El hombre ajeno
David Pérez Vega
Baile del Sol, 2014
ISBN: 978-84-942615-0-3
230 páginas
14 €
José Martínez Ros
No he leído ni la novela previa de David Pérez Vega, Acantilados de Howth, ni sus libros de poemas, así que El hombre ajeno, publicado por Baile del Sol, es mi primera aproximación a su obra. No me ha gustado, exactamente, aunque sí interesado: digamos que, cuando recorría las primeras páginas me asaltó una sensación de reconocimiento.
El protagonista, Juan, pertenece, al igual que yo, a una generación de licenciados que terminaron sus estudios en un país que necesitaba licenciados en casi nada, y mucho menos de letras, pero sí un montón de mano de obra no cualificada para la construcción y el turismo; una generación de universitarios de familias de modesta condición de suburbios y pueblos cuyos miembros anteriormente no habían podido tener estudios superiores y que, durante un largo periodo, vivieron en un limbo de precariedad gracias subempleos, trabajos basura, hasta alcanzar un empleo en la administración pública o en la empresa privada que no tenía nada, ni remotamente, que ver con sus expectativas iniciales o marcharse del país. Durante ese periodo en el que un albañil o un fontanero podían ganar más que un profesor universitario y numerosos emigrantes se asentaron en la sociedad española, y que terminó… bueno, ya sabemos todos como terminó. Los ambientes laborales y sociales están descritos con minuciosidad, y aquí reside uno de los principales méritos de la obra. Juan es un estudiante de Filología que planea su tesis sobre un ficticio poeta salvadoreño, izquierdista y homosexual, Héctor Meier Peláez, en cuya biografía se aprecia la huella del Bolaño de La literatura nazi en América o Estrella distante.
Sin embargo, en algún momento de la redacción de El hombre ajeno, el autor se olvidó que una novela es algo más que una descripción certera de ámbitos sociales. Una novela suele necesitar una trama que lleve al lector, junto al o los protagonistas de A a Z, y eso es de lo que carece el libro. Juan tiene alguna sombra en su pasado, una pseudo novia ucraniana y unas cuantas mitomanías literarias, pero ninguna pasión o interés u objetivo que lo convierta en un personaje interesante. Tampoco sufre un gran vuelco o transformación vital: al terminar la novela es, básicamente, la misma persona que la empezó.
Y segundo, hay una regla básica en el arte narrativo: es mucho mejor mostrar que explicar. Bolaño no introduce ninguna parrafada en Los detectives salvajes para analizar el ambiente cultural en Ciudad de México, allá por los 70, pero cuando termina el libro sabemos todo lo que necesitamos al respecto. Rulfo no imparte ninguna lección magistral sobre el caciquismo en Pedro Páramo. En Conversación en La Catedral, Vargas Llosa recorre toda la sociedad peruana, pero lo hace a través del itinerario vital de sus personajes, no escribiendo un ensayo sobre el tema.
Si algo salva la novela de Pérez Vega es su honestidad. Es una obra que parece pretender captar un tramo de vida de un personaje, y las circunstancias que le rodean, y lo hace de un modo austero, llano y exacto. En ese sentido recuerda a algunas de las obras del realismo social de los sesenta y setenta y, como aquellas, su máximo valor se encuentra en ser un documento de su época.
Hola José:
Muchas gracias por tu lectura. Me resultan muy interesantes tus comentarios, coincido en más de una apreciación.
Saludos
Lo cierto, José, es que sí que tuve en cuenta en la redacción de la novela ese tema (tener en cuenta algo y conseguirlo no son lo mismo, claro) que comentas sobre que la novela sea algo más que una descripción de ambientes. De hecho, pensé que había diseñado una estructura muy clásica: 1) Introducción: personaje con un conflicto del pasado, 2) Nudo: en el tiempo de la novela el personaje se encuentra con un conocido del pasado, y enfrentarse a él puede hacer que se resuelva su conflicto. 3) Desenlace: el conflicto queda en parte resuelto aunque no al nivel que el protagonista hubiera deseado (la vida, y eso trataba de reflejar, no es tan perfecta como el arte).
Y entre los tres puntos quise meter algo de costumbrismo y crítica social. Pero me haces ver que el decorado se comió a la historia. Y esto, por supuesto, me resulta muy valioso. Ahora estoy escribiendo otra novela, con un personaje algo parecido y ya estoy teniendo en cuenta este tipo de comentarios para potenciar la historia y dejar en segundo plano la crítica social.
Lo cierto es que creo que te hubiera gustado más mi poemario El bar de Lee (que se lo pasé a Fran); pero de nuevo: muchas gracias por tu tiempo de lectura y tus comentarios que me resultan muy valiosos para el planteamiento de mi nueva novela.
Por cierto, seguí tu consejo para acercarme a David Foster Wallace, y ahora mismo estoy con mi primer DFW: «La niña del pelo raro».
Un abrazo
David
Estimado Sr Pérez Vega
Agradezco su reacción, hay muchos escritores que se toman una reseña no-tan-positiva como si fuera una ofensa personal 😉
A mí me interesaron los escenarios y por supuesto la carga crítica. Pero eché de menos, como traté de expresar en la reseña, una historia “fuerte” que los fuera ligando. Por ejemplo, la secuencia del “telemarketing” es una descripción lograda de ese ámbito, pero se lee como totalmente desconectada del resto. Y así me ocurre varias veces. Y también me pareció que la historia se movía alrededor del protagonista, mientras que lo ideal hubiera sido lo contrario: que lo hubiéramos seguido a él para mostrarnos su alienación, sus inquietudes, etc. Para poner un ejemplo que no sea de novela latinoamericana, como los que pongo en la reseña, no sé si ha leído Sábado por la noche y Domingo por la mañana, un clásico del realismo “laboral” británico –también hay una peli-, no es una novela que tampoco me apasione pero funciona muy bien porque se centra en el protagonista y llegamos a conocerlo bastante, así como su mundo.
Espero que La niña del pelo raro le guste.
Un cordial saludo, caballero.
Hola José:
¿Ahora me hablas de usted? Qué serio te pones…
Entiendo por supuesto lo que apuntas en la reseña; y sé que puede ocurrir lo que señalas con ese ejemplo del «telemarketing», no es la primera vez que me lo dicen. El caso es que ya tengo dos novelas acabadas después de ésta y me parece que ya voy mejorando estos aspectos. Ahora estoy en la tercera nueva novela después de la presente. La primera versión de «El hombre ajeno» es del verano de 2007; y yo ya creo que he cambiado y controlo mejor mis recursos.
Pensaba que escribía una novela en «El hombre ajeno» sobre la culpa (personaje que cambia por un suceso, trauma, reencuentro con el pasado, resolución final -más o menos- del conflicto) y de camino mostraba una realidad social. Es posible que me venciera el deseo de meter anécdotas: lo del telemárketing es real, claro; le pasó a un amigo; y me parecía tan buena la historia que sentí la necesidad de meterla en la novela, influenciado por Bolaño, por eso que tanto me gusta cuando lo hace él de meter historias en la novela que se pueden leer como si fueran relatos independientes. Pero, claro, hacerlo tan bien como Bolaño es difícil.
Me apunto la novela que me comentas, que me sonaba pero no la he leído.
Sobre lo del ataque personal ante una crítica «no tan buena»: sin problemas, te considero un lector serio y que hayas decidido dedicar parte de tu tiempo a leer mi libro, entre tantos, y además a reseñarlo sólo es para agradecer. Como te decía, esto me viene bien para enfocar lo que quiero hacer en mi nueva novela. Y por supuesto, toda una grata sorpresa, de nuevo, aparecer en un medio tan serio y que sigo como Estado crítico. Por supuesto, a todos nos gusta gustar, pero muy contento por aparecer aquí, en serio.
Ahora estoy acabando el primer relato de «La chica del pelo raro». Creo que va a ser un primer gran encuentro con, para mí, un nuevo autor. Ya era hor ade que leyera a DFW. Ya lo comentaré en el blog.
Un abrazo
David
Je, soy muy de ustear, según los días.
Entiendo lo que dices de las anécdotas, pero en Bolaño –por seguir tu ejemplo- la historia principal que suele seguir, además, férreamente a los personajes tiene tanta fuerza que unifica el conjunto.
Ya leeré con atención tu reseña de DFW.
Abrazos!