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Duro de roer

Se quitaba las horquillas y se soltaba el pelo dorado por la espalda dejaba la ropa tirada por el suelo o la lanzaba a un rincón
junto con las bragas negras, bandera pirata rasgando el mar del aire.

ILYA U. TOPPER | Lo raro no es leer esta —probable— fantasía sobre la intimidad de una Estudiante de Berkeley y su loro llamado Simbad que le hace compañía mientras estudia Informática, sino leerlo en árabe. Me explico: en árabe no existe la palabra bragas. El poeta escribe kilut, es decir, culotte.

Es una de las pocas palabras del idioma vernáculo que utiliza Sargon Boulus (Habbanía, Iraq, 1944) en su poemario Otro hueso para el perro de la tribu, publicado en 2008, un año después de morir el poeta, y accesible ahora al público español gracias a la edición bilingüe, con excelente traducción de la arabista Luz Gómez García, de Ediciones Oriente y Mediterráneo. Porque Sargon Boulus, como todos, escribe en el árabe clásico estándar que ya usaron antes que él Mahmud Darwish, Adonis, Nizar Qabbani, Wallada, Mutanabbi o Abu Nuwas: sí, mil años sin cambiar una flexión.

He enumerado seis poetas árabes: entre los tres primeros, todos del siglo XX, más exactamente, de la segunda mitad del siglo XX, y los otros tres median 900 años: la más tardía, Wallada de Córdoba, murió poco antes de terminar el siglo XI. No es que en medio no hubiese nada: con certeza en todos los siglos hubo versificadores en árabe. Pero no sabemos gran cosa de ellos. Y no es por falta de traducciones: tampoco en el mundo árabe tienen mayor presencia. También las panorámicas árabes saltan de Ibn Hazm —antes he nombrado a Wallada porque su mala lengua me gusta más, pero de ella se conservan apenas nueve piezas; la referencia literaria es su contemporáneo y amante Ibn Hazm— o con suerte sus sucesores del reino de Granada a la Cleopatra del egipcio Ahmad Chauqi en 1927, a quien se le considera pionera de una nueva época, aunque seguía vertiendo el añejo vino amoroso en los antiguos odres.

Hay que esperar hasta 1938 para ver a un poeta egipcio, Ali Ahmed Bakathir, escribir verso libre en árabe, aunque la revolución de abandonar las normas métricas inmutables durante 1300 años se atribuye generalmente a la poeta iraquí Nazik Malaika en 1947, que inspiró a sus coetáneos sirios Adonis y Nizar Qabbani y a jóvenes nacidos justo en aquella década, como el palestino Mahmud Darwish y el iraquí Sargon Boulus.

Darwish se siente y se reafirma árabe: lo suyo es —Palestina obliga— poesía nacional. Boulus es todo lo contrario: lírica universal. Iraq obliga, se podría decir: si Chauqi se veía descendiente de faraonas, la vida y obra de Boulus recuerda aquel chiste que cuenta, si mal no recuerdo, Ortega y Gasset, sobre un banquete de diplomáticos en París, donde el anfitrión saluda a cada invitado con una referencia culta: ¿Inglés? ¡oh, Shakespeare! ¿Alemán? ¡oh, Goethe! ¿Español? ¡oh, Cervantes! ¿Italiano? ¡oh, Dante! ¿Mesopotamia?… … … ¡oh, la Humanidad!

Ser iraquí, el caso de Boulus, es criarse sobre ladrillos de adobe babilonios, hablar en casa arameo, sí, aquella lengua de la Biblia, e inglés fuera (los británicos no se habían ido tras la independencia), aprender kurdo en Kirkuk, todo ello antes de emigrar, con 23 años, a Líbano y un año más tarde a Estados Unidos. Acabó afincado en San Francisco, integrándose de cierta forma en la fase tardía de la generación beat. Pero también vivió tiempo en Grecia y acabó muriendo en Berlín en 2007. Ser la humanidad era eso.

Lo más curioso de este currículum no es la trayectoria del poeta, sino su insistencia en seguir escribiendo, siempre, árabe.

Si hay un poeta árabe capaz de darle una nueva universalidad a este idioma —la que tuvo entre los siglos VIII y XIII, pero en las condiciones globales de un milenio distinto— sería Sargon Boulus. Por su capacidad de desprenderse de “temas árabes”: no sé si alguna vez aparecen Leila y Madjnún en sus seis poemarios, pero en este Hueso… , las referencias son otras: Quijote y Gargantúa, Billie Holiday, Humbaba, Hulagu y el poeta chino Du Fu, la Acrópolis y el Montmartre, el muro de Berlín y el Checkpoint Charlie, la Zürich de Lenin, el tequila de México. Es curioso: el poema sobre Meknés rezuma un aire orientalista, una mirada sobre un lugar exótico, distinto: caravanas (como si hubiera caravanes en el corazón de Marruecos en pleno siglo XX), mujeres bereberes / venden al que pasa / collares, brazaletes y alfombras voladoras… (sí: voladoras).

En otras palabras: cuando Sargon Boulus contempla a una estudiante de Berkeley y el sujetador que ha colgado en la ventana, lo hace con los ojos de un estudiante de Berkeley. Solo que en árabe.

Este es el salto literario que ha dado Sargon Boulus: escribe en árabe como si no fuese árabe. La generación anterior se libró de las cadenas de una milenaria métrica, él se ha librado hasta de los grilletes de una mirada arraigada en el pasado. Y escribe culotte y kombiuter (existe una palabra árabe para ordenador, pero no se usa mucho).

Y ahí se para, claro, porque ir más lejos sería hacer la revolución última: escribir en alguno de los idiomas que hoy día utilizan los pueblos llamados árabes. En iraquí, egipcio o magrebí. Es la última y definitiva fase de una revolución que los literatos del mundo árabe van postergando década tras década. Pero claro, si la acometieran, si escribieran en el idioma que hablan sus pueblos, se acabaría una tradición de un milenio largo, ya no serían herederos de Mutanabbi y Abu Nuwas, como Cesare Pavese y Sandro Penna no lo son de Virgilio y Horacio. Falta por nacer un Dante árabe.

Quizás Sargon Boulus se vaya acercando, no en flexiones pero sí en poética. No se puede pedir más. Porque revolucionar una lengua con un legado cultural tan abrumador y tan global como el árabe es un hueso duro de roer.

Otro hueso para el perro de la tribu (Ed. Oriente y Mediterráneo, 2021) | Boulus Sargon | 192 páginas | 14,25 euros | Traducción de Luz Gómez García

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