de vida de sus habitantes. No resulta difícil inferir que se trata de una evidente privatización de espacio urbano con fines crematísticos. Los poderes políticos ahora tienen sobre la mesa estos dos modelos: a saber, la ciudad neoliberal o la ciudad política en, como afirma el autor de este libro, su más noble sentido democrático. El primer modelo se extiende como una gran mancha de aceite.

Se echa de menos que Brossat no incluya en su nómina de empresas cuya contribución a la desaparición de la ciudad es indispensable a Ryanair. La logística humana es esencial para llenar los barrios de una populosidad artificial que dé al traste con la personalidad y el espíritu de los barrios históricos. Sin Ryanair y la colocación en los cascos antiguos de millones de pasajeros que van y vienen por las venas de la depredación turística, con la sola intención de moverse de sitio, tal vez el negocio de las GAFA, al menos en Europa, no sería tan redondo. También pasa por alto el político (no era el fin de este libro, claro está, pero podría haber dejado entrever su importancia) la cuestión del pequeño propietario que coloca su segunda vivienda en este mercado, contribuyendo igualmente a practicar al atrayente juego de «por qué no ganar más pasta más rápido» si el mercado se ha armado para que se haga, pues no todo le toca a Airbnb, sino que se trata de algo que pasa por la responsabilidad individual de cada uno. Sucumbir es amoldarse y por ese camino hay una traición con el pasado, no porque haya que apostar por su permanencia a toda costa Este libro, con cierto autobombo (indispensable, por otro lado) sobre la gestión del propio autor en la habitabilidad de París viene a sumarse a los libros, documentales y películas que están mostrando en qué está mutando la vida urbana. Su valor es indiscutible para aquellos que no se conforman con buscar casa en los cinturones metropolitanos, cada vez más alejados de todo y más cerca de la nada.

Para los que pasan de los cuarenta, seguramente haya una luz y unos sonidos que son parte ya del pasado, pero que a veces, de tarde en tarde, en un paseo sorteando la tramoya de la ciudad turistificada, le vienen a la memoria con la misma fuerza que la vida. Es la constatación de que hubo un tiempo en que aún existían lugares para la convivencia entre lugareños y viajeros. Con la ciudad uberizada “El hombre de la multitud” de Edgar Allan Poe se pasaría medio cuento buscando un sitio para sentarse; Baudelaire se aburriría de tanta uniformidad; y el Situacionismo tendría que ser refundado por la desaparición absoluta del elemento sorpresivo o de cualquier acontecimiento poético en las calles. Hay que pasar a la acción.

Coda: Han vuelto los cisnes, los patos y los peces a los canales de Venecia con este parón pandémico. El agua vuelve a ser azul. El alcalde de la Serenissima ha corrido a aclarar que el color se debe a la bajada de tráfico fluvial y que no se mueve el lecho marino. Cuando todo esto pase y volvamos a tener la triste posibilidad de hacerlo igual, tal vez hubiera que baremar qué ganamos y qué perdemos con este modelo de economía asentada en la destrucción del mundo y de su humanidad.

Airbnb, la ciudad uberizada (Katakrak, 2019) | Ian Brossat | 143 páginas | 14 €

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