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El bebé ha muerto

Portada Canción DulceCAROLINA EXTREMERA | En octubre de 2012, una niñera de la República Dominicana asesinó a los dos hijos de la familia para la cual trabajaba en el Upper East Side de Manhattan. Después, intentó suicidarse, sin éxito. Este es el punto de partida de la novela con la que Leila Slimani ganó el Premio Goncourt en 2016. La autora confiesa –tal vez debido a que ella tuvo varias niñeras en su infancia– que fue la fascinación que le produce “la idea de pagar a alguien para que ame a tus  hijos” lo que la llevó a basarse en este suceso para escribir Canción dulce.

La novela arranca precisamente con el conocimiento de lo que va a ocurrir al final. En un mundo en el que acusar a alguien de “hacer un spoiler” se ha convertido en algo peor que acusarlo de robar, comenzar un libro con la frase “El bebé ha muerto”, es un acto de valor, una apuesta en la que se nos promete que lo que viene a continuación es mucho mejor que un thriller en el que sorprende el desenlace. Slimani no solo cumple esta promesa, sino que además logra llevarnos por el camino de la angustia y el asombro a medida que se va a acercando el final a pesar de que ya lo conocemos.

Canción dulce está escrita con un tono frío y omnisciente que va sobrevolando a los personajes principales, a la familia Massé, a Louise la niñera y también a los vecinos. Esa frialdad contribuye brillantemente a la atmósfera de terror que impregna todo el libro: el terror a dejar a tus hijos con una desconocida, el terror a que les ocurra alguna desgracia, a que te dejen de amar. La relación que Louise establece con Mila, la hija mayor, tiene tintes oscuros que recuerdan vagamente a Otra vuelta de tuerca y algunos detalles, como la extraordinaria fuerza física que desde el principio demuestra la niñera, son utilizados para alargar la sombra de la tragedia y funcionan precisamente porque sabemos qué es lo que va a suceder.

Sin embargo, entretejida con ese miedo y con esa disección psicológica hay una profunda crítica social que es lo más interesante e incómodo de la novela. Desde el principio, se nos presentan las legítimas aspiraciones de la madre, Myriam, de salir de su casa que ahora le parece una cárcel, de continuar con su vida sin ser presa de la maternidad y de poder realizarse profesionalmente. A su vez, vamos conociendo poco a poco a Louise, la niñera y, con este contraste entre ella y la familia se enuncia lo que es, a la larga, una lucha de clases. Pequeñas costumbres van diferenciando a unos y a otros –ellos tiran las sobras, ella las guarda, ellos viven en el centro, ella ha de hacer un trayecto interminable para ir al trabajo– y se va creando una interdependencia nacida de la necesidad de ellos de alimentar la fantasía de la familia perfecta sin renunciar a la vida tal y como era antes de tener hijos, y de la de ella de estar cerca de lo que desea, de ese mundo del que se le ha privado desde siempre. El campo de batalla de esta lucha es el amor de los niños, su atención.

Es ahí donde de verdad se crece la novela, en la relación entre los empleadores y la empleda, ahondando, por un lado, en el famoso miedo a los criados –a sentirse desaprobado o reñido por ellos– del que ya hablaba Virginia Woolf, y por otro en el odio que les produce la persona que tanto necesitan precisamente por ser conscientes de que dependen demasiado de ella. Profundiza también en las contradicciones de unos franceses que se sienten progresistas pero que están en una situación de privilegio frente a otra persona de clase inferior y aspirante a pertenecer a una familila convertida en idílica por ella misma pero que va albergando, no de forma necesariamente consciente, cada vez más resentimiento por los depositarios de lo que no puede tener. En las primeras páginas queda ya consignado este pensamiento, clave de lo que va a suceder, de cómo es la dependencia la que traerá la ruina: “Solo seremos felices, se dice, cuando ya no nos necesitemos unos a otros”.

He ahí el gran hallazgo de Canción dulce, la clave por la que merece la pena leerla. Leila Slimani busca cómo se construye un asesinato y busca las raíces no solo en lo psicológico sino también, y sobre todo, en lo social, incomodando al lector que se pregunta irremediablemente si está alentando el rencor en sus empleados o alimentándolo contra sus superiores. O, por qué no, ambas cosas.

Canción Dulce (Cabaret Voltaire, 2017), de Leila Slimani | 288 páginas | 19.95 euros | Traducción de Malika Embarek López

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