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Desde el descrédito todo es más real

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Vida secreta

Javier Rodríguez Marcos

Tusquets, 2015. Colección «Nuevos textos sagrados»

ISBN: 978-84-9066-109-3

75 páginas

12 €

 

 

 

Juan Carlos Sierra

Desde Frágil (Hiperión, 2002) no había señales de vida poética de Javier Rodríguez Marcos. Hemos tenido que esperar trece años para volver a encontrarnos con un nuevo poemario del poeta cacereño, Vida secreta. Trece años no son nada o lo son todo, porque aunque la aguja de su poesía siga apuntando hacia el norte, hacia las mismas inquietudes que ya aparecían en Frágil, es decir, la vida y la palabra, con el transcurso del tiempo parece que su poesía se ha vuelto más sólida, más certera, menos grave, menos trágica, más compasiva -consigo mismo y con la vida-,…; más madura, en definitiva.

Lo que era blanco o negro ahora se llena de matices, todo lo que se asumía como una certeza ahora aparece relativizado por el paso del tiempo y de lo que con él se ha aprendido. No se trata de que el poeta se haya resignado, sino que ha apostado por contemplar la vida sin el sentimiento trágico de la juventud, con perspectiva, con cierto extrañamiento.

En este sentido, una de las herramientas más útiles y que mejor maneja Rodríguez Marcos en esta Vida secreta es el descrédito al que expone a la memoria. La ficción que construye el uso tradicional que se hace de esta es objetivo claro y certero del conjunto del libro y queda explicitado en el poema titulado “Ya lo sé, la memoria”: “ [la memoria] Está llena de trampas,/ consuelos, desconsuelos,/ atajos, emboscadas,/ pistas falsas, canciones/ lacrimógenas, torpes/ maneras de quedar/ bien,/ traiciones, heroísmos,/ fotos trucadas siempre/ con el fotoshop tonto/ de la melancolía.// Ya lo sé, es lo que somos:/ nostalgia y cirugía…”.

Ese aire de descrédito alcanza también al supuesto paraíso de la infancia en, por ejemplo, “Los pacíficos”: “… No encajaban. Recuerda/ cuadrillas de chiquillos/ tirando piedras, piedras,/ piedras contra los herederos/ del paraíso. Cosas/ de niños/ contra niños. No hay que tenerlo/ en cuenta…”.  También se aprecia una mirada distante, distinta y desmitificadora del paisaje en el poema “Locus amoenus” o en el que cierra el libro “Et in Arcadia ELF”. Detengámonos un momento en ambas composiciones. Como la memoria, los tópicos literarios también funcionan como una suerte de mecanismo de precisión repetitivo que los poetas no se cansan de reproducir con sus variantes «epocales». Sin embargo, Rodríguez Marcos, no sin cierta ironía -es decir, distanciamiento-, los salva de su bagaje nostálgico y los ancla a la realidad, cuestionándolos –como ya hizo con la memoria- y, de paso, cumpliendo con la función que su poesía parece asumir, la de destacar el reverso de las cosas, la de mirar debajo del felpudo de la vida para arrancarle los matices escondidos, lo que pasa desapercibido pero es esencial. No obstante, Rodríguez Marcos va un paso más allá que queda resumido en los últimos versos de Vida secreta: “La terrible llanura/ de la Arcadia feliz/ guarda un secreto. Ahora/ la preside (rugiente/ azufre, vaho nervioso)/ la chimenea grávida/ de una esbelta y rotunda/ central térmica: ejemplo/ de proporción. Ahora/ les toca a los poetas/ sacar sus conclusiones”.

Este cuestionamiento, no obstante, no busca culpables. Es simplemente la constatación de un hecho, de una realidad, como si se tratara de la conclusión a la que se llega tras aplicar el método científico a partir de la afilada observación poética. Y esa conclusión se halla en el poema “La casa de la herida”: “…La vida/ es justo lo contrario./ Todo parece fácil,/ sano, aséptico, en orden./ Cada giro desvela/ toda la podredumbre,/ caos sin cura, orden falso,/ la ruina que late/ detrás de cada muro,/ la resistencia al límite,/ la casa de la herida,/ la ceguera detrás de la mirada.

Descendiendo un poco más, concretando, llegamos al personaje poético que se retrata, que cuenta su «vida secreta». Lejos de quedar bien a través de las ficciones de la memoria o de los trucos fulleros del autobombo, el personaje poético también se desmitifica, se desnuda, como poeta y como individuo. En cuanto a la primera faceta, en el poema “Conversación” no sale este muy bien parado: “… y yo/ (voy contra mi interés/ al confesarlo) soy/ tal como veis que soy,/ un ser desconfiado, un pobre hombre,/ un santo sin piedad,/ un perro triste,/ un loco triste-/ mente/ razonable”. En relación al individuo, son tres poemas consecutivos los que explican el desconcierto y la confusión, “Chatarra y sueño”, “Ceguera” y “Nuestros” -los dos primeros echando mano certeramente de la metáfora de la invidencia-. Pero quizá el más elocuente en este sentido sea “Retrato robot”, el penúltimo del libro, donde confluye la doble condición del personaje poético antes mencionada.

La raíz de todo esto que estamos analizando creo que se puede hallar en un poema que puede pasar desapercibido, “Canción”: “… Estáis aquí,/ desmantelando el miedo./ Pura vida inconsciente./ Revolviendo el presente/ con el café, fundiendo/ la mohosa coraza de miseria. Era esto,/ aquí estáis. Es bastante”. La experiencia de la paternidad hecha poema pone en su sitio al poeta-papá -y este asunto daría para una antología, pero esa es otra historia-, ayudando a este a contemplar la vida con los pies en la tierra en busca de un nuevo sentido, de una postura menos histriónica y más compasiva.

Existen otros poemas memorables en Vida secreta -a la memoria me vienen, por ejemplo, “Solo en casa” o “A una rosa”-, pero creo que no se trata de cansar el lector de esta reseña ni de desvelarle nada más sobre un poemario que invita a observar la realidad con otros ojos desde un lenguaje cuidado, certero, claro, pero no por ello menos exigente.

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