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El caballero existente

JOSÉ MANUEL GARCÍA GIL | Hablar sobre la vida de las personas siempre entraña dificultades y desafíos. Rondarlas, como fantasma o merodeador de jardines ajenos, como Saul Bellow designó a su obstinado biógrafo, para acercarnos su privacidad, impone además límites y cautelas. Con todas esas premisas se ha aproximado a la vida improbable y única de Italo Calvino, el profesor, poeta y narrador, Antonio Serrano Cueto (Cádiz, 1965). El resultado ha sido, tras diez años de esfuerzo, de investigación y de escritura, la obra Italo Calvino. El escritor que quiso ser invisible, galardonada con el último Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías. Una obra rigurosa y bien documentada que se ajusta a un género predeterminado: el de la biografía de tradición anglosajona. Un espejo en el que Serrano Cueto se ha mirado para tratar de reconstruir la vida de ese escritor y observador del mundo que fue Italo Calvino.

A menudo nos preguntamos si una biografía es útil o no, si aporta algo nuevo a la realidad del biografiado o si ayuda a comprenderlo. Es decir, si además de constituirse en un relato capaz de complacer a los muchos lectores poseídos por la pasión de conocer los detalles de una vida ajena, es un medio de esclarecimiento literario o moral. En este caso, sin duda lo es, pero más allá, esta biografía de Calvino es una herramienta de conocimiento de una vida que desconocíamos la mayoría de los frecuentadores de su literatura. A lo largo de estos años, el interés por Calvino no ha disminuido ni en España ni en América, pero faltaba en castellano -los hay en Italia- un estudio biográfico serio y sólido que sirviera de introducción a su vida y a su obra.

A esa tarea se ha abocado Serrano Cueto planteando su trabajo como un diálogo entre la literatura de Calvino y aquellos momentos de su existencia que le dieron sentido. De algún modo, la historia de su vida está transmutada en su obra. Y pueden explicarse juntas, como raíces de un mismo árbol definitorio de su personalidad y estilo. Con esto quiero referirme a que, tanto en sus relatos como en sus novelas -sobre todo de su primera época-, es constante la presencia de un mundo perdido que el escritor trata de recuperar a través de su literatura. Un vínculo que el biógrafo estudia con las lógicas reservas que hay que observar al analizar los elementos autobiográficos de toda obra de ficción. Fruto de ese estudio, en el retrato que hace Serrano Cueto, evitando con acierto toda tentación de irritable hagiografía, hay comprensión, pero también distancia.

Un alejamiento que comienza a fraguarse desde el inicio del libro, en el que el autor retrocede con inteligencia a los periplos familiares anteriores al nacimiento de Italo Calvino. Luego, de manera lineal, nos va llevando por su infancia y adolescencia, sus inicios literarios, su relación con el teatro, el cine y la música, deteniéndose en los aspectos más sobresalientes de una vida sin pausas: su inestabilidad geográfica (Santiago de las Viñas, San Remo, Turín, Roma, París), así como sus encuentros, más o menos trascendentales, con determinados escritores (Cesare Pavese, Pasolini, Raymond Queneau, Cortázar, Borges…) o con su mujer, la traductora argentina Esther Singer. En ese recorrido vital surgen las lógicas contradicciones (su trato con los premios literarios) o algún que otro aspecto chocante. Llama la atención -en un lector de su altura- el aparente desconocimiento de la literatura española, más allá del rechazo que le produjesen en lo personal autores como Cela o Arrabal o la sorprendente reivindicación de la narrativa de Pedro Salinas, a la que no se le ha prestado demasiada atención en España. El caso es que no aparece ni en su canon ni en su reivindicación de la lectura de los clásicos ningún autor español, ni del Siglo de Oro ni de la Generación del 27, por subrayar dos de nuestras épocas señeras.

Como un eje transversal cruza toda la biografía la evolución “sui generis” de su compromiso político, desde antes de su ingreso en el PCI, pasando por su militancia, estigmatización y desafección, hasta colocarse finalmente la etiqueta de escritor apolítico. Desde un primer momento, Calvino creyó que los intelectuales tenían en sus manos el poder de construir una sociedad más igualitaria y justa y que el PCI proporcionaría a través del activismo el cauce idóneo para establecer contacto con la gente. Tardaría en advertir lo difícil que resulta desde la filiación a unas siglas mantener el equilibrio entre el compromiso político y la libertad individual. Precisamente, en su evolución hacia las vanguardias y los caminos de experimentación -que le llevaron a OuLiPo- hay una voluntad, un afán de ruptura, de experimentación y búsqueda que puede vincularse con esa renuncia a sus férreas lealtades políticas.

A medida que vamos avanzando, Calvino se nos aparece como un lector culto, voraz y compulsivo. Un lector integral que desempeñó un papel clave en el desarrollo de las letras italianas de posguerra a través de su labor como empleado de la editorial Einaudi entre 1947 y 1981. Es una zona de su vida a la que dedicó tanto tiempo, esfuerzo, talento y energía como a su trabajo solitario y minucioso de narrador de historias. Una época gloriosa e irrepetible (Pavese, Moravia, Ginszburg, Sciascia…) a la que Serrano Cueto otorga la magnitud que merece. Pero también una labor, esta de editor que leía y revisaba originales y se dedicaba a editar libros, en la que se combinan aquellos aspectos más definitorios de su personalidad: la crueldad y la ironía, por una parte; el orden, la seriedad y el método, por otro.

Y es que Calvino era un escritor cerebral en exceso. Lacónico, frío, nada pasional -las mujeres están completamente desaparecidas de su horizonte cuando tiene 20 años- que en las discusiones en la editorial se encendía y podía pasar de ser una persona despectiva y altanera a otra ingeniosa y muy divertida. Un hombre partido en dos como su vizconde demediado: un lado racional y equilibrado junto a un lado taciturno, pesimista, catastrofista. Esta bipolaridad, el hecho de ser dos y estar en cada uno de los dos por completo, dan como resultado un hombre oscuro, taciturno y reservado. Posiblemente, su modo de tartamudear era una consecuencia de todo ello.

Quizás el mayor acierto del trabajo de Serrano Cueto, junto al vínculo de su vida con sus libros, pasa por la reconstrucción de toda una época, logrando combinar adecuadamente la historia personal de Calvino y su tiempo histórico, en la medida en que parte de su vida se entiende por ese contexto. Las pinceladas sobre las transformaciones políticas y culturales, las controversias intelectuales y literarias o las breves biografías de algunos personajes que rodearon al escritor durante buena parte del siglo pasado ayudan a comprenderlo y matizarlo.

Creo que para ser un buen biógrafo es indispensable conjugar los valores de un buen ensayista con los de un buen novelista. En el caso que nos ocupa (salvo en un par de novelescas vivencias de su padre, Mario Calvino, o el amor de Italo con Elsa De’Giorgi, una famosa actriz casada con un conde y marchante de arte) la balanza se inclina más hacia el lado del ensayo que el de la novela (el apartado de notas y la bibliografía consultada profundizan de manera sobresaliente en ese terreno). Uno termina conociendo los entramados vitales de su literatura, pero no acaba encariñándose con la parte más humana, familiar y entrañable del personaje. Quizás no haya sido esa la intención del biógrafo, sino más bien se ha debido al celo con el que se mueven quienes han sobrevivido a Calvino, encerrado en una concha también después de muerto. Es eso lo que imposibilita conocer -salvo por algunas intuiciones- sus debilidades y flaquezas. No para desplazarlo de su condición de clásico contemporáneo, sino con el propósito de entender, también en su dimensión humana, a uno de los escritores más importantes del siglo XX. No es la indiscreción, por tanto, una de las virtudes de esta biografía.

Se ha repetido muchas veces que Calvino era el propio Caballero Inexistente. Un escritor sin historias personales, transparente en su profunda oquedad de ser humano. Una persona que, como el cangrejo ermitaño, podía esconderse donde quiera que se hallase. Sin embargo, esta biografía tiene entre sus méritos indiscutibles desmentir en buena parte esos asertos y hacer visible, existente a ese caballero que es Italo Calvino. Demostrarnos, en definitiva, que la armadura no está vacía, sino que dentro hay un ser humano, además de un editor y un escritor consagrado. Esa es una valiosa virtud. Otra, quizás aún más poderosa, es que su lectura nos invita a volver a la literatura de Calvino, a leerlo o releerlo en cualquiera de sus registros, con el mismo placer que antaño.

Italo Calvino. El escritor que quiso ser invisible (Fundación José Manuel Lara, 2020) | Antonio Serrano Cueto | 489 páginas | 22 euros.

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