VICTORIA LEÓN | Poeta serena y silenciosa que ha ido formándose como escritora alejada de otros focos que no fueran los de bibliotecas y librerías de viejo, la profesora, traductora y bibliófila Yolanda Morató (Huelva, 1976) hizo su envidiable debut poético en 2015 en La Veleta con Nadie vendrá a salvarnos. Casi un lustro después, ha aparecido en la colección Vandalia este segundo libro de su trayectoria, tan personal como seguro de sí, que hace gala de esa solidez que solo confiere una ya larga experiencia de escritura. Pues Morató ha ido forjándose una voz inconfundible y nítida como a golpe del yunque de los años y la vida. No hay titubeos ni en su coherencia ni en su fondo. De sus páginas salimos con la convicción de que la autora sabe lo que quiere decir y cómo quiere decirlo. Y, lo que es más importante: sabe mirar el mundo, hacer camino de la mano del dolor como maestro de vida y distinguir lo real de la apariencia.
Ni idealista ni cínica, la voz tranquila de quien ha visto de cerca la muerte nos invita a refugiarnos con ella en un estoicismo cordial que no da la espalda al mundo, pero sí sabe colocarlo a la debida y prudente distancia. Por eso el resultado es el de una poderosa reafirmación del yo ante el mundo que tiene algo de autorretrato moral y algo de sutil esbozo de autobiografía, y cuyo tono directo y confesional, que en muchos momentos adquiere matices irónicos (“Receta para una buena mentira”) e incluso lúdicos (“Pon pin puk”), no hace concesiones ni a la altisonancia ni al sentimentalismo.
Lo trágico y lo cómico mezclados, sus poemas alternan la elegía con la sátira en proporciones cambiantes pero casi igualmente eficaces. Morató no retrocede ante el neologismo, como el que da título al poema “Padrespágina”, ni tampoco duda en desprenderse de la métrica para ir en busca del ritmo intuitivo de la frase, como de latido o tictac, que a veces se detiene en imponentes silencios significativos. Su lenguaje llama la atención sobre sí con los recursos propios de la coloquialidad más que con los de la retórica. Pero, sin necesidad de énfasis alguno, también nos habla alto y claro de palabras huecas, de bofetadas hipócritas, de culpas y terrores domésticos como ese “miedo de la hoja que te hunde / la vida corriente en el pecho”. Un miedo cuya causa última, casi sin nombrarse, está omnipresente en los poemas del libro, y que es la muerte, la nada. Ese estirar y aflojar de “la goma elástica de la vida” que nos impulsa a abrazar y celebrar el ahora del título.
Pues los años no son solo enemigos de la vida, también se vuelven nuestros buenos consejeros en este libro profundamente reflexivo que destila una poesía moral a veces cercana a lo aforístico, como en el poema “Al pasar de los cuarenta”, que nos ofrece todo un arte de sobrevivir: “Ya ves, la mano que te lleva / dócilmente a la vejez / se esfuerza en sosegarte / y te enseña, / si atiendes y te afanas / si quieres y te dejas, / a mantenerte viva”.
Recordando a la vez a Quevedo, a Dorothy Parker, Anne Sexton o Philip Larkin, Morató acepta el paso del tiempo, la realidad prosaica y la vida cotidiana, y construye poesía con sus materiales, no menos nobles por la pátina de sabia normalidad que los recubre. De lo onírico (“El mar lo sabe”) a lo casi hiperrealista (“CFC”), sabe manejar con eficacia la atmósfera del poema, cargándolo de electrizante simbolismo por acumulación de sugerencias (“La piraña”) o haciéndolo crecer en torno al centro nuclear de una metáfora. Como la de esa “Foto robada” que da título al último poema y a la reflexión sobre la propia identidad que cierra el libro. ¿Qué queda de nosotros en el desdoblamiento del poema, cuando este se convierte en el reflejo de infinitas vidas que ya no son la nuestra pese a su parecido?
Ajuste de cuentas con el presente, con el dolor, con el infierno de los otros, con la intimidad que volcamos en la escritura, es este un libro hecho de vida que muestra sus contrastes y explora sus luces y sus sombras desde la única verdad posible en el poema, la del espejo que nos devuelve nuestro rostro y el rostro de cualquiera cada vez que leemos, por ejemplo, versos como estos: “Qué grande eres, dolor, cuando te empeñas. / Me has enseñado el camino difícil / y ahora celebro cada instante de la vida”. Carpe diem.
Ahora (Fundación José Manuel Lara, 2019) | Yolanda Morató | 80 páginas | 11,90 €