ELENA MARQUÉS | Mientras aguardo con resignación casi cristiana la inspiración de mi próxima novela, esa que quién sabe si alguna vez llegará a cuajar, me dedico al bello arte de la crítica literaria. Ayer precisamente terminé una reseña sobre un compendio de artículos de Julio Camba, en la que quise resaltar, como reafirmación de mi heridísimo ego escritor, frases como estas: «En literatura, por ejemplo, para obtener el título de maestro, hace falta haber dejado muy atrás la juventud»; y «En cuanto la gente comienza a decir de un escritor que tiene talento, es que ya no tiene ninguno. Ya lo ha agotado todo y ya no escribe más que tonterías». Algunos de mis amigos, y prácticamente todos mis enemigos, sabrán por qué lo digo.
El día que quiero recordar hoy aquí me cogió bastante más cerca de la juventud de lo que me encuentro ahora. Firmaba por primera vez en la Feria del Libro de Sevilla, en la caseta de la desaparecida librería Céfiro, junto a mis otros dos compañeros de edición, Manuel Vilches Morales y Fernando de Cea Velasco. Porque se trataba de la publicación de las tres novelas cortas premiadas en el IV Certamen Internacional Giralda, convocado por la Asociación Artístico-Literaria Itimad. Yo, para más inri, apenas había obtenido un accésit, pero a mí me servía para pavonearme como quien ya lo ha agotado todo y no escribe más que tonterías.
Echamos la hora concertada atendiendo a un público bastante numeroso. Al fin y al cabo, éramos tres, los tres vivíamos en Sevilla, y allí se acercaron amigos de todo tipo interesados por la novela correspondiente, en la que estampábamos religiosamente nuestras firmas con unción y orgullo de principiantes. Cuando ya el tiempo nos avisaba de que le llegaba el turno a otro escritor, aún seguíamos apoltronados en nuestras sillas. Yo estaba casi segura de que sería mi única oportunidad de vanagloriarme de algo, así que remoloneé todo lo que pude. De hecho, el siguiente autor firmante se había ido deslizando con timidez, invadiendo un terreno que durante sesenta minutos me había parecido más codiciable que el puñetero Trono de Hierro georgeerreerremartiano.
Cuando, ya fuera de la caseta, nos despedíamos, me dio por mirar el nombre del escritor-invasor en cuestión. Descubrí un apellido muy conocido para mí, el de un compañero de trabajo que, además, era hijo del primer presidente preautonómico andaluz. David Fernández-Viagas se llamaba el hombre. Le miré la cara y me pareció percibir un aire de familia, así que le pregunté si era pariente de Plácido. «Es mi hermano», me dijo. Y, una vez identificado él, hice yo lo propio y me presenté como Dios manda.
La cuestión es que le compré sus Días naturales. Y no solo eso: también me lo leí. Cosa que a veces no siempre hago porque (y hago un inciso) soy de las que adquieren por apuro libros (por apuro, y en la esperanza de que el adquirido me corresponda y se lleve uno de mis ejemplares, cosa que rara vez sucede) y después descubren que no les interesa nada la compra. En este caso me sumergí con curiosidad en aquel conjunto de 18 relatos, y he de decir que me gustó mucho. La naturalidad de su factura, la profundidad del tratamiento de temas tan humanos como el amor, los engaños y desengaños, el azar, el juego de la venganza, la amistad, la traición, el deseo… Alguno sobre la tarea literaria, que es algo que a los letraheridos nos parece interesantísimo. Todo ello en los ámbitos conocidos del trabajo y el hogar, lo que nos descubre lo cotidiano como tema digno de convertirse en literatura por obra y pluma de un escritor solvente y con sentido del humor, que es algo que yo, y más últimamente, aprecio mucho.
Años más tarde me enteré por su hermano, al que me encontraba a diario por los pasillos del Antiguo Hospital de las Cinco Llagas, de que David reincidía con otro libro de relatos, esta vez con un título más llamativo y quizás también más enigmático: El diagrama colérico. Acudí a su presentación, lo compré, lo leí, y también me gustó mucho, incluso más que el anterior. Pero a estas alturas del folio detecto que ya se me está acabando el tiempo y que es el turno de otras firmas, así que lo dejo para otro momento. Total, como he dicho, ya sabéis que mientras aguardo con resignación casi cristiana la inspiración de mi próxima novela, esa que quién sabe si alguna vez llegará a cuajar, me dedico al bello arte de la crítica literaria.
Días naturales (Chiado Editorial, 2014) | David Fernández-Viagas | 260 páginas | 10,00 euros
Una gran obra literaria. Los 18 relatos se disfrutan como un buen vino, a sorbos breves para que dure maS tiempo en el paladar. Aconsejo la última obra del autor: «ME ACUERDO»