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Diga Sesenta y Seis


Polvo en el neón

Carlos Castán

Tropo, 2012

ISBN: 978-84-96911-60-4

96 páginas

18 €

Fotografías de Dominique Leyva

Alejandro Luque

Sucede siempre que uno visita los Estados Unidos, ya sea el hormiguero de Nueva York o las anchas llanuras texanas, las playas de California o las montañas nevadas del Norte: esa sensación de poderoso dèja-vu, la certeza de que uno no sólo ha estado antes allí, sino que ha pasado en esos lugares más tiempo del que su vértigo le permite calcular. La explicación es muy simple: al cabo de dos o tres décadas de vida, hemos consumido tanta información sobre ese país a través de películas, novelas, cómics o canciones, que lo tenemos asimilado y fundido en nuestro acervo cultural. Los Angeles o Las Vegas pueden resultarnos más familiares que Huesca o Almería, y es posible que incluso las hayamos visitado antes, físicamente también, a menos que seamos Javier Tomeo o Antonio Orejudo.

Uno de esos espacios de los que creemos saberlo todo es la Ruta 66, la antigua arteria que cruzaba el país de este a oeste, y de la cual hoy sólo se conserva más o menos intacto el último tramo. Viejos moteles que lo mismo nos recuerdan a Alfred Hitchcock que a Vladimir Nabokov o Cormac McCarthy, música de Chuck Berry o de John Lee Hooker, el motor de un Chevrolet o un Buick y carreteras, muchas carreteras en línea recta a cada lado de las cuales se despliega, infinito, el desierto. Son materiales al alcance de todos, pero al mismo tiempo de manejo peligroso: un tópico puede explotarte en las manos, el cartón piedra de un decorado puede caer hacia atrás y dejar a la vista la impostura del montaje.

Sentía mucha curiosidad por comprobar cómo Carlos Castán, fino y acreditado artífice de relatos, salía de ese desafío, y puedo adelantar ya que el adjetivo justo es airoso. Para empezar, le echa valor con ese formato de media distancia, tan difícil de rematar como dios manda sin que el lector piense en un relato cebado o una novela jibarizada. A continuación, se dispone a desarrollar una historia sencilla, de esas que también tenemos la sensación de haber leído o visto antes en alguna parte, protagonizada por personajes arquetípicos a los que toca, si la mano es buena y está caliente, insuflar vida.

El autor lo consigue mediante una sabia administración de dos lenguajes distintos, casi antagónicos, que sin embargo funcionan en tanto ninguno domina sobre el otro: uno es el aliento poético, el esfuerzo por retorcer el lugar común para sacarle el jugo de una última metáfora; el otro, más temerario, es ese lenguaje estereotipado pero reconocible que sólo se usa en las películas y en las ficciones novelescas. No recuerdo quién se quejaba en Facebook, hace poco, de que buena parte de la narrativa española actual parece una traducción del inglés. En este caso, la mímesis es deliberada, y sin embargo nos convence. Quiero decir que nadie en mi barrio dice “fulanito es un hijo de perra” o “que me aspen si ése que viene por ahí no es el viejo Frankie Matute en persona”, pero cuando estas expresiones vienen engarzadas tan armónicamente en el conjunto, nada chirría.

La portada y las ilustraciones de los libros no deben nunca ser inocentes. Quiero pensar que el sepia que dominaba el diseño de un libro como Museo de la soledad respondía a la incurable melancolía que trasudaban aquellos relatos. Y quiero creer también que las abundantes fotografías de Dominique Leyva que acompañan esta edición, con sus iconos vintage y sus colores tirando a desvaídos, tiznados de polvo y quemados por el sol de Arizona, aportan también la temperatura justa a esta historia llena de ambición, amor y sensualidad. Puede que un libro como éste no dé para ganar un Nobel, pero sí para que nos quitemos el sombrero. El reto no era sencillo, pero Castán lo ha conseguido. Maldita sea, ya lo creo que lo ha conseguido.

admin

3 comentarios

  1. No sé por qué, pero, tengo mis reservas sobre si la novelita no dejará un regusto impostado…
    Pero, por todos los diablos, le daré el beneficio de la duda.

  2. Siempre me interesó mucho el universo norteamericano, de hecho una vez intenté escribir un libro con esta misma idea que aquí se expone pero me salio caro. Aunque soy optimista, por Leo Bassi!
    Enhorabuena

  3. Este Estado Crítico cada vez anda más perdido. Entre las reseñas de 2º de la ESO del raruno de Cotta y los comentarios absurdos en algunas entradas, perdemos de vista la magnífica labor de los estadistas.
    Desde aquí, todo mi apoyo. Siempre. Forever

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