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Dulce mentira del tiempo

ALEJANDRO LUQUE | Eran, para bien y para mal, los primeros 90. Los poetas en cierne de provincias queríamos quitarnos a toda costa el pelo de la dehesa y parecer, por encima de cualquier otra cosa, modernísimos. Machado era una lectura del instituto -todavía tan cercano en el tiempo- y ahora nos entregábamos a la Beat Generation, a la que imitábamos llenando nuestros versos de gasolina y neones. Entre los poetas españoles, nos encantaban las referencias al cómic y al rock que nos traían los poetas de la experiencia, de La caja de plata de Luis Alberto de Cuenca a las Crónicas urbanas de Juanjo Téllez.

En medio de aquellas fiebres apareció en nuestras lecturas un poeta geográficamente cercano, de la Sierra de Cádiz, y solo algo mayor que nosotros, que nos deslumbró con unos libros que estaban en la antípoda de aquellas luces de gran ciudad que nos tenían deslumbrados como gorriones. Se llamaba Pedro Sevilla, hombre de pueblo. De Arcos de la Frontera para más señas, la tierra de Julio Mariscal y de Antonio Hernández, entre otros, aunque él frecuentaba las tertulias jerezanas de Paco Bejarano. Afable, sencillo como el pan que se parte con las manos, tuve la suerte de frecuentarlo en una época en que acudía con frecuencia a su pueblo.

Ahora, leyendo su último libro, En un mundo anterior, me complace reencontrarme con aquel Pedro Sevilla que abría ventanas al mundo rural con perfecta naturalidad, sin misticismos, sin esa tendencia a romantizar arcádicamente el pueblo que delata a los poetas domingueros. La voz es la misma de Septiembre negro o La luz con el tiempo dentro, más madura pero perfectamente reconocible, como cuando hablamos por teléfono con un viejo amigo al que hace mucho que no vemos, y su tono solo es un poco más grave.

Pedro Sevilla nos recordó que la poesía podía oler también a leña, a cal, a tierra empapada de lluvia, y ser absolutamente contemporánea. Nos recordó, también, que la memoria no solo no nos impedía crecer y evolucionar, sino que era imprescindible para hacer el propio camino. El autor se adentra una vez más en el túnel del tiempo, como aquella serie en blanco y negro que evoca en uno de sus poemas, y hace recuento de sus heridas, sus miedos, sus miserias y sus sueños. Volver a ser un niño no es siempre un ejercicio grato, pero difícilmente podrá uno reconocerse en el espejo si no sabe dialogar con el chaval que fue.

“Miradme. Soy yo mismo. Sí, aquel niño/ que violando el severo mandato de su casa/ se acercaba en silencio a vuestras caravanas…”, recuerda en su poema Gitanos.

En la segunda parte, el diálogo es con la naturaleza y los elementos, como hicieron admirablemente don Antonio Machado y Borges y tantos otros maestros. La luz, los árboles, los pájaros, las flores, los insectos, no son elementos de un decorado, sino contenedores de un sentido profundo, símbolos de vida que Pedro Sevilla recrea en poemas llenos de claridad y ternura. “Qué será de este mundo si gana la belleza,/ si triunfa el silencio,/ si resulta que dice la verdad/ esta flor de la jara…”

Sí, es el Pedro Sevilla de siempre; quizá echamos solo de menos algo de aquella ironía que barnizaba algunos de sus viejos poemas, que nos sacaba una sonrisa más ancha, menos melancólica que la que se nos dibuja ahora en los labios.

“El tiempo, otra mentira”, empieza diciendo el arcense en la tercera y última parte, donde asoma un Dios con mayúsculas que parece algo más que el Jesús del madero, sino más bien un sinónimo del amor, un amor absoluto, la única redención posible en un mundo cada vez más incomprensible y amenazado. Un amor hecho palabra que salva al poeta y a cuantos nos calentamos el corazón con sus versos.

En un mundo anterior (Renacimiento, 2022) | Pedro Sevilla | 88 páginas | 15,90 euros

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