0

Días del futuro pasado

hijos-del-atomo

 

Hijos del átomo. Once visiones sobre La Patrulla-X

VV. AA.

Alpha Decay, 2015. Colección «Héroes modernos»

ISBN: 978-84-92837-92-2

144 páginas

15,30 €

Ilustraciones de Blanca Miró

 

 

Fran G. Matute

Let me make it plain / You gotta make way for the Homo Superior

(“Oh! You Pretty Things”, David Bowie)

Por asombrosas que sean sus cualidades y mudanzas, los mutantes mutan menos que el mundo«, afirma Eloy Fernández Porta en su aportación a este Hijos del átomo, compendio ensayístico orquestado por la editorial Alpha Decay alrededor de La Patrulla-X, una de las sagas de cómic más emblemáticas de todos los tiempos. No le falta razón a Fernández Porta, pues en estas “once visiones” sobre la familia mutante por excelencia se pone de manifiesto que, sean cuales sean las estéticas, la esencia de sus historias y personajes se mantiene prácticamente inalterada desde sus inicios, allá por los años sesenta.

La inadaptación, la superioridad natural o, simplemente, el miedo al otro, a lo desconocido, han sido siempre cuestiones dibujadas en las páginas de La Patrulla-X. El hecho de que, en este caso, los «superpoderes» no provengan de una fuerza externa o extraña (léase rayos gamma, picaduras de insecto o similares) sino que su origen sea biológico, consustancial a la propia existencia, facilita que las fatigas colectivas derivadas de ser mutante puedan fácilmente equipararse a las de cualquier minoría social. Visto así, lo que representa el mutado en las historietas es tan viejo como la propia civilización, donde siempre ha habido sometidos, de ahí que la saga haya ido estableciendo paralelismos, más o menos velados, con diversas catástrofes civiles, como el nazismo o las desigualdades padecidas por los negros en los Estados Unidos de América.

Ocurre, no obstante, que la magia del cómic permitió construir aquí a una minoría infinitamente más poderosa que la mayoría, por lo que la lógica del conflicto se pudo pervertir. El mutante llega así a representar, en lugar de al paria, al ‘homo superior’: el siguiente escalafón en la evolución humana. De ahí que el X-Men sea, más que nada, temido por el ‘homo sapiens’. Bajo estas coordenadas (que a ningún lector serio le son ajenas) está construida toda la cosmogonía mutante, sobre la que pivotan, de una forma u otra, los onces textos que conforman este más que notable Hijos del átomo.

El primero de ellos, firmado por Raimon Fonseca, trata sobre los orígenes de la saga, sus primeros personajes e intencionalidades temáticas, y hace las veces de excelente introducción para el neófito. Digamos que Fonseca cubre la etapa primigenia inaugurada por Stan Lee y Jack Kirby en 1963 y clausurada, por falta de éxito, al comienzo de la década de los setenta.

Le sigue el que para mí es el gran texto de la colección, responsabilidad del siempre inquieto Servando Rocha (ya tengo El Ejército Negro esperándome en la mesita de noche), que pasa por cubrir los años dorados de la saga, desde su recuperación editorial a mediados de los setenta, con Chris Claremont al frente, hasta mediados de los ochenta. A través de una ingeniosísima lectura del ya mítico arco narrativo titulado “Días del futuro pasado” (1981), y utilizando de correlativa banda sonora el no menos mítico álbum Days of Future Passed (1967) de los Moody Blues, Rocha se atreve a proyectar todo el imaginario de esta segunda etapa (la preferida por muchos seguidores, entre los que me encuentro) a través del cine y la viñeta, encontrando pautas referenciales en los textos de Hannah Arendt y Leroi Jones, en un ejercicio pop sin precedentes que, lo reconozco, ha desatado todas mis envidias, quizás porque en el fondo siempre he deseado parir un engendro semejante.

Cierra esta primera tanda de ensayos sobre el universo mutante el no menos recomendable texto de Óscar Broc, que contextualiza con tino la etapa más transgresora del cómic, diseñada al más puro estilo ‘synth punk’ por el británico Grant Morrison. “Para Morrison ser un X-Men es como ser el ‘frontman’ de New Order”, escribe Broc, y en esa imagen se contienen todos los elementos necesarios para entender el giro copernicano que vivió la colección a principios del siglo XXI. Y os lo dice alguien que dejó de interesarse por los ‘muties’ a principios de los noventa.

A partir de aquí, el resto de ensayos (salvo dos, que comentaremos al final) se centra en alguno de los personajes protagonistas: el gran Jordi Costa, por ejemplo, expone magistralmente los claroscuros del falso villano Magneto, cuya dualidad vital se terminaría convirtiendo en la esencia misma del personaje. A su vez, Costa resalta de Magneto su lado más ‘camp’ (siempre excesivo y grandilocuente en su latente homosexualidad), acordándose de paso (es el único que lo hace) de los no poco excesivos pinceles de Jim Steranko, quien durante un breve periodo de tiempo dibujó a La Patrulla-X.

En un retrato conciso pero muy bien enfocado, Gerardo Vilches presenta todas las grandes dicotomías morales que cohabitan en un personaje tan apasionante y tortuoso como Lobezno: esa fuerza animal y sanguinaria luchando constantemente con Logan, su lado civilizado, su rostro más humano. Y si se me permite el inciso, servidor no ha leído cómic mejor en su vida que el primer Lobezno (1982) de Frank Miller y Chris Claremont.

Por su parte, a Jean Grey, ‘alias’ Fénix, la desgrana con solvencia Alberto García Marcos, siendo además doblemente meritorio el esfuerzo, pues probablemente sea el más complejo de todos los mutantes (al fin y al cabo no dejaba de ser un personaje bipolar que moría y renacía al arbitrio de los guionistas y las decisiones editoriales) y al que mayor entidad (junto a Lobezno) se le dio durante el glorioso mandato de Claremont,

Menos nos ha gustado el texto del citado Fernández Porta, que se hace ligeramente la picha un lío a la hora de hablar de Mística, en un circunloquio sobre la sexualidad múltiple o no identificada del personaje que termina quedando, al final, un puntín plúmbeo.

Albert Fernández tampoco brilla demasiado al escribir, de forma un tanto anodina, sobre los estragos de ser mutante durante la adolescencia. Eso sí, gracias al personaje de Kitty Pride, se nos introduce por las páginas de Los Nuevos Mutantes (estimable ‘spin-off’ de la saga original) y de paso por los pasillos de la escuela que dirige Charles Xavier, de quien finalmente se ocupa Juan Trejo, que decide poner el punto de mira en la figura paternal que representa el profesor, en un texto certero aunque, quizás, poco llamativo.

Analizadas cinco décadas de cómics, con sus consiguientes protagonistas (habrá quien eche de menos el desarrollo de tal o cual personaje), solo queda despejar una incógnita, precisamente la marcada por la letra equis que da título al grupo: de un lado, Unai Velasco filosofa (probablemente demasiado) sobre el significado de la X como variable vital constante en el mundo mutante; de otro, Octavio Botana, casi a modo de epílogo de corte científico, expone con brillantez y gran afán divulgativo las realidades de la genética hoy día junto a los peligros que conlleva eso de jugar a fabricar al ‘homo superior’, cerrándose así el volumen de forma no poco apocalíptica.

Con todo y a pesar de su brevedad, Hijos del átomo se termina presentando como un libro bien enjundioso, válido e interesante, que recorre con sabiduría y buena letra muchos de los grandes interrogantes que conforman el universo mutante creado por la Marvel. Eso sí, absténganse principiantes si no quieren morir sepultados por datos y profundas reflexiones sobre personajes y situaciones que no conocen. Esto es solo para aficionados con pedigrí que quieran darle, intelectualmente hablando, una vuelta o dos a esos inolvidables días vividos en un futuro pasado que por mucho que se empeñe Hollywood (y al menos aquí, me consta, se empeña con gran dignidad), ya no brilla igual que antes. Al fin y al cabo, ya lo reza el subtítulo, este libro habla de La Patrulla-X y no sobre los X-Men.

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *