El capitalismo funeral. La crisis o la Tercera Guerra Mundial
Vicente Verdú
Anagrama, 2009
ISBN 9788433962935
194 páginas
15 euros.
Jabo H. Pizarroso
Una de las temáticas más cercanas y misteriosas desde hace un año es la «crisis económica», en la que estamos inmersos todavía, según las últimas estadísticas. Vicente Verdú, sociólogo y filósofo de la incontinencia capitalista, que ya demostró un olfato fino y un pulso de gigante con sus libros precedentes, sobre todo con La vida en el capitalismo de ficción, le hinca ahora el diente al gruyere del desasosiego económico que parece sepultarnos en este funeral con sermones larguísimos y jeveintes sin charanga, habanera, por supuesto.
En estos últimos meses han ido apareciendo libros de distinto signo acerca del fenómeno de la crisis económica. Cada cual arrima su vudú al chivo expiatorio de turno y salvaguarda los dogmas marsupiales, siempre decimonónicos, de los que cada cual chupa para extraer de la crisis las lecciones evangélicas, y así proveer al auditorio de saquitos de esperanza-rémora pegados a los tiburones detodo tipo de ideologías premuroberlinescas.
Uno de ellos, quizá el más afamado, tanto que hasta nos lo encontramos en los afiches de las estaciones de gasolina cuando repostamos entre viaje y viaje en este veranito de aguas calientes, Leopoldo Abadía, es el escritor marca blanca sobre el asunto. Es él, el que ha definido la crisis, el que le ha puesto el nombre de NINJA, y el que ha universalizado esta definición en España. Leopoldo Abadía ha conseguido ablandar el cemento armado de la teoría económica y lo ha hecho digerible a las masas de todos los incautos que desconocemos que carajo quiere decir la elasticidad de la demanda. Un punto para él. Pero en la economía cabalística y endogámica no parece estar el diagnóstico fiable sobre la crisis.
Vicente Verdú, en este ensayo ameno, irónico y desdentado, enseña sus pretensiones desde el principio y clarifica ya no solo la crisis sino la sociedad actual que se está de alguna manera autoinmolando en estos momentos. Desde el primer momento ataca de plano, «Los expertos económicos resultan especialmente incapaces para interpretar las causas y las consecuencias de las perturbaciones monetarias o bursátiles y de prever el curso de la economía incluso a corto plazo». Porque según Verdú, interpretar esta Gran Crisis en términos económicos es simplón. Tan simplón como achacar los males actuales al materialismo desaforado, a la desalmada conducta de los poderosos o a la pérdida de religiosidad que ha detraído un nuevo «mileniarismo», (gracias, Arrabal), que hunde al mundo en esta plaga bíblica de consecuencias imprevistas. Hay que analizar la crisis de otra manera. Hay que observar este tiempo de vacas flacas en primer lugar como una Tercera Guerra Mundial, una guerra perfecta, con destrucciones invisibles y con un 99% de bajas civiles, la más sofisticada de las guerras, un conflicto bélico implosionado incluso con bombas de hidrógeno, sí aquellas que mataban a la gente y dejaban stocks de casas sin habitar por doquier. Y a esta guerra se ha llegado por fenómenos como la especulación desaforada, los nuevos conceptos del pecado en los que los bancos son los actuales sacerdotes ordenadores de las redenciones en formas de sometimiento esclavista a las deudas, el amor a las basuras de todo orden, la muerte del automóvil, símbolo del futurismo y del siglo XX y del ciudadano con libertad de movimientos y sobre todo por la llegada a este capitalismo funeral que está representando su defunción con un artificio barroco inigualable y en el que la crisis es su performance más estético, su pop art final. El único referente que puede igualarlo , si tomamos a la sociedad como un gran individuo, podría ser el de una emasculación ritualizada y en este caso poco real, que el propio sistema se hace a sí mismo. Córtate el pene pero que no se note. Los medios y la publicidad harán el resto. En esta época el que no está en crisis está en las nubes, y por qué no, no está a la moda. Estar en crisis crea tendencia. La crisis más allá de una realidad tan posmoderna es el cuello de botella de un cambio social hacia otra cosa. Lo del Otro mundo es posible, con sus referencias teológicas, es la única y un tanto falsaria creencia en este nuevo tiempo de redenciones.
Verdú cita el trabajo de dos economistas de una entidad bancaria gringa que a finales del 2007 hicieron un trabajo de investigación acerca de los primeros coletazos de la crisis. Descubrieron que los activos que presentaban un riesgo económico elevado, cuando su precio estimado y sobredimensionado y escasamente real descendía, se traducían en asientos contables convertidos en provisiones también sobredimensionadas que contemplaban a su vez pérdidas abultadísimas e irreales. Ingresos de Humo y Pérdidas de humo. El problema llegaba cuando había que contabilizar las pérdidas que como eran un reflejo de la sobredimensión de las posibles y aventuradas ganacias se convertían en algo incomparable, en algo incalculable. La segunda parte del asunto consistió en enseñar a la sociedad ese agujero irreal en las cuentas . Eso agilizó una reacción en cadena que acabó convenciendo a los Estados para que inyectaran dinero salvador. El espejismo de la contabilidad se convirtió en el vertedero donde se ha cocinado la mayor estafa de la historia. Escalofriante, ¿no les parece?. Fantástico, Vicente.
En esas estábamos, pero no solo en esas. Verdú también nos descubre una sociedad al borde del cataclismo, en la que Marx se alía con Dios para beatitud de los incautos, Camus ya habló de ese asunto; comunista igual a cristiano que salió del armario, y en la que el mundo ha cambiado de tal forma que ya solo se vislumbra una esperanza, el universo de la horizontalidad, el fenómeno internet como recurso y ejemplo del taoismo occidental que no es otro que el cooperativismo anarquico y creativo donde la jerarquía ya no se lleva y donde las multitudes inteligentes acabarán poco a poco empapando todo el sistema de la nueva ola rigurosa que deslegitime de una vez por todas al número y a la economía. Esa es la revolución que nos queda, que llegará sin muertos y de manera lenta tras un paro total y tras una deflación del tiempo. Tras un análisis completo con parada en los núcleos, las postrimerías y los extrarradios no económicos del fenómeno crisis, Verdú nos deja la miel en los labios acerca de un futuro positivista, a mi entender un tanto fallido como final conclusivo del libro. El rigor analítico y sólido de la tesis de todo el libro no tenía porque haber desembocado en un futurible happy end. Pero es solo el último capítulo. Totalmente perdonable para un libro con el que atravesamos este verano-posguerra en el que estamos aún. Dicen que en Setiembre empieza a remitir la cosa. Lo malo es que la crisis se cerrará en falso. Un mundo de objetos sin valor es lo que nos queda por delante. Quizá también un mundo de sujetos sin valor.
En estos últimos meses han ido apareciendo libros de distinto signo acerca del fenómeno de la crisis económica. Cada cual arrima su vudú al chivo expiatorio de turno y salvaguarda los dogmas marsupiales, siempre decimonónicos, de los que cada cual chupa para extraer de la crisis las lecciones evangélicas, y así proveer al auditorio de saquitos de esperanza-rémora pegados a los tiburones detodo tipo de ideologías premuroberlinescas.
Uno de ellos, quizá el más afamado, tanto que hasta nos lo encontramos en los afiches de las estaciones de gasolina cuando repostamos entre viaje y viaje en este veranito de aguas calientes, Leopoldo Abadía, es el escritor marca blanca sobre el asunto. Es él, el que ha definido la crisis, el que le ha puesto el nombre de NINJA, y el que ha universalizado esta definición en España. Leopoldo Abadía ha conseguido ablandar el cemento armado de la teoría económica y lo ha hecho digerible a las masas de todos los incautos que desconocemos que carajo quiere decir la elasticidad de la demanda. Un punto para él. Pero en la economía cabalística y endogámica no parece estar el diagnóstico fiable sobre la crisis.
Vicente Verdú, en este ensayo ameno, irónico y desdentado, enseña sus pretensiones desde el principio y clarifica ya no solo la crisis sino la sociedad actual que se está de alguna manera autoinmolando en estos momentos. Desde el primer momento ataca de plano, «Los expertos económicos resultan especialmente incapaces para interpretar las causas y las consecuencias de las perturbaciones monetarias o bursátiles y de prever el curso de la economía incluso a corto plazo». Porque según Verdú, interpretar esta Gran Crisis en términos económicos es simplón. Tan simplón como achacar los males actuales al materialismo desaforado, a la desalmada conducta de los poderosos o a la pérdida de religiosidad que ha detraído un nuevo «mileniarismo», (gracias, Arrabal), que hunde al mundo en esta plaga bíblica de consecuencias imprevistas. Hay que analizar la crisis de otra manera. Hay que observar este tiempo de vacas flacas en primer lugar como una Tercera Guerra Mundial, una guerra perfecta, con destrucciones invisibles y con un 99% de bajas civiles, la más sofisticada de las guerras, un conflicto bélico implosionado incluso con bombas de hidrógeno, sí aquellas que mataban a la gente y dejaban stocks de casas sin habitar por doquier. Y a esta guerra se ha llegado por fenómenos como la especulación desaforada, los nuevos conceptos del pecado en los que los bancos son los actuales sacerdotes ordenadores de las redenciones en formas de sometimiento esclavista a las deudas, el amor a las basuras de todo orden, la muerte del automóvil, símbolo del futurismo y del siglo XX y del ciudadano con libertad de movimientos y sobre todo por la llegada a este capitalismo funeral que está representando su defunción con un artificio barroco inigualable y en el que la crisis es su performance más estético, su pop art final. El único referente que puede igualarlo , si tomamos a la sociedad como un gran individuo, podría ser el de una emasculación ritualizada y en este caso poco real, que el propio sistema se hace a sí mismo. Córtate el pene pero que no se note. Los medios y la publicidad harán el resto. En esta época el que no está en crisis está en las nubes, y por qué no, no está a la moda. Estar en crisis crea tendencia. La crisis más allá de una realidad tan posmoderna es el cuello de botella de un cambio social hacia otra cosa. Lo del Otro mundo es posible, con sus referencias teológicas, es la única y un tanto falsaria creencia en este nuevo tiempo de redenciones.
Verdú cita el trabajo de dos economistas de una entidad bancaria gringa que a finales del 2007 hicieron un trabajo de investigación acerca de los primeros coletazos de la crisis. Descubrieron que los activos que presentaban un riesgo económico elevado, cuando su precio estimado y sobredimensionado y escasamente real descendía, se traducían en asientos contables convertidos en provisiones también sobredimensionadas que contemplaban a su vez pérdidas abultadísimas e irreales. Ingresos de Humo y Pérdidas de humo. El problema llegaba cuando había que contabilizar las pérdidas que como eran un reflejo de la sobredimensión de las posibles y aventuradas ganacias se convertían en algo incomparable, en algo incalculable. La segunda parte del asunto consistió en enseñar a la sociedad ese agujero irreal en las cuentas . Eso agilizó una reacción en cadena que acabó convenciendo a los Estados para que inyectaran dinero salvador. El espejismo de la contabilidad se convirtió en el vertedero donde se ha cocinado la mayor estafa de la historia. Escalofriante, ¿no les parece?. Fantástico, Vicente.
En esas estábamos, pero no solo en esas. Verdú también nos descubre una sociedad al borde del cataclismo, en la que Marx se alía con Dios para beatitud de los incautos, Camus ya habló de ese asunto; comunista igual a cristiano que salió del armario, y en la que el mundo ha cambiado de tal forma que ya solo se vislumbra una esperanza, el universo de la horizontalidad, el fenómeno internet como recurso y ejemplo del taoismo occidental que no es otro que el cooperativismo anarquico y creativo donde la jerarquía ya no se lleva y donde las multitudes inteligentes acabarán poco a poco empapando todo el sistema de la nueva ola rigurosa que deslegitime de una vez por todas al número y a la economía. Esa es la revolución que nos queda, que llegará sin muertos y de manera lenta tras un paro total y tras una deflación del tiempo. Tras un análisis completo con parada en los núcleos, las postrimerías y los extrarradios no económicos del fenómeno crisis, Verdú nos deja la miel en los labios acerca de un futuro positivista, a mi entender un tanto fallido como final conclusivo del libro. El rigor analítico y sólido de la tesis de todo el libro no tenía porque haber desembocado en un futurible happy end. Pero es solo el último capítulo. Totalmente perdonable para un libro con el que atravesamos este verano-posguerra en el que estamos aún. Dicen que en Setiembre empieza a remitir la cosa. Lo malo es que la crisis se cerrará en falso. Un mundo de objetos sin valor es lo que nos queda por delante. Quizá también un mundo de sujetos sin valor.