Serie especial de reseñas de verano: nos estamos dedicando a rescatar el volumen más destrozado que tenemos en nuestras respectivas bibliotecas. Y he aquí una historia más.
ILYA U. TOPPER | Le pusieron Stamboul Train, porque Orient Express ya estaba cogido. Bueno, en realidad fue al revés, más enrevesado: Stamboul Train (1932), la primera novela con la que Graham Greene se hizo un nombre, se publicó como Orient Express en Estados Unidos, por lo que la novela posterior (1934) de Agatha Christie se tuvo que vender como Murder in the Calais Coach en América. Aunque por mí se podrían haber llamado igual: se distinguen como se distingue un Dalí de un cartel de Eduardo Arroyo. A decir verdad, Greene tuvo buen ojo: es mucho más evocador Stamboul que Orient, y Train que Express, sobre todo para una historia que de desarrolla al ritmo del canto de los travesaños, clac clac clac, Ostende – Colonia – Viena – Belgrado – Estambul.
Subótica está entre Viena y Belgrado, y deben de ser los soldados y aduaneros de esta estación de frontera – uniforme verde, gorra de visera verde- los que adornan la portada de la edición remendada que tengo en mi estantería. Aunque si no supiéramos que en Subótica hay soldados y habrá disparos y esas cosas, podríamos pensar que el ilustrador de portada simplemente haya querido representar a dos jefes de estación para una novela de la que solo conocía el título, sin saber, obviamente, que el único oficio que no sale es el de un jefe de estación.
Porque hay de todo en el tren: un hombre de negocios judío, fabricante de chocolatinas, una chica de cabaret que tiene frío bajo su barato macintosh blanco, una chica británica y decente, una pareja de turistas insoportables, una periodista lesbiana y alcohólica que no teme a dios ni al diablo, un escritor de éxito gilipollas, un clérigo atontado, un ladrón asesino y un escuálido revolucionario.
Cómo caracteriza Graham Greene cada uno de estos personajes, con perfiles de pluma raspante y precisa, y cómo trenza sus actitudes, ambiciones, zancadillas, golpes bajos y cables echados es de premio. No se puede hacer mejor. Graham Greene es un maestro del oficio de escribir una novela, eso ya lo sabían ustedes, pero el mundo tomó nota con esta obra, en 1932.
Huelga decir que mi favorita es la periodista. Y mi escena mascota es cuando ella desde una cabina telefónica le dicta el reportaje sobre el revolucionario -medio inventado- a un redactor en Londres. Se llama Czinner. C de culo, z de zebra, i de idiota, n de nalgas, dos veces, e de erótico, r de rabo, no, ese no, el otro, pero da igual, es la misma letra. Oye, si no te llamo para el resto del repor de aquí a media hora, borra todo lo que viene detrás de “decidió bajarse en Viena” y escribe, dos puntos: decidió continuar a Belgrado… Periodismo en el siglo antes del whatsapp.
Ah, pero ustedes no querían saber la historia de Stamboul Train, sino la historia del ejemplar que tengo, y por qué es el más destrozado de mi biblioteca. Francamente, no lo sé. Me lo compré un día de sol y lluvia en Stamboul, Estambul, en la calle Çukurluçeşme -sí, es verdad, el nombre es más largo que la calle- por la que no puedo pasar sin pararme a desapilar un poco las novelas en lengua extranjera que rebosan del carrito de la compra del supermercado que tiene fuera. Eso cuando me deja el gato que suele estar tumbado encima, claro. Me gusta leer los clásicos en original, y el mal hado de esa librería de viejo, o de su carrito con todo a 3 liras (ahora unos 80 céntimos de euro) es que tiene mucho Guy de Maupassant en hermoso inglés y unos cuantos Somerset Maugham (apunten: otro genio del oficio) en traducción francesa. Ídem por Graham Greene: de ahí me llevé La puissance et la gloire y el otro día Dr Fischer de Genève. Es un golpe de suerte raro encontrarse uno sin traducir.
El ejemplar, editado por Penguin Books, es de 1986, o eso hace pensar la lista de reediciones que figura en la mancheta y que termina ese año. No es tan antiguo, pues. Va remendado con fixo transparente en la portada y celo marrón detrás. No lleva dedicatorias que podrían desencadenar nuestra fantasía para reconstruir una historia de amor. Solo lleva una pegatina con código de barras, un número y las palabras Rîgas CB. Varios sellos en páginas interiores confirman que el volumen estuvo inventariado en la biblioteca de Svešvalodu en la capital de Letonia. Quien lo robó allí y cómo llegó de Riga a Estambul, teniendo en cuenta que no hay tren directo, es algo que queda a la imaginación del lector. Los numerosos apuntes en medio del texto, con bolígrafo negro, que traducen al ruso ciertas expresiones inglesas -algo que no queda muy bien hacer en un ejemplar prestado de la biblio- sugieren que el libro tomó la ruta oriental, quizás Riga – Moscú – Kiev – Constanza – Varna. Qué más da. Todos los caminos llevan a Estambul.
Stamboul Train, de Graham Greene | Edición de 1986 | 216 páginas
Delicioso, mister Topper.