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Edén, arcoíris y lanzallamas

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José Martínez Ros

El libro que más me apetece reivindicar de los -nuevos- que he leído en 2014 es Brilla, mar del Edén. No porque sea el mejor -probablemente, lo es-, sino porque además tengo la impresión perfectamente subjetiva de que no ha recibido el reconocimiento que merece. La premisa es absurda, desvergonzadamente postmodernista y debería llevar a un estrepitoso fracaso. A Andrés Ibáñez, el autor, al parecer le gustaba la premisa de la serie Lost, pero no su desarrollo, así que la tomó y recreó a su manera, escribiendo una novela tan extensa como ambiciosa que contiene, además de su trama principal, un buen número de micro-novelas anexas -una novela hipermoderna ambientada en el Japón actual, una novela de campus norteamericana, una novela mexicana escrita en un castellano con los modismos mexicanos; y varias más-. Y por si eso no fuera poco, la llena de homenajes y referencias a múltiples autores (Lezama Lima, Roberto Bolaño, Thomas Pynchon, Haruki Murakami, Thomas Mann y muchos más). Pues bien, Ibáñez no sólo sale bien librado de su imposible empeño, sino que además ha escrito la que, en mi opinión, es una de las obras magnas de la literatura escrita en español de lo que llevamos de milenio. Cada uno tiene sus gustos, por supuesto, pero yo la pondría en la misma estantería que 2666 de BolañoTu rostro mañana de Javier Marías o Señales que precederán al fin del mundo de Yuri Herrera. Y no creo que deba añadir nada más.

Mi segunda novela favorita de 2014 es Los lanzallamas de Rachel Kushner. Como ya escribí una reseña bastante extensa en la que me deshacía en elogios, sólo voy a hacer una pequeña afirmación de carácter personal: a lo largo de mi vida, he conocido a dos o tres mujeres que me recuerdan a Reno, la protagonista de la novela de Kushner. Y creo que me he enamorado un poco de todas ellas; y como de ellas, también me costó mucho despedirme de Reno cuando terminó el libro.

La medalla de bronce se la daría al gran William T. Vollmann. Me autocito: «Historias del arcoíris, parece tanto un compendio como una magnífica introducción al mundo literario de Vollmann. En las trece micronovelas/relatos/reportajes que lo componen encontramos testimonios espectrales de skinheads, prostitutas, drogadictos o enfermos terminales; visiones opiáceas, eléctricas, infernales ambientadas en la India colonial o basadas en un macabro pasaje del Antiguo Testamento; la historia de un ‘psycho-killer’ que se mueve en las zonas marginales de San Francisco y la del propio Vollmann, enamorado infeliz/psicodélicamente de una joven estudiante de medicina coreana; incluso una extrañísima y, a su modo, encantadora fábula, en la que un ángel y el diablo se disputan el corazón de una joven estudiante de filosofía heideggeriana con un bellísimo pelo violeta. A pesar de su variedad de registros, el libro está unificado por el arma secreta de Vollmann, una prosa febril, llena de ritmo y de referencias, cargada de ideas sorprendentes e imágenes surrealistas. Historias del arcoíris es uno de los libros más desconcertantes y, a su modo, despiadados que he leído en mucho tiempo. También uno de los más bellos y luminosos. Es imposible explicarlo mejor. Tienen que leerlo.»

Voy a añadir una cuarta grandísima novela, que en realidad es una recopilación de tres. El padre, de Edward S. Aubyn, cuya lectura debo a la entusiasta reseña de la compañera estadista, la señora Mesa. Es una crítica tan buena que me considero incapaz de agregar nada.

Bueno, lo voy a intentar: “Tal vez habría que imaginarse Trainspotting en versión remakeada por James Ivory Downton Abbey con mucho más cinismo (y drogas). Porque por muy extremos que sean los temas que trata su narrativa, el autor no abandona nunca su elegantísima prosa, ni unos ingeniosos diálogos que han hecho que se le compare repetidamente con Oscar Wilde ni un humor negrísimo y muy británico que convierte estas obras en una experiencia inolvidable.“

Y compartí otra -placentera- lectura con la estadista Mesa, que ya se refirió a esa obra en EC. Me refiero a El unicornio, de Iris Murdoch, donde brillan todas las virtudes literarias de su muy genial autora: una trama intensísima, con una formidable galería de personajes ambiguos, llenos de secretos e intenciones oscuras, donde un poderoso sentido de la intriga se conjuga con un profundo contenido moral y filosófico.

Siguiendo con autoras, dos que han intentado, en sus novelas, construir tremendos, aparatosos y poblados edificios narrativos. Una es una dama sureña; otra es una joven neozelandesa. La primera, a pesar de centenares de páginas estimables (El jilgueroDonna Tart), fracasa; la segunda, a pesar de optar por una escritura y estructura mucho más arriesgada (Las luminariasEleanor Catton), triunfa, a mi juicio, plenamente. Y otras dos han reinventado con éxito e imaginación la vieja novela gótica: La joven ahogada, de Caitlin Kierman y La torre del homenaje de Jennifer Egan.

En la sección novela negra, hay que citar la segunda parte de la experimental y terrible «Trilogía de Tokio» de David PeaceCiudad ocupada, que es aún mejor que el primer volumen. Y me alegra saber que mi amada Patricia Highsmith se ha reencarnado en Estados Unidos y ahora se llama Gillian Flynn y escribe novelas como Perdida y Heridas abiertas.

Rápidamente, los cómics. Reediciones de clásicos imprescindibles: Alabaster de Osamu TezukaMiracleman de Alan Moore y Batman. Nueve Vidas de Dean Motter. Nuevos valores: Revival de Tim SeeleyZero de Ales Kot y La chica a la orilla del mar de Inio Asano. Y una obra maestra que se está publicando ahora mismo: Multiversity de Grant Morrison, el Watchmen de esta década.

Para terminar, el libro de poesía del que más he disfrutado este año: El corazón, la nada. Antología poética, de Eduardo Moga.

Y ahora me voy, a terminar de leer Al límite, la última novela de Thomas Pynchon.

admin

4 comentarios

  1. Un gato y un perro que comparten plácidamente un cojín pero que, en cualquier momento, podrían liarse a arañazos y mordiscos es una buena imagen para representar lo que ocurre en el interior de la cabeza del señor Martínez Ros…

  2. Son gata y perra, caballero, que vivo en un régimen rigurosamente matriarcal.

  3. Me alegro mucho de que te gustara la saga de St. Aubyn. Al final, lo mejor de escribir sobre libros es eso: contagiar el entusiasmo. En cuanto al matriarcado, si es que las tienes tan bien cuidadas, con sus cojines…

  4. ¡Y sus mantitas! la gata exige una mantita nueva cada tres meses, como mucho.

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