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Duelos persas

ILYA U. TOPPER | La historia transcurre en Estambul. Esto no lo dice la autora, eso lo digo yo. Pero veamos: ¿dónde si no podrían encontrarse, a medio camino como si dijéramos, un puñado de iraníes, la mitad residentes en Irán, la otra en París, Estados Unidos y Suecia? Además, ¿qué ciudad reúne los atributos de tener monumentos históricos, playas, tiendas caras, kebab turco y está conectado por tren con Teherán? ¿Y sin necesidad de visado, además? No, no cabe duda, estamos en Estambul. Evidentemente, eso no es lo que importa.

La ciudad apenas ofrece un muy tenue trasfondo, casi traslúcido, para el encuentro de una gran familia iraní, desperdigada desde hace un par de décadas por buena parte del globo terráqueo. Lo que importa de la ciudad es que es territorio neutro, políticamente y emocionalmente. Los de Teherán —y especialmente las de Teherán: ellas— pueden hacer aquí lo que les da la gana, pasear por la calle con la melena al aire, ponerse en bañador en la playa, discutir de política en voz alta. Los de París, Estocolmo y Los Ángeles están acostumbrados a todo esto, pero darían algo por un estofado persa con las auténticas especias del mercado de Teherán. La abuela se las ha traído, por supuesto. Y así pueden cocinar juntos en la casa de dos pisos que han alquilado para unos días a orillas del Bósforo. Que es el Bósforo, lo digo yo.

La abuela. Es la que menos habla en la novela, pero es la columna vertebral de la historia, porque sin ella, ni unos ni otros habrían hecho el esfuerzo de reunirse: demasiado pesan los años de distanciamente, en los que solo una vaga sensación de deber familiar ha mantenido un contacto a través de continentes y mares. Llamadas telefónicas, cómo está mamá, sabes que se ha casado la prima tal, estoy trabajando mucho. Y ahora resulta que bajo esta capa de obligado buen rollo familiar hay rencores como para parar un tren. En ambas direcciones.

Los que se van y los que se quedan, titula Parinoush Saniee (Teherán, 1949) su libro, y desde el título, en presente, no en pasado, entendemos que la novela no refleja unos destinos particulares, una saga familar, sino un concepto social. Irán es uno de esos países —como lo es Marruecos o Iraq o Cuba o Colombia o Pakistán, y no digamos ya Líbano— en los que irse es parte de un fenómeno social omnipresente. Habría añadido Portugal a la lista, que sigue siendo un país de emigrantes, pero no es lo mismo: los portugueses, igual que los gallegos hoy, casi todos vuelven, o al menos piensan hacerlo, porque no hay esa barrera política que los separe de su tierra.

Política y social: no todos los miembros de la familia que se fueron tienen cuentas pendientes con la Justicia de Irán. A Mohammad lo enviaron con 19 años a Estados Unidos a estudiar Medicina, simplemente porque no conseguía aprobar los exámenes en Irán. Su hermano Mehdi se fue a Suecia como clandestino porque no quiso hacer el servicio militar, y allí se quedó, como refugiado primero y como ciudadano después. Ambos saben que el Irán que dejaron atrás ya no es su país. Y quizás lo sería aún para su hermana Mahnaz, pero ella no puede: tuvo la mala fortuna de casarse con un militar al que ajusticiaron tras la Revolución islamista de Jomeini en 1979, y suerte tuvo de estar en París de vacaciones en ese momento. Ahora, su novio es otro iraní exiliado, un politólogo y activista que va por los platós de televisión europeos y no piensa perdonar jamás al régimen de los ayatolás.

Entre los que se quedaron, más de uno habría tenido ganas de seguir sus pasos: Mohsen, el otro hermano, no tiene tampoco simpatía por los ayatolás, y por supuesto en su familia, las chicas se han quitado el pañuelo ya en el tren, nada más cruzar la frontera, como tantas iraníes. Salvo su hermana Maryam: ella lo lleva por convicción, asegura. O quizás porque su marido es un fiel soporte y entregado defensor de ese mismo régimen. Sí, hay cuñados así, qué se le va a hacer, eso pasa en las mejores familias.

A estas alturas nos hemos dado cuenta de lo que pretende Parinoush Saniee: presentarnos una panorámica de perfiles que cubran el abanico de opiniones, destinos y posturas en la sociedad iraní, la exiliada y la que se ha quedado. Por supuesto se pelearán, se lanzarán a la cabeza invectivas, insultos y confesiones, y hasta acusaciones por la herencia, y todos tendrán bastante razón. Visto así… se dirá el lector tras cada diatriba, y antes de que responda su némesis, ante cuyo discurso también habrá que decir: Visto así…

Saniee hace un encomiable esfuerzo —encomiable porque con la frecuente censura que su obra ha sufrido en Irán, no tiene especial motivo de simpatía para el régimen— para repartir argumentos y razones a ambos bandos y crear un ácido pero fundamentado diálogo. Un duelo político con armas afiladas. Sí, a mí también me recuerda mucho a Amin Maalouf, especialmente en su gruesa novela Los desorientados: un ejercicio de sociología escrito con pluma de novelista. Una manera de explicarnos los choques políticos y sociales de aquella parte del mundo. Más general —libertades contra islamismo— en el caso de Maalouf, más específicamente analizando Irán en el caso de Saniee (que es socióloga, por cierto, no hace falta que lo jure).

Al principio puede apabullar algo el tropel, con tantos nombres y parentescos, prácticamente sin explicar, ni siquiera indicando la edad que tienen hermanas, sobrinas, hijas. Desearíamos un gráfico en la primera página. Pero poco a poco nos haremos a los personajes, aunque empiecen (casi) todos con M. Se nos cristaliza una familia. Aunque focalizada en el argumentario, el político, el social y sobre todo el emocional, la trama descuida bastante la ambientación de cada personaje: ni siquiera sabemos en qué ciudad vive el médico Mohammad. Con «Estados Unidos» basta: cuenta el concepto, no lo accesorio, esos miles de accesorios que componen una vida de verdad.

Por lo mismo, los diálogos se leen a ratos algo… digamos construidos. No les falta viveza, personalidad, drama, pero llega un momento en el que no da más de sí, como recurso literario, una secuencia de cada uno de los hermanos, cuñadas, cuñados, y hasta el hijo generación de cristal, millennial en el peor de los sentidos —sí, de eso hay también en Teherán— que salen al estrado para contar por fin lo que han vivido de verdad, siempre bastante menos ideal de lo que los demás creen que han vivido.

Los que se van y los que se quedan confronta los mitos que ha asumido cada uno. Y a través de esas confesiones, arrebatadas, arrepentidas, enfadadas o dolidas, de un clan únicamente unido aún por la abuela, los desmonta. Y permite a sus miembros hacer por fin su duelo, el propio, por lo que creyeron perder o perderse. Sea la familia, sea la libertad.

Un libro muy necesario para todos los implicados. Para el exilio iraní y mucho más, probablemente, para los iraníes que se quedan. Pero también para nosotros, porque la fidelidad con la que analiza ese proceso iraní lo convierte en una obra universal sobre el exilio. El laboral y el político. Porque en muchos países —véase la lista de arriba—, también la emigración en busca de trabajo es una especie de exilio, no porque sea forzada, no porque el emigrante no tenga posibilidad de mantenerse en su país, sino porque la emigración implica una ruptura con su sociedad. Una fractura que se torna en ceguera y proyecta sobre la realidad una serie de estereotipos e idealizaciones falsas. En ambas direcciones.

En el caso de Irán, como sabemos y nos recuerda Saniee, los que se fueron y constituyen «el exilio iraní», suelen ser extremamente críticos con el régimen, —hasta el punto de defender una desfasada monarquía on incluso cierta secta islamista armada—, mientras que los que se quedan intentan acomodarse como malamente pueden. Cabe agregar que no siempre es así: en otros países, especialmente en el caso de Turquía, pero también en el Magreb, los que se fueron son unos encendidos defensores de la ideología nacionalista, patriarcal e islamista que está hundiendo en la miseria el país que abandonaron, y contra la que luchan, como buenamente pueden, los que se quedaron. Pero eso es otro libro, por supuesto.

Y hemos llegado hasta aquí sin hablar siquiera de la narradora, Dokhi. Observadora casi muda durante la mayor parte de la novela, en su neutralidad una especie de alter ego de la abuela dos generaciones más joven. Pero también Dokhi tiene un terrible secreto. Lo llamativo es que ella misma no lo sabe. Hasta el final.

No les voy a contar el final. Aunque también en cierta bondad para con sus personajes, Parinoush Saniee se parece a Amin Maalouf.

Los que se van y los que se quedan (Alianza, 2022) | Parinoush Saniee | 240 páginas | 18,50 euros | Traducción: María Dolores Torres París

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