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El Agente Núm. 26

IMG_1313ANTONIO RIVERO TARAVILLOPasado el año del centenario de Octavio Paz, quien en 2014 hubiera cumplido un siglo, nuevos libros se van sumando a la ya copiosa bibliografía sobre el prolífico autor mexicano. Tras la biografía de Christopher Domínguez Michael, presentada en la feria del Libro de Guadalajara de aquel año y el libro introductorio y originalmente para franceses de Guadalupe Nettel, ahora coinciden dos importantes obras sobre el Nobel en las librerías mexicanas. Una es el segundo volumen de la biografía en marcha escrita por quien probablemente mejor lo haya conocido y sabido dar cuenta de su vida y poesía: Guillermo Sheridan. La otra, este libro que no aspira más que a aclarar algunos errores y malentendidos y que, sin pretensiones, constituye una buena fuente documental para futuros biógrafos, incluido Enrico María Santí, que sigue trabajando en otra biografía.

Paz es fascinante: gran poeta, pensador sobre el arte y la escritura, traductor, diplomático, director de revistas y hombre público como no hubo otro en México en todo el siglo XX. La novedad editorial de Ángel Gilberto Adame aclara parte del misterio sin agotarlo, porque sigue habiendo muchas incógnitas. El misterio de la vocación (título que parece que va a dar más de lo que ofrece, siendo esto último no poco) ha sido prologado por Domínguez Michael, quien escribe: “Este libro es algo más que un anecdotario. Es una herramienta indispensable para conocer el entorno juvenil de Paz en los tempranos años treinta.” Y así es: vemos al futuro poeta con su madre en dos viajes que hizo a California, donde estaba su padre, un zapatista exiliado; se impugna la leyenda de una boda, pintada anteriormente como poco menos que un rapto, con Elena Garro, y con profundo conocimiento jurídico se trata del asunto del divorcio de esta, también haciendo frente a versiones confusas; retrata, mediante fotografía rescatada y noticias prolijas, a los compañeros de Paz en la Preparatoria (época muy bien llevada por el propio Paz a su poema “Nocturno de San Ildefonso”); demuestra que el joven mantuvo a su madre, y luego al mundo entero, en la creencia de que le quedaba muy poco para acabar la carrera de leyes, cuando en realidad nunca llegó a cursar un buen puñado de asignaturas que aún a día de hoy siguen haciendo rabona en su desaparecido expediente académico (parcialmente reconstruido a partir de otras informaciones); precisa la normativa por la que se regía la disponibilidad del puesto de embajador cuando Paz renunció a la legación de Delhi en protesta a la matanza de estudiantes en Tlatelolco, en 1968, y sitúa el suceso en su justo término.

He reservado para el final el capítulo en que se narra la suerte de Bosch, que para Paz era José y para Garro, Juan. Para complicar las cosas, Adame nos informa de que el compañero del poeta en las agitaciones estudiantiles era tres años menor que un hermano que se llamaba Juan. El amigo de Paz era, sí, José, aunque su nombre completo también llevara el Juan: José Juan Bosch Fontserè. Se trata del destinatario del poema “Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón”, y tan sugerente era la historia sobre él contada por Paz en la nota de su Poesía completa, y por Garro en Memorias de España 1937 que yo mismo compuse a partir de ella, imaginando lo que pudo haber sido, mi novela Los huesos olvidados.

Domínguez Michael recuerda en su prólogo cómo, al anunciarme que Adame había dado con testimonios que hacían vivo a Bosch hasta los años noventa del pasado siglo, yo sentí algo parecido a lo que debió de experimentar Paz al ver entre el público del Palau de la Música al miliciano que creía muerto y que protagonizaba sus versos. Pero la ficción, basada en la información disponible hasta solo hacía unos meses, ha quedado desmentida ahora por la realidad.

No solo no desapareció Bosch (una víctima más del POUM a manos de los estalinistas), sino que andando el tiempo reprocharía a Paz su actitud hacia él. De su puño y letra dice en una carta a un familiar que, a cuenta de la lucha estudiantil, al Nobel: “Le interesa cubrirse con mi nombre.” Y agrega: “El tal Octavio Paz que asistía a todas nuestras asambleas no era más que un confidente de los mandos escolares. Por ello, mientras perseguían a los que habían asistido a las mismas, con regularidad, de la manera más cruel, a él le nombraban embajador en Francia.” Faltaban siete años para la muerte de Paz.

Todo esto, Adame lo documenta, lo consigna, lo anota, en una colección de artículos más que un libro plenamente unitario. En persona o con el concurso de otros, en México y también en España, Adame se ha movido por archivos, hemerotecas y registros civiles con la meticulosa seriedad de quien levanta escritura pública, como si fuera un notario. Lo que en realidad es, precisamente, en el Distrito Federal, que en su caso, si se me permite el retruécano, parece que el federal sea de dar fe. También como un detective incluye en el dossier del que nos hace entrega un buen puñado de fotografías. A Bosch, en su etapa revolucionaria estudiantil, lo siguió un embozado “Agente Núm. 26”. Su trabajo de seguimiento palidece ante el exhibido aquí por el notario 233 de la Ciudad de México. [Publicado en Clarín]

Octavio Paz. El misterio de la vocación (Aguilar, 2015), de Ángel Gilberto Adame | 246 páginas | 5,99 € (e-book) | Prólogo de Christopher Domínguez Michael

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